MADRID 30 Oct. (EUROPA PRESS) -
"Os lo dije, soy el más grande de todos los tiempos". Muhammad Ali había noqueado hacía solo unos minutos en el octavo asalto al invencible George Foreman, ante más de 60.000 personas, pero el campeón peleó en Zaire aquel 30 de octubre de 1974 por algo más que el título mundial de los pesos pesados. "Os lo dije cuando gané a Sonny Liston y os lo digo ahora, soy el más grande". Ali había recuperado su trono 10 largos años después.
'The Rumble in the Jungle', algo así como 'El Estruendo en la Jungla' o 'El Rugido en la Jungla', fue el nombre que recibió el mítico combate que tuvo lugar en Kinsasa, capital del antiguo Congo Belga, y este miércoles cumple sus 'Bodas de Oro'. Una de las mejores peleas de la historia del boxeo y uno de los mayores eventos deportivos del siglo XX, cuyos entresijos reflejó más de dos décadas después 'When We Were Kings' ('Cuando fuimos reyes'), ganador del Oscar al Mejor Documental en 1997, premio que recogieron los dos expúgiles, cuya relación ya era más amable que en esa mítica pelea.
La organización corrió a cargo del ya por entonces famoso promotor Don King, que había logrado las firmas del defensor del título Foreman y el aspirante Ali bajo la promesa de cinco millones de dólares a cada uno. Cifras astronómicas para la época a las que respondió Mobutu Sese Seko. El combate entre los dos estadounidenses se llevó a casa del dictador africano, quien mandó con brutalidad, en el país que renombró como Zaire en 1971, desde 1965 y hasta 1997.
Propaganda para Mobutu creía él, pero también para África, junto a una especie de Woodstock negro. El combate fue programado para el 25 de septiembre pero, en un contratiempo que dio aún más tensión y adrenalina al evento, se tuvo que aplazar cinco semanas. Foreman se abrió una brecha entrenándose. "He visto a George Foreman boxear contra su sombra y ésta ganó", así explicó lo sucedido su rival con su habitual sorna e ironía con la que trataba de descentrar a sus oponentes.
Ali no se calló en dos meses, ni cuando saltaba a la comba. "Si hablo y entreno a la vez es que estoy en forma". Alimentó su ego y autoestima a la vez que su lengua, desafiante como ningún otro deportista negro, sin miedo a la repercusión, y con buenas dosis de humor. No había peleado bien contra Ken Norton y Joe Frazier, a los que Foreman había noqueado, pero jugaba en casa. Para el pueblo africano, Ali era el 'negro bueno', el otro representaba la supremacía americana y blanca, por no olvidar que Foreman aterrizó ya mal en Zaire con su pastor alemán, el perro que había utilizado la policía belga.
"Ahora soy mejor que aquel chico de 22 años, tengo experiencia y soy muy malo. Me he peleado con un cocodrilo, luché con una ballena. La última semana maté a una roca, herí a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo. Soy tan malo que hago enfermar a la medicina. Soy malo y rápido. La otra noche le di al interruptor y estaba en la cama antes de que se apagara la luz", así fue su rueda de prensa en Nueva York, antes del viaje. Nadie apostaba por Ali, 10 años después de su primer título, y el que lo hacía no lo iba a reconocer, al menos en USA.
"África es mi casa, maldigo a Estados Unidos y sus ideas". El púgil de Louisville (Kentucky) estaba enfrentado con su país, sufrió los conflictos de la época, la rotura social y el racismo, rebelde desde sus comienzos cuando dejó el nombre de Cassius Clay y se convirtió al Islam. La sociedad yanqui le terminó de sentenciar cuando en 1966 se negó a ir a Vietnam. "No iré a quemar otra pobre nación mientras los negros de Louisville son tratados como perros", dijo. Todo eso había calado en la multitud africana, llegada incluso de Angola y Camerún.
'ALI BOMAYE', EL GRITO DE ÁFRICA POR ALI
Ego, rabia, venganza y 'Ali bomaye': el grito en cada rincón del país durante seis semanas. 'Ali, mátalo'. Esas eran las armas que le distinguían de su rival, pero Foreman era el favorito para todos menos para los africanos, que de boxeo no sabían nada ni conocían al vigente campeón. A sus 25 años, Foreman era una bestia, además de gran boxeador. El de Marshall (Texas) llegaba como doble campeón, con un récord de 40 victorias y 0 derrotas, 37 por KO, y en los últimos ocho combates no había necesitado más de dos 'rounds' para salir victorioso.
A las 4 de la madrugada empezó el espectáculo, para ajustarse a una buena hora de televisión en Estados Unidos. Entró primero al Estadio 20 de mayo Ali y esperó a su contrincante durante cinco minutos en el ring, un Foreman que se adentraba en la jungla, la mayor encerrona de su carrera. Ali tenía un par de sorpresas. La primera arriesgar y menospreciarle conectando una decena de derechas contra su cara, sin importarle la guardia descubierta. Algo nuevo para el intratable vigente defensor del título y que enfureció a la bestia.
Antes del segundo asalto, retumbó el 'Ali bomaye', mientras el de Louisville pasaba a la táctica que se conocería como 'rope-a-dope'. Foreman había asumido, entre otras cosas porque así lo anticipó Ali, que su rival bailaría. Sin embargo, del 2º al 8º asalto, Ali se dejó encerrar, se apoyó en las cuerdas en repetidas ocasiones, inclinado hacia atrás por la cintura para esquivar los golpes altos. Tras cada misil fallado de Foreman o sin resultados a los costados, Ali le comía la oreja con alguna provocación.
Mientras, las ráfagas de Muhammad herían el rostro y el orgullo del campeón, además de provocar el estruendo del público. El invicto púgil se vació lanzando tremendos puñetazos, mientras Ali golpeaba, se cubría y se alejaba en las cuerdas del alance de su adversario. La estrategia suicida comenzaba a parecer ganadora. "Le había pegado buenos golpes y entonces me dice: "¿George, eso es todo lo que tienes?", explicaba años después Foreman.
"Después del sexto 'round', nunca he estado más cansado en mi vida", recordaba. El título mundial se tambaleaba, con su dueño inofensivo, desarmado y sentenciado. A 20 segundos del final del octavo asalto, los guantes de Ali encontraron sin oposición el camino de vuelta a la gloria. Una larga batalla que había comenzado cuando le despojaron de su título por negarse a ir a la guerra, le quitaron la licencia, casi se arruinó y estuvo cerca de cuatro años sin boxear.
La reivindicación del 'más grande' en la entrevista posterior estuvo a la altura de su figura. "Silencio todo el mundo", paró así el bullicio del vestuario que una hora antes parecía un velatorio que el propio púgil, según relatan los que allí estaban, tuvo que levantar. Con el dedo desafiante gritó a la cámara. "Os lo dije, a todos los que me criticáis, que era el más grande de todos los tiempos cuando gané a Sonny Liston y os lo digo hoy, soy el más grande. Nunca más diréis que puedo ser derrotado, hasta que al menos tenga 50 años", dijo.
Sobre el ring africano, contra un rival que todos decían le retiraría para siempre, sin importar el paso del tiempo, el desafío político y racial contra su propio país, Ali volvió a ser rey del mundo. 'The Rumble in the Jungle' reservó al púgil un lugar vitalicio en el olimpo deportivo, mientras el Ali comprometido con los derechos humanos redoblaba su conciencia social y su carisma, más grandes si cabe que sus victorias. Poco después del combate, la lluvia lo inundó todo. Ali no durmió esa noche y al amanecer fue visto jugando con unos niños y hablando con la gente.