MADRID, 1 Oct. (EUROPA PRESS) -
Para muchos de los refugiados que llegan a España, el Centro de Acogida es el primer paso del programa de integración, un itinerario que se desarrolla en tres fases y dura un máximo de dos años, al cabo de los cuales se acaban las ayudas. Han de buscarse la vida como el resto de los ciudadanos aunque de partida, puedan estar en desventaja. Es la fecha límite y los solicitantes de asilo que residen en el centro de CEAR en Getafe (Madrid) lo saben bien: Viven contando los días.
El centro es un edificio de 4.000 metros cuadrados y 200 de patio con paredes de chapa y pintura de colores, que en cuestión de un mes estará preparado para acoger a 174 solicitantes de asilo, frente a los 126 que caben en la actualidad. Al 100% de su capacidad, tiene residentes de países, géneros, razas, etnias y religiones distintas, que recorren todo un itinerario de cursos y programas de apoyo pensados para su integración completa en el país. No se contempla el retorno.
"Habrá muchos que podrán volver si se soluciona el conflicto pero habrá otros que ya no puedan o no quieran, porque la vida se complica. Los programas de atención a refugiados están pensados para integrar a la gente aquí porque no sabemos cuándo tendrán billete de vuelta. Tenemos que partir de que la gente va a tener que vivir aquí. ¿Que vuelves? Fenomenal. Pero ¿Y si te quedas?", plantea la coordinadora estatal de acogida de CEAR, Mónica López, en declaraciones a Europa Press.
El programa arranca con una primera fase de acogida en el centro que dura de seis a nueve meses, en función de la vulnerabilidad. El segundo paso es ya en un piso de alquiler, donde tienen los gastos pagados durante otro medio año (11 meses los más vulnerables). La tercera fase, es la de cadencia, máximo seis meses durante el que los refugiados pueden recibir alguna ayuda de emergencia, como la cobertura de un recibo atrasado o dinero para libros de texto.
En el camino, los retos: Recomponerse, aprender a marchas forzadas castellano, con clases diarias durante meses, adquirir competencias laborales nuevas o reciclarse, encontrar a alguien que quiera alquilar un piso a una persona cuyo único documento es una autorización de estancia provisional o la mayor empresa, encontrar un empleo en el mercado laboral actual y mantenerlo cuando se hayan acabado las ayudas del sistema. Todo, habiendo huido del horror y cruzado medio mundo con lo puesto.
MI CASA Y LA DE OTROS 100
Hasta dar el primer salto, residen en esta instalación repartida en una planta de zonas comunes --salas polivalentes, aula de informática, comedor y salón común-- y dos pisos de dormitorios que se adaptan a personas solas y familias, donde rigen las mismas reglas que en un colegio mayor, sólo que hasta las instrucciones más básicas aparecen escritas en cinco idiomas.
La mayor parte de la vida se desarrolla fuera de sus paredes, porque la apuesta es que se formen en entornos donde los solicitantes de asilo puedan establecer redes con otros ciudadanos. Para los menores, cuenta con parques y recursos específicos. Se entabla diálogo con la comisión de escolarización para seleccionar los colegios donde incorporarles cuando llegan, la mayor parte de las veces, a mitad de curso.
Los baños son comunes, salvo en los cuartos para perfiles muy vulnerables. "Tenemos dos habitaciones para los cinco, vivo con mi mujer como si fuésemos hermanas, con los niños todo el día encima, y cada vez que quiero ir al baño, tengo que pasar por delante de diez habitaciones y saludar a diez personas", comenta entre risas uno de los huéspedes, Mohammed Elkurami, padre de tres niños, sentado en el patio del centro junto a una bolsa con especias para aliñarse la comida.
En el comedor, comenta López, "es donde se vuelcan muchas frustraciones" porque al fin y al cabo, "es gente que preferiría estar en su propia cocina, cocinando su propia comida". Lo gestionan dos profesionales y un equipo de cuatro refugiados que ya superaron el proceso de acogida. Nunca hay cerdo en el menú. Lo eliminaron porque "casi nadie lo comía".
"SER FUERTES Y SEGUIR"
Mohammed Harestani, su mujer y sus tres niños vive aquí desde hace algo más de nueve meses. Les quedan cuatro días. El lunes, por fin, se mudarán a un piso de alquiler. Ha pasado una odisea desde que en 2013 abandonó su Siria natal tras cruzar a Líbano y conseguir unos visados y ahora, es optimista, pero tiene algo de vértigo. Aún no le ha devuelto la llamada la última empresa a la que envió el curriculum y sabe que en seis meses, tendrá que ser capaz de mantener a su familia. Tiene 54 años y habla cuatro idiomas.
En Siria tenía una clínica de fisioterapia, una tienda de electrónica, dos casas, dos coches, y la costumbre de salir de vacaciones al extranjero. Ha perdido todo su patrimonio, su familia está dispersa y su mujer, profesora de inglés, está buscando de lo suyo. Mientras, cuida a una señora mayor una vez por semana. "Hay gente que nos dice que en seis meses vamos a estar en la calle, pero yo creo que no. Tenemos que ser fuertes, tenemos que seguir", afirma en correcto español.
Bassam Mohammed no lo ve tan claro, su situación es diferente. Ha cumplido los 65 y hace menos de seis meses que pidió asilo en España, así que su autorización de residencia no le permite trabajar y tiene prisa por hacerlo. "Los propietarios no te dejan ni incluso pedir información sobre el piso salvo que tengas permiso de trabajo o una cuenta bancaria y esa no puedes abrirla porque todavía eres solicitante de asilo, así que al final, no nos alquilan el piso", explica.
"Nuestro problema es la normativa del Gobierno sobre los refugiados. Este programa (...) nos dan ayuda por unos meses y después, se acabó", comenta por su parte, Elkurami, ingeniero especializado en energías renovables que llegó a mediados de mayo al centro de CEAR con su familia, casi tres años después de huir de Kobane. Le quedan "45 días" y su mayor reto está siendo encontrar un piso que pueda mantener.
"NUESTRO TRABAJO ES DARLES LAS HERRAMIENTAS"
López apunta que "no es lo mismo un refugiado que acaba de llegar" que uno que lleva más tiempo y que ya es "más consciente de lo que cuesta la vida en España, de lo que se puede y no se puede hacer". Explica que con un programa de dos años una persona puede adquirir las herramientas necesarias para ser autosuficiente, pero "otra cosa" es "ser competitivo" en un mercado laboral de poca oferta.
"Cuando haces que quien tienes enfrente sea una víctima, un pobrecito al que para ayudarle le haces las cosas, te estás poniendo en una posición de superioridad. Son personas adultas que toman sus propias decisiones y lo que tienes que hacer es que sean libres y tengan los elementos para decidir. Ese es nuestro trabajo, darles las herramientas y el conocimiento para que puedan manejar su vida, no para depender siempre de unas prestaciones", afirma.