MADRID, 26 May. (EUROPA PRESS) -
¿Cómo le sentaría a Donald Trump que se representara un musical en Broadway en el que se retratase cruel y burlescamente a un presidente de EE.UU.? ¿Cuál sería la reacción de Vladímir Putin si el Teatro Bolshói de Moscú acogiera una obra donde se parodia al máximo mandatario de un país? ¿Entenderían que es sólo ficción o se verían reflejados?.
El régimen zarista, primero, y el soviético, después, supieron rápidamente que 'El Gallo de Oro', cuento subversivo de Nikolài Rimski-Korsakov, es algo más que una fábula y, por eso, el compositor no vio nunca en vida su creación sobre las tablas y se ha puesto en cartel en contadas ocasiones en su país natal.
El Teatro Real ha estrenado este jueves 25 de mayo la adaptación que el artista hizo del relato de Aleksander Puskin, con libreto de Vladimir Belsky, la última de sus quince óperas. Angustiado por la sangrienta guerra contra Japón y tras el Domingo Sangriento de 1905, cuando el ejército ruso masacró a los participantes en una manifestación pacífica frente al Palacio de Invierno, Rimski-Korsakov, junto con parte de la elite intelectual del país, ya no pudo quedarse al margen. Retrató con audacia la crueldad de los soberanos rusos, presagiando, sin saberlo, el fin del régimen zarista diez años después.
El público del coliseo madrileño se ha divertido esta noche con esta coproducción con la Ópera Nacional de Lorena y el Teatro de La Monnai de Bruselas, de la que ofrecerá nueve funciones con reparto doble, y que cuenta con la dirección musical de Ivor Bolton y dirección escénica de Laurent Pelly. Así, las situaciones recreadas y algunos diálogos han arrancado sonrisas y también algunas risas entre los asistentes.
Al sonar el timbre, pedir que se desconectasen los teléfonos móviles y apagarse las luces, ha comenzado a pasar ante los ojos del patio de butacas el 'cómic sedicioso' ideado por Pelly para el Real: Érase una vez un zar llamado Dodón que gobierna a sus súbditos en pijama desde una enorme cama plateada, un astrólogo greñudo al estilo Rasputín y un curioso gallo de oro que avisa con su canto de los ataques enemigos. Érase una vez una enemiga, la hermosa zarina de Shemajá ante la que el caprichoso monarca cae rendido y que será su perdición.
Es casi imposible no trasladar esta sátira grotesca sobre la arbitrariedad de los tiranos, el abuso de poder y el conformismo de los sometidos a la situación política presente. Sin embargo, el director escénico advirtió durante la presentación del montaje de que no disfrazaría a su Dodón de Trump o Putin para no reducir su significado a la "mera actualidad".
Por eso, los personajes aparecen caracterizados más como dibujos animados, con atuendos y peinados que provocan hilaridad --como los de los estúpidos hijos de Dodon, que se asemejan más a Tintin que a unos príncipes-- y movimientos graciosos y exagerados --como los del simpático séquito de gorditos albinos con pelo pincho--. Incluso el pueblo coral, postrado y de oscuro, forma parte de la caricatura.
La zarina, cuya tienda de campaña es en realidad una especie de torre eléctrica derribada y luminosa, se muestra como la malvada reina de Blancanieves en sus versiones más modernas. Sobre un negro suelo minero, el soberano, tumbado en su lecho la mayor parte del tiempo, dirige caprichosamente los destinos de sus siervos guiado por un inquietante gallo y no se desprede del batín ni para ir a la guerra.
BOLTON AL PIANO
Algunos de los primeros 'bravos' de la noche se han escuchado cuando el director de orquesta Ivor Bolton ha interpretado al piano 'Concert Phantasy', de Efrém Zimbalist, acompañado de una violinista, durante el interludio que ha separado el segundo del tercer acto. Bolton se había mostrado "nervioso" en los días previos por tener que afrontar esta actuación.
Y entre los más aclamados al finalizar la representación estaban la soprano Venera Gimadieva, como la zarina de Shemajá, y el bajo Dmitry Ulyanov, como el zar Dodón. La soprano Sara Blanch ha entonado en ruso el 'Quiquiriquí' como el gallo, desde fuera del escenario, mientras que la bailarina Frantxa Arraiza, en escena, ha imitado sin tregua el movimiento de un ave de corral camuflada bajo un inmenso disfraz de plumas. Tampoco han faltado palmadas para el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, el primero en la piel de los súbditos.
"¿Qué nos deparará el nuevo día? ¿Qué va a ser de nosotros sin el zar?", se pregunta ese pueblo sumiso al morir su rey al final de una ópera compuesta en 1906. En la realidad, sólo una década después, en 1917, tras la abdicación del zar Nicolás II y los sucesivos gobiernos provisionales, la respuesta llegó en forma de revolución: su nuevo 'zar' fue Lenin.