COTONOU (BENIN), 12 Dic. (de la enviada especial de EUROPA PRESS, Laura Ramírez) -
Entre 70 y 100 niños que viven en la calles de Cotonou, la ciudad más grande de Benín, duermen cada día en la casa de acogida nocturna de los salesianos Mama Margarita, cuya ampliación ha financiado Manos Unidas. Por el día, su 'casa' es Dantokpa, el inmenso mercado al aire libre de la ciudad de Cotonou, uno de los más grandes de la región de África Occidental, donde deambulan y son explotados laboralmente. Cuando cae la noche, todos luchan por encontrar un lugar resguardado donde dormir.
Agosua, Ivor y Antoine son algunos de los chavales que duermen en Mama Margarita. Agosua, de 15 años, trabaja durante el día en un molino de especies por 15 euros al mes mientras que los otros dos menores ganan 50 céntimos al día por una jornada descargando cebollas en Dantokpa.
Uno de los motivos que empuja a estos niños a las calles de Cotonou son los problemas en sus familias, como la pobreza o las separaciones de los padres. Algunos de ellos son rechazados por los segundos cónyuges de su padre o madre y acaban marchándose de casa, otros han sufrido maltrato, mientras que muchos son "cedidos", los conocidos como niños 'placés', es decir, entregados por sus padres para que vayan a Cotonou supuestamente a formarse para poder tener un futuro mejor, pero que en realidad acaban realizando duros trabajos.
En un país en el que viven 9 millones de habitantes de los cuales casi la mitad son menores de 18 años, el 68 por ciento de los niños de entre 5 y 17 años trabaja, un porcentaje que alcanza el 66 por ciento entre los 5 y 14 años, es decir, en edad de escolarización obligatoria. Asimismo, se estima que el 31 por ciento de la infancia realiza un trabajo a abolir, con grandes riesgos para la salud y la seguridad.
PANADEROS, COSTUREROS Y CARPINTEROS
Ante estos casos de explotación que no aumentan pero tampoco disminuyen, tal y como explica el director de la Casa Mama Margarita, el padre Celestine, los salesianos intentan cada día atraer a estos niños de la calle para ofrecerles alfabetización y el aprendizaje de un oficio que les permita salir de las calles y ser independientes.
Para ello, cuentan con una escuela acelerada (una en la casa Mama Margarita, donde acuden 97 niños, y otra en el propio mercado, con 85 menores), donde los niños reciben apoyo escolar y acompañamiento y pueden completar la Educación Primaria; y con talleres de formación --en reparación de motos, costura y carpintería, entre otros--, también financiados por Manos Unidas.
El joven de 17 años Ulrich Houessou ha recibido un año de formación en panadería y ahora trabaja en Calavi. Su padre murió cuando él tenía 13 años y él decidió dejar atrás sus estudios en Abomey, donde vivía con su madre, para viajar a Cotonou y ganar algo de dinero para su familia. Allí acabó en el mercado de Dantokpa descargando y transportando.
Mientras hornea las barras de pan, recuerda cómo un día escuchó a sus amigos hablar sobre la casa de los salesianos y acudió a la barraca que tienen en el mercado precisamente para atraer a los menores. Ahora, Ulrich se siente orgulloso y se emociona al explicar que con su sueldo como panadero puede pagar el colegio de su hermano pequeño.
Otro ejemplo de la reinserción de estos niños es el de Codjo Sylvain y Gozo Apollinaire, jóvenes de 18 y 19 años que, después de pasar por los talleres de formación, se han asociado y se dedican a fabricar jabón para peluquerías y restaurantes en la casa de su abuela.
VÍCTIMAS DEL TRÁFICO DE MENORES
Al problema del trabajo infantil, se suma el caso de niños víctimas del tráfico de personas, por parte de mafias muy organizadas. Según datos del Ministerio de Asuntos Sociales de Benín, 40.317 niños y niñas de entre 6 y 17 años fueron víctimas de tráfico en el país, lo que representa un 2 por ciento de la población beninesa de esa franja de edad.
Alrededor del 90 por ciento de estos niños son traficados dentro de Benín y el resto sufren el tráfico transfronterizo sobre todo entre Benín y países como República del Congo, Gabón y Nigeria. Se calcula que por menos de treinta euros se compra un niño en este país.
Frente a estos peligros, la casa dormitorio de los salesianos se convierte en un entorno seguro a partir de las 19,00 horas, cuando comienzan a llegar los primeros niños al centro de acogida Mama Margarita.
A las 21,00 horas, casi 50 chavales llenan la planta baja del centro, corren, gritan, saltan, juegan y cantan guiados por varios monitores y educadores sociales. Son los mismos niños que unas horas antes realizaban trabajos peligrosos, los que sufrían explotación o maltrato, los que deambulaban por un inmenso mercado donde el barro y la basura hacen las veces de asfalto.
A las 22,00 horas el padre Celestine les pide que se sienten. Cada niño abraza con sus piernas al que está sentado inmediatamente delante de él y el bullicio propio de los pequeños se convierte en silencio y atención. El sacerdote les advierte de los riesgos de las calles y rezan una oración a la Virgen (aunque la mayoría no son católicos, sino animistas, musulmanes o evangélicos). "Pero saben que este es un centro católico", explica Celestine.
Tras un cacheo para que no introduzcan en el cuarto objetos punzantes o cualquier cosa que pueda ser objeto de pelea --como el poco dinero que hayan ganado en el día, que les guardan a la entrada--, se tumban sobre sus esterillas y dan las buenas noches.
Un día más ellos dormirán bajo techo, lejos de los peligros de las calles, con el sueño de, algún día, poder ser ellos los que acojan a otros niños, o los que sean peluqueros, dueños de su propio taller de costura, diseñadores, carpinteros o incluso ministros. Si bien, muchos otros seguirán durmiendo en la calle. "No hay una sola solución", asegura el padre Celestine, al tiempo que apunta que la clave es la sensibilización.