Desde el inicio de la pandemia hemos visto el lado más inhumano y perverso del sistema y, frente a eso, el lado más humano y solidario de la población en general y de los más pobres en particular.
El Ecuador sufre en sus ciudades y en muchas familias las consecuencias de esta mortal enfermedad que las autoridades no supieron ni quisieron enfrentar de forma oportuna. El origen de los contagios se dio en la ciudad de Guayaquil, desde donde se multiplicaron los casos de forma incontrolable por todo el país, impactando gravemente en los sectores populares y en los barrios marginales de las ciudades.
Fue desgarrador ver a familias que buscaban desesperadamente algún tipo de ayuda ante la enfermedad y que no encontraban respuesta en el sistema de salud; había personas que caían muertas en las calles y cuyos cadáveres quedaban en la vía pública sin que nadie los retirara; muchos fallecían en sus casas y permanecían hasta cinco días sin que ninguna autoridad se hiciera cargo de ellos; las personas fallecidas en los hospitales eran amontonadas en pasillos sin ningún tipo de consideración y sin aportar información a los familiares que solicitaban información o la entrega de los cuerpos para proceder al entierro. Hay casos en los que la muerte se ha llevado a familias enteras o apenas han quedado una o dos personas que no han sucumbido a la enfermedad. Hasta el día de hoy hay más de doscientos cadáveres amontonados en contenedores a la espera de una posible identificación que tarda en llegar.
Con el estado de excepción decretado el 16 de marzo y las medidas de aislamiento domiciliario, el problema adquirió un nuevo cariz ya que muchas familias dependen del sector informal: apareció el hambre por la falta de dinero. Se calcula que un 62 % de familias ecuatorianas dependen de los escasos dólares que pueden reunir diariamente. La angustia hizo que muchas personas prefirieran enfrentarse a multas o, lo que es peor, al contagio, antes de morir de hambre. La medida del gobierno de entregar un bono de 60 dólares a las familias pobres llegó muy tarde y sin el alcance anunciado.
Desidia, indiferencia y corrupción
Si tuviéramos que definir la actuación del gobierno ecuatoriano en esta crisis, podríamos hacerlo con tres palabras: desidia, indiferencia y corrupción.
Desidia, porque en los tres años del presente gobierno se desmanteló el sistema público de salud, reduciendo los presupuestos y despidiendo a un número importante del personal médico. Indiferencia, porque en lo más álgido de la crisis se prefirió pagar la deuda externa en lugar de atender a las personas que agonizaban y morían en sus casas o en los hospitales. Corrupción, porque cuando finalmente destinaron algunos recursos para atender a las familias se han encontrado sobreprecios en los insumos médicos, en los escasos kits de alimentos que se reparten a las familias y hasta en las fundas utilizadas para recoger los cadáveres. Los ataúdes de cartón para sepultar o cremar a los pobres son la triste imagen del desastre que vivimos.
La propuesta gubernamental para salir de la crisis es aplicar una política económica de choque, obediente a los dictados del FMI y el Banco Mundial. El coronavirus y la crisis económica son la coartada perfecta para nuevas medidas neoliberales. Esto ya se está traduciendo en nuevos despidos de empleados públicos, disminución de los presupuestos para educación y salud, nuevas normas para la reducción de los derechos de los trabajadores, etc. En contrapartida unos pocos volverán a beneficiarse a costa de cargar la solidaridad a los pobres y a la clase media. No se piensa en una propuesta de pacto social transparente con reformas que incluyan una intervención del Estado para sacar adelante a la mayoría de la población.
Una puerta a la esperanza: solidaridad y agricultura familiar
En medio de la catástrofe se han dado grandes y pequeños gestos de solidaridad, desde el compartir comida hasta apoyar a otras personas para encontrar doctores, medicinas y solventar muy distintas necesidades. Se ofrecen servicios de todo tipo sin cobrar. La generosidad de las comunidades y de las familias indígenas, afrodescendientes y montubias que reciben a sus familiares y amigos en su casa, porque en la ciudad hay un mayor riesgo de contagio. Los pueblos indígenas recuperan su sentido territorial, comunitario y solidario.
Las organizaciones indígenas y campesinas han rescatado la agricultura familiar campesina. Hombres y mujeres del campo han visto importante asegurar su alimentación, pero también han visto que es importante llegar a las ciudades con alimentos sanos y a precios baratos. Esto se está convirtiendo en una alternativa económica con futuro. Mientras las grandes cadenas de supermercados han especulado salvajemente con los precios, son los pequeños campesinos los que salen al rescate en ferias populares. En las ciudades se incrementa el aprecio por quienes realmente producen para alimentar a la población. Las redes de productores agroecológicos y las instancias de comercio justo y solidario ligadas a la economía popular y solidaria se han convertido en agentes muy importantes para canalizar la ayuda a las personas más vulnerables y desprotegidas.
Las cooperativas de ahorro y crédito de los sectores populares siguen atendiendo y son un medio para solventar las necesidades económicas de sus socios y socias y de sus localidades. Una vez más, en plena crisis, son las finanzas populares y solidarias las que salen al frente con respuestas oportunas, como ya ocurrió en la crisis económica que sufrió Ecuador en el final del milenio y que se saldó con la migración masiva hacia países como España.
Toma de conciencia
El enfrentarse al riesgo de enfermar e incluso morir no solo ha hecho que muchos vuelvan los ojos hacia Dios, sino que tomen conciencia de que muchas cosas son prescindibles y que la relación con los demás es vital. Hoy parece más evidente que nunca la necesidad de la dimensión espiritual y la necesidad de cambiar el estilo de vida, sin ser esclavos de un consumismo estéril.
Muchos sectores se han dado cuenta, asimismo, de que la atención a la salud es prioritaria y que no se puede dejar en manos privadas. Muchas personas, en especial los jóvenes, van a ser más conscientes de que el sistema no es el adecuado. Y aquellos que hemos planteado economías alternativas posiblemente nos reafirmemos en lo que creemos y podamos decirlo sin temor.
Con la ayuda de instituciones fraternas como la española Manos Unidas, hoy seguimos apoyando a las comunidades y personas más vulnerables, llevando ayuda en alimentos e implementos de bioseguridad (mascarillas, guantes, elementos desinfectantes) a comunidades y lugares donde no ha llegado ni llegará la ayuda gubernamental. Son los lugares más lejanos y aislados. Nuestra atención se centra en comunidades indígenas, afrodescendientes y montubias y, en su interior, en personas adultas mayores, mujeres solas y con hijos y familias con personas con algún tipo de discapacidad.
Nos planteamos asumir una dimensión profética que denuncia lo injusto y anuncia buenas nuevas. Es posible que muchos quieran seguir con el mismo modelo acumulador, injusto y destructor del planeta, pero nosotros queremos luchar por hacer posible un nuevo mundo de verdad, justicia, paz y amor para todos y todas.
Xabier Villaverde es el coordinador del Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio (FEPP), socio local de Manos Unidas en Ecuador.