Hace poco leí un cuento que hablaba de un principito de mechones de oro, que llegó al mundo debajo de una estrella, que reía y que nunca respondía cuando se le preguntaba. Ese principito me recordó que un día yo también fui niña.
Ocurrió un día cuando el sol entraba por la ventana. De repente, miré lo que tenía encima de mis rodillas y me pregunté: "Andrea, ¿hace cuánto tiempo que no lees un cuento? Respondió una voz: "Las personas grandes no tenemos tiempo para perderlo en tonterías, tenemos asuntos importantes que atender, decisiones importantes que tomar...".
No hice caso a esa voz y, al poco tiempo, me di cuenta cómo mi corazón y mis manos estaban emocionadas por volver a abrir un cuento tantos años después. Lo primero que leí fue "Todas las personas grandes han sido niños o niñas antes (pero pocas lo recuerdan)."
Todo niño, toda niña, recorre el camino hasta convertirse en una persona grande a través del juego. Las expertas dicen que el juego es fundamental en el desarrollo de la infancia, ya que durante los primeros años toda la estimulación se hace a través del juego, siendo la actividad donde más se aprende sobre uno mismo, sobre el entorno y sobre los demás.
Más tarde el niño o la niña descubre que la vida de las personas grandes ¡es fascinante! Por lo que empieza a imitarlas, lo que las expertas llaman el juego simbólico. De esta forma se pone en práctica cosas de la vida adulta: vestir y desvestir a los peluches, cocinar, utilizar el móvil, hacer la compra, peinar... Así, el juego se va adaptando a medida que crecemos para desarrollar las competencias que necesitarán las personas pequeñas cuando sean personas grandes.
En el juego aprendemos a negociar, a poner límites y a respetar los límites de los demás. Descubrimos nuestras capacidades, aprendemos a ganar y a perder, a sentirnos que pertenecemos a un grupo. Descubrimos el poder de la negociación y del diálogo. También se descubren las emociones y se aprende a gestionarlas: la frustración, el enfado, la empatía... En definitiva, lo que se expresa durante los juegos, construye nuestra narrativa y relación con el mundo.
Durante un tiempo, siendo una persona pequeña, dejé de querer jugar. Mi madre era una persona grande y sabia, y se dio cuenta que esta apatía hacia el juego era un síntoma de cómo me encontraba emocionalmente. Descubrí lo que me ocurría, no entendía el mundo ni a las personas grandes. La solución parecía sencilla, aumentar el tiempo que mi madre jugaba conmigo.
A través del juego, mi madre fue construyendo conmigo la historia de mi familia y lo que ocurría a mi alrededor, adaptándolo a un lenguaje de personas pequeñas. Jugar tanto tiempo con ella me hizo sentirme segura, y me ayudó a poder gestionar mis emociones ¡y qué de emociones tenía esa persona tan pequeña!.
Pasado el tiempo, como a toda persona grande, me gusta poner números para entender el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente entre el 10% y el 20% de la infancia y la adolescencia experimenta en algún momento problemas de salud mental. En 2021, el informe del Estado Mundial de la Infancia de UNICEF profundizaba en cómo el confinamiento por la COVID-19 ha afectado y aumentado los desafíos de la salud mental en niños, niñas y adolescentes a nivel global. En sus páginas, se recoge cómo la pandemia afectó gravemente a su calidad de vida y a su capacidad para alcanzar el pleno de su potencial.
Cuando en la vida de un niño o niña faltan los juegos y las relaciones seguras y estables, el estrés puede afectar al desarrollo de las funciones ejecutivas y del aprendizaje del compartimiento social, aumentando así la agresividad, la depresión, la ansiedad, los problemas del sueño, la tristeza, la apatía y un sinfín más de condiciones.
Las expertas recuerdan que el juego ayuda a los niños y niñas a procesar las emociones difíciles, encontrando un espacio donde expresarse, a la vez que permite procesar sentimientos como el dolor, el miedo o la pérdida sin dejar de ser personas pequeñas. Es en el juego donde pueden recrear experiencias dolorosas y construir la narrativa de lo que ha sucedido.
Hoy soy una persona grande que decidió trabajar para que las personas pequeñas tuvieran todas las oportunidades posibles para crecer y ser felices. Soy Coordinadora del Área de Intervención de la Fundación Amoverse y he podido descubrir cómo el juego se convierte en una herramienta imprescindible de cada tarde. He visto como las caras de pequeñas personas que entran por nuestras puertas tristes, enfadadas, nerviosas o ansiosas, cambian y se transforman en caras alegres, emocionadas y sonrientes.
Todo ello, mientras las personas grandes de Amoverse acompañan cada juego, adaptándolo a cada etapa para que la infancia y la adolescencia vuelen alto. Una apuesta por visibilizar el papel crucial que tiene el juego en la salud mental de los niños, niñas y adolescentes que también se comprueba con la campaña 'Soy Cometa', donde reivindicamos, junto a la ONG Entreculturas, la importancia del juego en la infancia y la adolescencia.
Tanto la niña que fui como la persona grande que soy, recuerdan hoy más que nunca, Día Mundial de la Infancia, la importancia que tiene el juego en asegurar el bienestar de los niños y niñas. Hoy más que nunca, quiero recordar a las personas grandes del mundo que algún día fueron pequeñas. Hoy más que nunca quiero recordar que el juego es fundamental para la salud mental y el desarrollo de los niños y las niñas. Hoy más que nunca quiero recordar que el jugar es un derecho humano inalienable.
Andrea González es coordinadora del Área de Intervención de la Fundación Amoverse.