EUROPA PRESS
SAKAROU (BENÍN), 19 Dic. (De la enviada especial de Europa Press, Laura Ramírez) -
"Es muy duro vivir en la oscuridad", asegura el joven beninés Philippe Dafia, que durante toda su vida escolar tuvo que estudiar bajo las farolas o con lámparas de petróleo que se gastaban en apenas un par de días, pero a quien las dificultades no han impedido obtener un título universitario.
Ahora es electricista y responsable del mantenimiento de una red fotovoltaica que lleva luz a más de 500 hogares de cinco pueblos del ayuntamiento de Sinendé -Sakarou, Fô-Bouré, Fô-Buko, Kokabo y Kosia--, en el norte de Benín, y que es fruto de un proyecto impulsado por la parroquia de Fô-Bouré, al frente de la cual se encuentra actualmente el misionero español Rafael Quirós.
Un total de 15.000 personas pueden beneficiarse de este proyecto financiado por la ONG Manos Unidas y que también ha contado con la colaboración de otras fundaciones y organismos públicos. La mayoría de familias abonadas pagan entre 4,5 y 5 euros de media al mes por recibir electricidad.
"Se han desarrollado comercios, se han abierto tiendas, hay menos averías y los chavales pueden estudiar por la noche", explica Quirós desde Sakarou, donde se encuentra ubicado uno de los campos solares y donde el proyecto también ha contado con el apoyo de Mensajeros de la Paz y el Gobierno de La Rioja.
Antes de la puesta en funcionamiento de los paneles y las baterías, el primer paso fue instalar en las calles farolas solares bajo las cuales los niños y jóvenes acudían a estudiar. Actualmente, ya no hace falta, porque, según explica Dafia, el sistema es "absolutamente efectivo" y los abonados pueden tener luz durante todo el día.
Más de la mitad de hogares de Benín no tienen acceso a la electricidad, con una tasa de electrificación del 51 por ciento en las ciudades y del 2 por ciento en el medio rural. El Gobierno de Benín se propuso hace años la electrificación de la nación, pero al no existir saltos de agua en el país, solo se podía conseguir trayendo la electricidad del exterior. Actualmente, las casas que están conectadas a la red eléctrica estatal sufren cortes de corriente continuos.
UNA TIENDA PARA RECARGAR MÓVILES
La llegada de la luz a estos pueblos a través de la red fotovoltaica impulsada por los misioneros españoles de Fô-Bouré, les ha ofrecido la posibilidad de tener una nevera o un televisor y ha fomentado la creación de nuevos negocios antes impensables como una tienda de recarga de móviles. El dueño de una de ellas, Luc Buramdi explica que emprendió este negocio hace tres años gracias a la llegada de la luz. Los clientes le llevan entre 20 y 40 móviles al día y paga 15 euros al mes de media por la electricidad.
Desde detrás del mostrador de esta pequeña caseta que se ilumina al ritmo de las luces verdes, rojas y amarillas intermitentes de los móviles cargándose, Buramdi asegura que está contento porque el negocio le está reportando beneficios.
También se beneficia Anne Marie, que a sus 30 años ha montado un negocio de venta de bebidas frías gracias a la electricidad. Mientras sienta a su bebé sobre una de las neveras que ha comprado, esta joven calcula que paga de media unos 45 euros al mes y 91 euros cuando es Ramadán, el mes del ayuno para los musulmanes, cuya población está creciendo en Benín. Reconoce que el precio de la electricidad es "muy alto" y que aún le cuesta llegar a fin de mes.
Asimismo, la parroquia de Fô-Bouré ha impulsado en los últimos años, con el apoyo de Manos Unidas, tres depósitos de agua y su canalización hacia 24 fuentes distribuidas a lo largo de 28 pueblos. Unos 90.000 habitantes del ayuntamiento de Sinendé se benefician de la llegada del agua potable que ha provocado una disminución del número de diarreas y enfermedades estomacales.
"Antes de estas instalaciones, había muchos casos de diarrea porque la gente cogía agua de las charcas y los dispensarios estaban llenos", indica el responsable de los técnicos de estas instalaciones, Albert Biogado.
EL 'CASTILLO' DEL AGUA
El sacerdote español Rafael Quirós explica que en algunos de los pueblos, las captaciones se encuentran a 8 kilómetros por lo que el agua llega a través de tuberías. En cada pueblo hay un comité del agua, formado por un presidente, un vicepresidente y tesoreros. Una vez que pagan los sueldos de los fontaneros, técnicos y responsables de las fuentes, o las posibles averías, tienen la obligación de reinvertir los beneficios en el propio pueblo.
Un grupo de mujeres espera con vasijas sobre sus cabezas delante de la fuente de Kokabo, uno de los pueblos que se benefician de este proyecto. La encargada de la llave de esta fuente, Kassaré, abre el grifo y un chorro de agua transparente comienza a llenar el barreño de una de las mujeres. Kassaré, madre de dos gemelas, trabaja de lunes a domingo en la fuente y afirma que por allí pasan cada día un centenar de personas.
Según explica, desde que construyeron la instalación, "el castillo del agua", tal y como ellos lo denominan, "ya no hay enfermedades" y además ganan un dinero para necesidades del pueblo como arreglar el colegio de sus hijos. El proyecto se completa con una veintena de letrinas construidas en los diferentes pueblos.
Alrededor de las 18,30 horas, el sol se oculta en Kokabo pero a diferencia de hace unos años, la luz no desaparece del todo con el anochecer. Sus habitantes pueden seguir cocinando, estudiando, realizando sus tareas y, simplemente viviendo, a la luz de una bombilla y con agua potable. Ahora, ya pueden pronunciar el nombre de su pueblo con todo su significado: "Allí donde el agua hace curva".