Publicado 18/12/2024 20:15

"Humanidad sin fronteras: enfrentemos el odio con empatía". Por Unai Sanz Llorente, de la ONG Entreculturas

Día del Migrante
Día del Migrante - PUEBLOS UNIDOS

   El 18 de diciembre, Día Internacional de las Personas Migrantes, es un día que, más que una conmemoración, debería ser un recordatorio. Un recordatorio de los rostros y las historias de vidas que a menudo quedan perdidas tras las cifras y los titulares. Este año, además, llega con un peso especial: el 12 de diciembre, los países miembros de la Unión Europea habrán presentado sus planes para implementar el Plan Europeo de Migración y Asilo que cierra aún más nuestras fronteras. Mientras se redactan documentos y se debaten estrategias, no debemos dejar de pensar en las personas que atraviesan desiertos y ríos en la frontera entre México y Estados Unidos, en la selva del Darién, en el Mediterráneo, o en el Atlántico rumbo a Canarias en busca de algo tan básico como la esperanza.

   Pensemos, sobre todo, en esos niños y niñas que cruzan a nado o caminan, a veces solos, avanzando siempre, aunque lleven a sus espaldas una pesada carga, la incertidumbre. Muchos hemos nacido y vivimos en un entorno seguro que nos cuida. No es el caso de la mayoría de los niños y niñas que se lanzan, o son lanzados, a buscar un futuro mejor con la incertidumbre del qué pasará mañana. ¿Cómo procesas, a los nueve o diez años, que el país u hogar que conoces ya no es seguro? ¿Cómo explicas a una adolescente de 12 años que el camino que tiene por delante está lleno de muros que no son solo de cemento, sino también de indiferencia?.

   Quienes trabajamos junto a aquellas personas que han tenido que migrar en las peores condiciones, hemos escuchado experiencias de niños y niñas migrantes que sentimos como heridas abiertas. Niñas que duermen en el suelo de centros de detención, niños que cruzan mares en balsas precarias, niñas que desaparecen en el desierto, bebés concebidos durante el camino fruto de una violación que llegan a un país que no es el suyo en brazos de una madre exhausta* Historias que duelen porque, aunque no deberían existir, son muy reales. Y a pesar de ello, a pesar de todo ese sufrimiento de tantos seres humanos, no es suficiente para acallar los crecientes discursos de odio, y las proclamas racistas y xenófobas que se hacen cada día más virales. Convirtiéndose finalmente en bulos y actitudes violentas. ¿La consecuencia inmediata de esto? Que hoy la imagen pública de un niño o una niña que emigra a nuestro país, sea más la de un delincuente que la de una víctima de la desigualdad, la guerra, o la miseria.

   Si hay algo que nos admira de las personas que se ven forzadas a migrar es su resiliencia y determinación. Dejan todo atrás: su tierra, su hogar, su familia, su cultura; y lo hacen porque quedarse, para ellas, no es una opción. Siguen adelante, a pesar del miedo, el cansancio y la soledad. Y quienes consiguen llegar a un supuesto "destino", muchas veces se encuentran con un lugar que los rechaza. En Europa y Estados Unidos levantamos muros cada vez más altos, encerrándonos y dando la espalda a medio mundo, mientras dejamos fuera a quienes solo buscan una oportunidad para vivir con dignidad.

   Entendemos que las soluciones son complejas. Las políticas migratorias son una macedonia de privilegios, miedos, e intereses políticos y económicos que no se aplican siempre de la misma manera si las personas que llegan a los países de acogida huyen de un país u otro, son de una procedencia de origen u otra, o profesan una religión diferente. Pero también sabemos, que en medio de esa complejidad, hemos olvidado algo fundamental: la humanidad. Las leyes y los planes deben construirse pensando en las personas, en sus miedos y en sus sueños; en la niña que espera reunirse con su madre, en el joven que busca un lugar donde estudiar, en el padre que solo quiere trabajar para que sus hijos tengan un futuro mejor.

   Y esto tiene una traducción concreta que exigimos y seguiremos exigiendo: asegurando el cumplimiento de los tratados internacionales en materia de derechos humanos que hemos firmado, sustituir los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) por medidas que no sean privativas de libertad, el análisis individualizado de las solicitudes de asilo, la garantía de una asistencia jurídica gratuita en todas las fases del procedimiento, la adecuada atención sanitaria por equipos especializados, el derecho a intérprete, que se garantice la unidad familiar y se respeten las presunciones de minoría para todos los niños, niñas y adolescentes que accedan al territorio, etc.

   El 18 de diciembre debería ser un día para recordar todo esto. Para dejar de hablar de "crisis migratorias", y empezar a hablar de vidas humanas. Para mirar más allá de las fronteras y ver los rostros que hay al otro lado. Porque las cifras no sufren, pero las personas sí. Y su sufrimiento sí nos debería importar.

   Así que hoy, desde la ONG Entreculturas no queremos hablar solo de políticas, de documentos, o de cifras; queremos hablar de empatía, de la necesidad, de cambiar el lenguaje, de cambiar las miradas. Queremos recordar que las personas migrantes no son un problema a resolver, sino sujetos de derecho y vidas a las que acompañar, defender y acoger. Que, al final del día, y sin importar de dónde venimos, lo único que buscamos es un lugar donde podamos sentirnos seguros, un lugar al que podamos llamar hogar.

   Unai Sanz Llorente, técnico del departamento de Incidencia política de la ONG Entreculturas

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