Gabriel Ramas, de Encantado de Comerte - ENCANTADO DE COMERTE
He nacido en el año 87. Pertenezco a la llamada generación "millenial". Los millenials nos caracterizamos por muchas cosas, entre ellas haber crecido en pleno boom tecnológico, vivir en la precariedad y hacernos muchas preguntas. Con respecto a esto último, una de las preguntas que yo me hago es la siguiente: ¿A dónde demonios se dirige el mundo?.
Miro a mi alrededor y observo un mundo al borde del precipicio. Familias y comunidades enteras siguen sumidas en la pobreza. El cambio climático amenaza la manera en la que vivimos. Las desigualdades se acrecientan. Las empresas tecnológicas tienen más poder que países enteros. Los conflictos proliferan. Los gobiernos responden más a intereses creados que a necesidades reales.
Y en medio de todo esto estamos los ciudadanos, conscientes de que hay algo que no va bien pero presos de una especie de fenómeno narcótico que nos adormece y nos incapacita para actuar.
Esto me llevó un día a replantear el papel que yo quería desempeñar en la sociedad. ¿Estaba dispuesto a aceptar el mundo tal y como es? ¿O estaba dispuesto a romper con el status quo para intentar hacer de este mundo un lugar mejor? Seguridad y conformismo versus riesgo y cambio. No fue para nada una decisión fácil, pero hace ya dos años que mis inquietudes le ganaron la batalla al miedo y decidí aventurarme en un bonito proyecto de economía circular llamado Encantado de Comerte. Por aquel entonces no tenía ni idea de a dónde me llevaría esta aventura. Pero tenía muy claro una cosa: iba a trabajar en un proyecto que podía cambiar las cosas a mejor, y sólo por eso merecía la pena intentarlo.
En este artículo no voy a escribir sobre Encantado de Comerte, sino tratar de aportar una respuesta a la cuestión siguiente: si somos conscientes de que no vamos por el buen camino, ¿qué nos impide pasar a la acción?.
Desde mi punto de vista hay un factor claro y evidente que nos paraliza para caminar hacia un mundo mejor, y es el hecho de pensar únicamente en dinero. Esa inacción ocurre porque el dinero se acaba apoderando de nuestras vidas. No es culpa nuestra. Es culpa de vivir en un sistema que premia al que más dinero tiene y margina al que menos tiene. El dinero es un arma de doble filo. Si sólo nos movemos por dinero, entonces lo que acabemos haciendo por dinero importa poco, y ser bueno o malo. Y eso es justamente lo que nos está ocurriendo hoy: el cambio climático y el índice de Gini siguen creciendo porque nuestra prioridad ante todo es ganar dinero.
Que no se malinterpreten mis palabras. No pretendo culpar al dinero de todos nuestros males. De hecho, no pongo en duda de que el dinero es un recurso indispensable para que una sociedad innove y avance. Ahora bien, ¿es el dinero un recurso suficiente para asegurar que nuestra sociedad avance de manera próspera y sostenible?. La respuesta es que no.
Después de 250 años de economía moderna, no tengo pelos en la lengua en afirmar que el postulado de Adam Smith basado en el enriquecimiento personal se quedó corto de miras. Tanto desde el punto de visto medioambiental como desde el punto de vista social, el sistema económico actual resulta insostenible y abocado al fracaso.
¿De qué nos sirve generar riqueza si a su vez destruimos el planeta en el que vivimos? ¿De qué sirve que la riqueza esté en las manos de unos pocos elegidos? Un sistema económico basado únicamente en la generación de riqueza personal es un sistema que acaba llevando a grandes desequilibrios a nivel global. Es totalmente necesario repensar una nueva manera de hacer una economía más justa y adaptada a los retos a los que nos enfrentamos. En mi opinión, esta reformulación del sistema pasa por convertir la ecuación "riqueza=crecimiento económico" en "riqueza + impacto = crecimiento económico + sostenibilidad". En otras palabras, no vale únicamente generar riqueza. Tenemos que ser capaces de generar riqueza e impacto (positivo), y sólo de esta manera acabaremos teniendo un crecimiento económico sostenible.
El reto no es poco. Estamos ante un cambio sistémico que requiere de una auténtica revolución social. Una revolución que podríamos acuñar como "Revolución del Impacto" por la urgente necesidad de que todos y cada uno de los agentes de la sociedad basemos nuestras acciones del día a día en propósitos que no sólo generen riqueza, sino que además generen impacto.
De este modo, los consumidores deberían de basar sus compras en criterios otros que el precio de compra, y evitar consumir productos o servicios nocivos para el planeta.
Los emprendedores deberían generar riqueza aportando soluciones innovadoras a problemas sociales o medioambientales.
Las corporaciones deberían reformular sus actividades y poner en el centro de sus modelos de negocio la generación de impacto positivo, sin caer en la tentación del "greenwashing" o "socialwashing", conceptos por los que la empresa se vende como medioambiental o socialmente responsable cuando en realidad su impacto positivo es mínimo.
Los gobiernos deberían sancionar a las empresas que lo hacen mal (incluyendo a las que practican el 'greenwashing') e incentivar a las que lo hacen bien.
Los inversores, además de analizar el riesgo y retorno de su inversión, deberían de valorar el impacto, y apostar por inversiones de impacto. Porque las empresas que hoy no sean capaces de generar impacto, mañana no serán capaces de ofrecer rentabilidad a sus inversores, por el simple hecho de que no existirán.
Pensar únicamente en dinero es peligroso porque nos hace perder la visión de lo que es bueno o malo. Tenemos que romper con este paradigma, y ser menos egoístas y más altruistas. Muchos pensarán que las personas somos egoístas por naturaleza y que no se puede ir en contra de la naturaleza. Yo no creo que las personas nazcan siendo egoístas. Lo que sí creo es que se vuelven egoístas cuando el dinero es el único propósito en sus vidas.
En este sentido, eduquemos a las nuevas generaciones para que sean personas formadas, capaces de pensar y actuar por sí mismas y ante todo buenas. En definitiva, personas que sean capaces de decir NO al dinero si éste compromete el modo de vida de su entorno. Esa es la batalla que debemos de llevar: pensar más allá del dinero persiguiendo objetivos de impacto positivo que nos haga retomar el control de nuestras vidas.
La Revolución del Impacto ha llegado. Al igual que la revolución tecnológica cambió nuestras vidas, la revolución del impacto cambiará nuestras vidas a mejor. Despertemos y demostrémosle al mundo que es posible generar riqueza y hacer el bien a la vez.
Gabriel Ramas es emprendedor de impacto y cofundador de la plataforma digital de consumo sostenible Encantado de Comerte, para evitar el desperdicio alimentario.