MADRID 19 Nov. (EUROPA PRESS) -
¿Puede el líder máximo reprimir una rebelión y seguir siendo magnánimo? Esta es la diatriba a la que pretende responder 'La clemenza di Tito', último título de Wolfang Amadeus Mozart, que el Teatro Real ha vuelto a estrenar este sábado 19 de noviembre de 2016 como homenaje al fallecido Gerard Mortier. Asistentes a la representación han recomendado a los gobernantes actuales aprender de la piedad del regente romano.
Mortier, el que fuera director artístico del coliseo madrileño entre 2010 y 2013, ideó esta producción en Salzburgo en 1982 y gustaba de recrearla allí donde iba. Dos años después de su muerte, e inmerso el Real en la celebración de su bicentenario, la predilección de Mortier, dirigida de nuevo en escena por los 'intérpretes' de sus visiones, el matrimonio Ursel y Karl-Ernst Herrmann, le ha sobrevivido. En esta ocasión Christophe Rousset, especialista en música barroca, se pone al frente de la dirección musical.
Al estreno ha acudido, entre otros, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, que asiste por primera vez en su doble condición de responsable político de las artes y portavoz del Gobierno. Méndez de Vigo ha dejado de lado el derby madrileño que casi al mismo tiempo enfrentaba a Real Madrid y Atlético de Madrid, para escuchar un relato que habla, esencialmente, sobre la piedad del mandatario. Tampoco ha querido perderse esta lección de buen gobierno el jefe de Gabinete de Rajoy, Jorge Moragas.
Entre el público madrileño, con el que el barón Mortier mantuvo una relación de 'amor-odio', se encontraban este sábado tanto admiradores como detractores suyos. Los primeros le reconocen el mérito de "revolucionar" la ópera y llevar el debate sobre la misma "de la élite a la calle". Los segundos, simplemente, manifestaban haber acudido con "menos emoción". Pese a ello, la función ha acabado con varios 'bravos'.
En lo que sí coincidían unos y otros es en el valor "pedagógico" de la historia y en la conveniencia de que sea atendida por la clase política actual. No en vano, la obra y el motivo de su encargo versan sobre el modo en que se ejerce el poder y de qué manera puede recuperarse la credibilidad cuando éste ha quedado en entredicho. Mozart asumió la empresa, sólo por dinero, para la coronación de Leopoldo II de Baviera, con el pretendido objetivo de hacer un paralelismo entre la clemencia de Tito y las coronas europeas, angustiadas por el ascenso de los revolucionarios franceses.
La composición del genio de Salzburgo, basada en una historia original de Pietro Metastasio y adaptada por Caterino Mazzolà, cuenta los desvelos del emperador Tito, hombre recto y justo, pero también clemente, capaz de perdonar a su amigo íntimo, Sesto, y a su prometida, Vitellia, que habían intentado asesinarle. Es una ópera seria, 'pero poco', ya que cuenta con dos actos en lugar de tres. Además, otro de los cambios que introduce Mozart es la concentración de las arias, cuando lo normal era una sucesión. Fue estrenada en el Teatro Nacional de Praga en 1791, apenas dos meses antes de la muerte del compositor.
El reparto de la noche del estreno ha estado encabezado por el tenor Jeremy Ovenden, en el personaje de Tito; las sopranos Karina Gauvin y Silvia Schwartz, en el de Vitellia y Servilia, respectivamente; y el barítono Guido Loconsolo, como Publio. Como curiosidad, cabe destacar que han sido dos mezzo-soprano, Mónica Bacelli y Sophie Hamrsen, las que han encarnado a los personajes masculinos de Sesto y Annio, en respuesta al gusto por los 'castrati' en la época de la composición.
UNA ROMA EN PERSPECTIVA BLANCA, LUMINOSA Y FRÍA
Sobre las tablas, el matrimonio Herrmann ha concebido una habitación blanca, luminosa y fría para dejar el protagonismo al conflicto de intereses y a la sucesión de pasiones primarias que se cuelan en el relato. De este modo, la Roma imperial se aprecia sólo en perspectiva cuando a través de las puertas aparecen los capiteles clásicos. Además, en el segundo acto, una columna inacabada vuelve a invocar los ecos de la gloria clásica, junto a la corona de laurel, que pende sobre el escenario casi todo el tiempo.
Y esta desnudez escénica, bañada de una luz cegadora desde el patio de butacas, persigue centrar la atención en el juego de contrapesos entre virtudes y defectos humanos: frente a la traición, la fidelidad; frente a la venganza, la indulgencia; y frente a la violencia, la contención. "¿Necesita el imperio un corazón tan severo? Si es así, entonces quitadme el trono o dadme otro corazón. Si mediante el amor no aseguro la confianza de mis súbditos, desprecio la confianza que sea fruto del temor", exclama Tito tras descubrir la traición. Tomen nota.