JAVIER URRECHA (ENTRECULTURAS)
MADRID, 31 Ene. (Autor: Daniel Villanueva, Director de Entreculturas) -
Decía H.G. Wells que "la historia de la humanidad es una gran carrera entre la educación y la catástrofe" y -casi un siglo después- aún no sabemos quién está ganando. Las brechas de desigualdad social, las crisis humanitarias que están afectando a los más de 65 millones de personas refugiadas, la degradación medioambiental o los 800 millones de personas que aún viven en condiciones de extrema pobreza nos dibujan un contexto muy preocupante. Ahora bien, la carrera sigue en marcha y la apuesta por la educación sigue siendo decisiva para vivir en un mundo más justo y equitativo.
La educación es, para Entreculturas y para la comunidad internacional, el factor clave que puede revertir la situación actual de crisis eco-social. La falta de educación o su satisfacción precaria, no sólo nos plantea retos en términos de acceso a las necesidades sociales básicas, sino que condiciona el desarrollo de capacidades, de modelos y propuestas alternativas, de consecución de otras necesidades o de la autorrealización personal y profesional. Tal y como plantea Manfred Max Neef "concebir las necesidades tan sólo como carencia implica restringir su espectro a lo puramente fisiológico, que es precisamente el ámbito en que una necesidad asume con mayor fuerza y claridad la sensación de "falta de algo". Sin embargo, en la medida en que las necesidades comprometen, motivan y movilizan a las personas, son también potencialidad y, más aún, pueden llegar a ser recursos".
Es decir, no sólo faltan cosas, también seguramente sobran algunas y necesitamos otras distintas, pero sin duda debemos potenciar la capacidad de generar nuevos sujetos y nuevas formas de organizarnos que garanticen sociedades más igualitarias, inclusivas y respetuosas con la naturaleza. Difícilmente podremos lograr esto sin las potencialidades de la educación, entendiendo el derecho a la educación no sólo como el acceso a la escuela primaria sino como "una educación inclusiva, equitativa y de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todas las personas", tal y como recoge el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 4 de la nueva agenda internacional de desarrollo.
Por lo tanto el reto educativo debe ser una prioridad en cualquier política, especialmente para aquellas como la nueva agenda 2030, que han identificado los principales retos que debemos abordar a la hora de transformar nuestro mundo. La capacidad que tiene el derecho a la educación para habilitar la consecución de otros derechos, así como su función catalizadora a la hora de activar otros procesos sociales deberían colocarla en el centro de nuestra acción.
La educación nos ayuda a alcanzar mejores niveles de bienestar social, reduce las desigualdades económicas y sociales, favorece la movilidad de personas de manera autónoma, permite mejorar nuestro acceso y nuestras condiciones en el ámbito laboral, amplía las oportunidades de futuro de jóvenes, nos ayuda a combatir enfermedades infecciosas y hábitos de higiene no saludables, mejora nuestra alimentación, contribuye a eliminar conductas discriminatorias o intolerantes, favorece la planificación familiar y la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, beneficia la participación política o nos ayuda a construir sociedades más democráticas y pacíficas. Sus beneficios son de sobra ya conocidos por la comunidad internacional.
No obstante, si analizamos los resultados del informe 'La Ayuda en Educación a Examen, 2017' que hemos desarrollado desde Entreculturas, junto con Alboan y la Fundación ETEA, nos encontramos que la tendencia internacional desde 2007 es una pérdida de relevancia del sector educativo y especialmente de la inversión en educación básica. El informe señala que hay un deterioro de la perspectiva de derechos que atiende fundamentalmente problemáticas de primer orden que van al origen y las causas de muchas cuestiones y estamos retrocediendo hacia iniciativas y propuestas que ligan los fondos de ayuda al desarrollo a intereses geopolíticos, económicos o de actualidad mediática.
Ahora bien, mientras en el contexto internacional esta pérdida de relevancia aún no es significativa en términos de montos totales, en el caso de España la ayuda en educación ha caído estrepitosamente a un ritmo aún mayor que el de la ayuda global. Así, nuestro país ha pasado de ocupar el puesto número seis entre los países que más ayuda aportan al sector educativo (con 477 millones de dólares en 2008) a tener la posición 22 en 2014 (53 millones de dólares).
Si analizamos lo que suponen estas cifras en el conjunto de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), nos encontramos que España destinó en 2015 menos de un 1% de la ayuda a intervenciones en el ámbito de la educación básica, su peor cifra en los últimos 15 años y muy lejos de lo que recogía la Proposición no de Ley que aprobó el Congreso en 2006, donde se recomendaba alcanzar al menos el 8%.
Tal y como señalamos en nuestro informe hay que recuperar nuestra inversión en cooperación, pero más aún hay que reforzar una apuesta que señale prioridades, que aproveche la experiencia de trabajo acumulada y que converja con la nueva agenda 2030. Para ello, la educación debe jugar un papel esencial tanto como motor de cambio, así como instrumento acelerador de las estrategias que nos marquemos y como herramienta para construir una ciudadanía más consciente de sus derechos, crítica con las situaciones de desigualdad e injusticia e implicada y motivada por una acción más solidaria.
Si hacemos esta apuesta y confiamos en la afirmación de H. G. Wells, aún estamos a tiempo de frenar la catástrofe.