Alima, refugiada del conflicto de Cabo Delgado en Mozambique - EUROPA PRESS
El conflicto ha llevado a muchas familias a abandonar sus vidas en el norte del país para acabar viviendo en la pobreza
NACALA (MOZAMBIQUE), (de la envidad especial de EUROPA PRESS, Eva Rodríguez)
Alima tiene 28 años y siete hijos. Con cinco de ellos, comenzó el 4 de octubre de 2017 una huída de 606 kilómetros, desde Mocímboa da Praia hasta Nacala, ambas al norte de Mozambique.
Esa zona del país sufre desde hace cinco años la presencia de una insurgencia terrorista de naturaleza yihadista que ha dejado ya más de 3.000 víctimas y cerca de 800.000 desplazados por el interior del país. Además, han destruido capillas y viviendas de distintas comunidades.
Según cuenta Alima a Europa Press, su ciudad se convirtió en un lugar tan peligroso que decidió abandonarla con su familia. La primera etapa le llevó recorrer hasta 60 kilómetros andando con todos sus hijos hasta Mueda, mientras que en la segunda llegó en coche hasta Montepuez. Allí dejó a su marido con dos de sus hijos. Ella y el resto de los niños continuaron en el automóvil más de 400 kilómetros, hasta llegar a Nacala, en donde vive su cuñado.
Tras pasar seis meses con él, la joven ha conseguido vivir en su propia casa. Durante 2020 y 2021 recibió una ayuda de emergencia para los desplazados de este conflicto y ahora vende carbón para poder comer y pagar el alquiler, cosas que, según ha relatado, no siempre puede hacer.
Esta ayuda de emergencia recibida por Alima es una de las iniciativas llevadas a cabo por la ONG española Manos Unidas para los desplazados de la guerra en Mozambique, que incluye ayudas en alimentación, kits de limpieza y atención psicosocial.
REFUERZO ACADÉMICO PARA NIÑOS DESPLAZADOS
Esta entidad también financiará durante los próximos dos años el Centro de Atención al Niño, un proyecto de educación para aquellos menores que han llegado a Nacala con sus familias huyendo del conflicto.
Los pequeños desplazados reciben refuerzo académico durante las horas a las que no van al colegio. Además de contribuir a su educación, esta iniciativa permite que estos niños puedan jugar con otros de su edad, y que los padres puedan buscar trabajo o alimento en la ciudad.
Ese es el caso de Juliana, Luisa y Adelaida, tres hermanas de entre 6 y 11 años que, tras vivir los peligros de una guerra, disfrutan ahora de unas mañanas llenas de ejercicios de matemáticas, dibujo o lengua. Además, aprenden canciones y juegan al baloncesto en unas canastas hechas por los propios chicos con un aro y un saco.
Aunque cuando se les pregunta a Juliana y Luisa, las dos mayores, por lo que han vivido en el norte del país, no quieren hablar, su padre, Severino, relata a Europa Press la situación vivida. "Empezamos a no soportar la situación", explica, antes de señalar que muchos de sus amigos habían abandonado ya la provincia de cabo delgado cuando ellos decidieron irse, en 2021.
Trabajaba cerca de la ciudad de Nampula como comerciante y ahora vive de las ayudas. Según ha indicado, aunque busca empleo, solo pedir una entrevista con recursos humanos en algún trabajo supone entre 5.000 y 10.000 meticales (entre 78 y 157 euros). "Y no tengo dinero y tengo mucha familia en casa", señala.
Severino sí agradece que sus hijas puedan estudiar gracias al respaldo de Manos Unidas, al igual que su mujer, que insiste en pedir ayuda para que su familia, ella y su marido, puedan comer y pagar la casa que les han cedido en Nacala. Según ha señalado, aún no pueden regresar a su ciudad porque "sigue siendo peligroso". Pero en un futuro sí que quieren volver.
LISBOA, UNA HISTORIA CON FINAL FELIZ
No es el caso de Lisboa. Este joven de 34 años vivía en Palma, una de las ciudades más castigadas por la guerra, en donde ejercía como profesor de inglés en un colegio. Ante la situación de peligro por los ataques de los terroristas, decidió emprender una huída a Nacala que ha tenido final feliz: ahora es el coordinador del centro de atención al que acuden Juliana, Luisa y Adelaida.
Con su familia a salvo en la ciudad de Pemba, de donde es originario, afirma que es feliz en Nacala y que no quiere regresar ni con sus padres, ni a su anterior vida en Palma. Cuando es preguntado por la situación de muchos de los niños de los que se ocupa, reconoce que es un "privilegiado".
No tuvo la misma suerte Abuba, un hombre que trabajaba en una empresa en su ciudad y que, tras tener que huir, vive ahora de la caridad con su mujer y sus dos hijas. Perdió a su hijo después de escapar de Cabo Delgado por "falta de asistencia".
Estas historias son algunos de los ejemplos de las vidas de los más de 800.000 desplazados internos que ha ocasionado el conflicto en Mozambique.