MADRID, 7 Mar. (EUROPA PRESS) -
K.V. Switzer, que pasaba por ser un corredor más de los miles que participarían en el Maratón de Boston (Estados Unidos), inscribió su nombre entre los competidores de la prueba y se presentó a la cita aquel 19 de abril de 1967. Un par de kilómetros después de la salida, Jock Semple, codirector de la carrera, veía por primera vez a Switzer y montaba en cólera: tras el dorsal 261 y aquellas iniciales se escondía Kathrine Virginia Switzer (Amberg, Alemania, 1947), la primera mujer de la historia en correr un maratón oficial.
Nacida en la Alemania ocupada, donde su padre, militar, estaba destinado, Switzer pronto puso rumbo con su familia a los Estados Unidos. Fue su progenitor el que le invitó a dejar de lado su idea de convertirse en animadora para practicar atletismo, una afición que le acompañaría en sus años de universidad y que ya nunca abandonó.
Poco a poco, fueron naciendo en ella las ganas de afrontar el gran reto de todo atleta, los 42 kilómetros y 195 metros que recorrió Filípedes desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa. Pero había un problema: ningún maratón existente admitía la presencia de mujeres.
Discutió la idea con su entrenador, Arnie Briggs. "Si me demuestras que eres capaz de correr un maratón, seré el primero en llevarte", le espetó. A los pocos días, Switzer corrió 49 kilómetros y Briggs cumplió su palabra.
Aunque la inscripción de una mujer no era ilegal, porque no aparecía expresamente prohibido, sí era alegal. Por eso, el día que decidió alistarse para Boston, el más ilustre de los maratones, lo hizo con sus iniciales. El 19 de abril de 1967 se plantó en la salida junto a Briggs y su novio, Tom Miller.
Apenas habían corrido dos kilómetros cuando una figura de traje oscuro salió de la nada tratando de detener a Switzer: Semple, que además de codirector era comisario, detectó el 'fraude'. "Sal de mi carrera y dame el dorsal", gritó agarrando a la corredora en una serie de icónicas imágenes en blanco y negro que han pasado a la posteridad.
Briggs y Miller se encargaron de deshacerse del malhumorado comisario escocés, al que fueron dejando atrás. Sobre el ecuador de la prueba y marcada por el susto, las fuerzas empezaron a abandonarle, pero no desistió. "Supe que tenía que terminar esos 42 kilómetros, aunque fuese de rodillas, porque si no nadie creería que las mujeres pueden participar en carreras tan largas", señaló en una ocasión.
Cruzó la meta, escoltada por sus dos compañeros, muy lejos de los tiempos de referencia, en cuatro horas y 20 minutos. Sin embargo, había corrido contra la desigualdad y había vencido, y por el camino se había ganado la simpatía de muchos corredores y espectadores que no dudaron en animarla.
UNA LUCHA POR LA IGUALDAD
Switzer todavía tuvo que esperar cinco años para que por fin el maratón se abriese a las mujeres, en 1972. En 1974 ganó el Maratón de Nueva York y al año siguiente regresó a Boston, donde a pesar de ser segunda firmó su mejor tiempo en la prueba (2:51:37). Se cerraba el círculo y la lucha por el deporte femenino continuaba.
Organizó cientos de carreras alrededor del mundo y con ellas presionó además al Comité Olímpico Internacional (COI), que tuvo que rendirse a la realidad y que en 1984, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, incluyó por primera vez el maratón femenino en su programa.
Hoy, más de medio siglo después de su valiente gesto, Switzer continúa fomentando la práctica deportiva con la fundación 261-Fearless, que ayuda a las mujeres, a través de carreras populares, a tomar el control de sus vidas y a ganar autoestima a través del deporte. Más que nunca, el 261 continúa siendo el número del empoderamiento.