MADRID, 31 Ago. (EUROPA PRESS) -
Las ciudades podrían afrontar los riesgos derivados del cambio climático mediante 15 acciones de alto potencial, como la construcción de barreras para proteger las zonas costeras, la plantación de árboles y la aplicación de pintura blanca en tejados, paredes y pavimentos, según un informe elaborado por McKinsey Sustainability junto a C40.
"Dadas las actuales emisiones de gases de efecto invernadero, una parte del cambio climático ya está fijada, lo que hace que estos riesgos sean inevitables. Para proteger las vidas y los medios de subsistencia de los residentes urbanos, es imperativo adaptarse, y comenzar ahora", ha advertido el socio que lidera la práctica de sostenibilidad en McKinsey España, Joseba Eceiza, según un comunicado de la consultora.
En este contexto, McKinsey Sustainability, la plataforma de McKinsey & Company dedicada a ayudar a las empresas a mejorar su impacto ambiental, conjuntamente con C40 Cities Climate Leadership, una red de grandes ciudades comprometidas con la lucha frente al cambio climático, entre las que se encuentran algunas españolas, han elaborado el informe 'Adaptación focalizada: un enfoque estratégico para la adaptación al clima en las ciudades' (Focused Adaptation: a Strategic Approach to Climate Adaptation in Cities ), con el objetivo de ayudar a los líderes de las ciudades a desarrollar sus programas de adaptación frente al riesgo climático.
El análisis identifica un conjunto de 15 acciones de alto potencial aplicables a diferentes tipos de ciudades, considerando su potencial de reducción de riesgos, su coste, su viabilidad y la complejidad de implementación. En concreto, cuatro fomentan la resiliencia sistémica, lo que significa que fortalecen ciudades de todos los perfiles; y las otras 11 son específicas, es decir, se dirigen a riesgos climáticos físicos concretos.
El cambio climático aumentará la gravedad y la frecuencia del calor extremo, las inundaciones, sequías e incendios forestales, peligros específicos que se abordan en el informe, ya que suponen un riesgo inminente para las ciudades, que albergan a más de la mitad de los habitantes del mundo, con la previsión de que el porcentaje crezca hasta el 68% en 2050. Así, 1.600 millones de personas podrían ser vulnerables al calor extremo crónico (frente a los 200 millones actuales), y 650 millones podrían sufrir escasez de agua.
Además, las zonas urbanas suelen estar situadas en lugares de especial riesgo climático, como son las costas, las llanuras de inundación y las islas. De hecho, más del 90% de todas las zonas urbanas son costeras, por lo que para 2050 más de 800 millones de residentes urbanos podrían verse afectados por la subida del nivel del mar y las inundaciones costeras.
Por otro lado, las infraestructuras urbanas modernas y sus sistemas de funcionamiento están estrechamente conectados. "Un fallo en una parte de la red puede afectar a otra, multiplicando los daños. Las carreteras inundadas, por ejemplo, pueden dañar los enlaces con el transporte público. Las tormentas y el calor extremo pueden provocar cortes de energía que dejen fuera de juego a los sistemas tecnológicos fundamentales para los hogares, los hospitales y las industrias", ha apuntado Eceiza.
ACTUACIONES EN MATERIA DE INFRAESTRUCTURAS Y DE COMPORTAMIENTO
Las acciones que propone el informe para afrontar estas situaciones van desde actuaciones en materia de infraestructuras hasta actuaciones en materia de comportamiento. "Algunas de las acciones, como la construcción de barreras para proteger las zonas costeras y la adaptación de las infraestructuras, son complejas y costosas, pero otras, como la plantación de árboles junto a las calles y la puesta en marcha de programas de cambio de comportamiento para conservar el agua, no lo son", ha destacado el responsable que lidera la práctica de sostenibilidad en McKinsey España.
Otra medida poco costosa para combatir el calor puede ser el tratamiento de superficies frías, como la aplicación de pintura blanca en tejados, paredes y pavimentos, para ayudar a reducir las islas de calor urbanas, al adaptar las superficies para que reflejen la luz solar y absorban menos calor. A este respecto, el informe hace referencia al éxito de la instalación en la pescadería de Mercamadrid, el mercado central de Madrid, de un techo impermeable y reflectante con una capa de pintura blanca, ya que gracias a esta medida la temperatura en el interior del edificio bajó 7 grados Celsius.
Dado que las distintas ciudades se enfrentan a diferentes riesgos climáticos y tienen distintos niveles de vulnerabilidad, el informe sugiere empezar por definir los peligros más relevantes y por entender los riesgos que esos peligros suponen para sus comunidades. Asimismo, recomienda a las urbes concentrarse en acciones que aprovechen sus puntos fuertes --en recursos, características físicas y activos, y control jurisdiccional-- y ofrezcan un alto rendimiento en la reducción de riesgos.
Según constata, las ciudades tendrán que ser innovadoras a la hora de aprovechar sus propios recursos y experiencias, por ejemplo, mediante asociaciones público-privadas, bonos verdes, seguros y otras estrategias. En este punto, señala el caso del distrito de Zorrotzaurre en Bilbao, donde se ha establecido una asociación público-privada, basada en la participación en la propiedad del suelo, para financiar medidas de resiliencia en la zona, como la ampliación del canal, la elevación del terreno y la construcción de espacios verdes abiertos.
El estudio también revela que las soluciones basadas en la naturaleza, como la plantación de árboles, la gestión de las cuencas fluviales, y las soluciones de drenaje urbano sostenibles, se encuentran entre las acciones más atractivas por su impacto en la reducción de riesgos y su viabilidad. En esta línea, el ayuntamiento de Barcelona ha puesto en marcha el Plan Director de Árboles desde el 2017 para minimizar el efecto de la isla de calor urbana mediante el aumento de cobertura de árboles del 5% al 30% para 2037, destaca.
AUMENTO DE LA CONCIENCIACIÓN
Por otro lado, pone de manifiesto la importancia de invertir en acciones que aumenten la resiliencia de forma sistémica, además de adaptarse a peligros específicos e inmediatos. La resiliencia sistémica incluye el aumento de la concienciación sobre los riesgos climáticos físicos, la incorporación de la concienciación sobre los riesgos y la preparación en los procesos de la ciudad, la optimización de las respuestas de emergencia y la mejora de los programas financieros y de seguros.
Finalmente, el estudio concluye que la adaptación al riesgo climático tiene un importante elemento de equidad. Las poblaciones vulnerables, como los niños, los ancianos, las comunidades de bajos ingresos, algunos grupos minoritarios, las personas con discapacidades y las mujeres, pueden correr un mayor riesgo de sufrir daños relacionados con el clima.
El riesgo climático afecta directamente a la salud, habitabilidad y capacidad de trabajo de las personas; a los bienes, como las empresas, viviendas y hospitales; y a los servicios, como el suministro de energía y alimentos, recalca el informe.