MADRID, 23 Oct. (Por Anastasio Gil García, director nacional de las Obras Misioneras Pontificias) -
Si tuviéramos que contar los kilómetros que los misioneros han recorrido en estos 90 años de existencia del Domund, podríamos dar la vuelta al mundo muchas veces. La iniciativa del Papa Pío XI de instaurar una Jornada Mundial Misionera, que en España se haría querida y familiar con el acrónimo Domund (Domingo Mundial de las Misiones), era el aldabonazo que las comunidades cristianas necesitaban para recordar que la Iglesia es misionera por naturaleza; Jesucristo quiso desde el principio enviar a sus discípulos por todo el mundo a predicar el Evangelio. Ellos persuadidos y seducidos por su testimonio y su palabra salieron a recorrer el mundo. Si hubieran permanecido en le cenáculo o en Jerusalén, por miedo o cobardía, la Iglesia hubiera muerto para siempre y el mensaje de Jesús hubiera perecido. Siguiendo su ejemplo millones de misioneros han sido y siguen siendo un aguijón permanente para quienes son indiferentes al derecho de los otros de percibir este mensaje de salvación. a las necesidades de los demás.
Miles de misioneros a lo largo de la historia han “salido de su tierra”, como Abrahán, confiando únicamente en la palabra del Señor, que les prometía una tierra fértil. Esa tierra puede tardar años en dar frutos, pero el misionero permanece fiel a la palabra de Dios, que no engaña. A Daniel Cerezo, un misionero comboniano en China, le gusta decir que el misionero tiene que aprender a ser perseverante, como el bambú, una planta que puede estar hasta 5 años bajo tierra, pero que luego crece vigorosamente en 5 o 6 semanas. Como este misionero, unos 13.000 españoles en 140 países siguen hoy llevando la buena noticia del Evangelio. Son hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos solteros o casados que, olvidados de sí, han respondido a una vocación que nos engrandece a todos. Ellos son el paradigma de “la Iglesia en salida” que quiere el Papa Francisco.
Para todos ellos, el “Sal de tu tierra” ha significado literalmente alejarse de las fronteras que dan seguridad para adentrarse en otras desconocidas, donde han aprendido nuevas lenguas, nuevas culturas; donde han aprendido a escuchar, a estar sin exigir nada a cambio, acompañando en el día a día a un pueblo al que dan un solo mensaje: el del amor en nombre de Jesucristo. Obras Misionales Pontificias, instrumento privilegiado del Papa para promover la cooperación misionera, celebra cada año la Jornada Mundial de las Misiones el penúltimo domingo de octubre. Su finalidad es fortalecer la formación misionera de los bautizados, suscitar en los más jóvenes el deseo de implicarse en la misión y colaborar espiritual y materialmente con la actividad misionera de la Iglesia.
Este año ofrece, entre otras novedades, la posibilidad de visionar la misión mediante la plataforma Misión 360º. Es un recorrido por la misión de la Iglesia católica a través de fotografías enviadas por los misioneros. Con estas gafas de realidad virtual nos podemos adentrar en la vida real de algunos misioneros que han tenido la deferencia de abrirnos la puerta de su vida, de su trabajo. Es lograr que la experiencia misionera sea inversiva para quienes estamos en esta orilla, permitiendo estar dentro de la misión. Quienes deseen vivir esta experiencia sólo necesitan entrar en www.domund.es y seguir las instrucciones. De pronto el visitante puede viajar desde Zimbabwe al Congo, desde Ecuador a Nicaragua o darse un paseo por Corea del Sur
Sea posible esta experiencia o no, lo realmente importante e irrenunciable es el desafío que la misión propone a cada uno de los bautizados, y por derivación a todos los ciudadanos: salir de nosotros mismos, despertar nuestra sensibilidad al contemplar la realidad que nos rodea más cerca o más lejos, tomar conciencia de que millones de personas carecen de lo más necesario: alimento, educación, vivienda, paz, fe Ante esta realidad se impone una respuesta que es la que se contempla en los misioneros.
Ellos están en la vanguardia paliando esas necesidades. Salieron de su tierra porque antes habían salido de sí mismos. Pero solos no lo pueden hacer. Necesitan la fuerza de nuestra cercanía y colaboración para atender ese ingente trabajo sin desfallecer. La jornada del DOMUND es una buena ocasión para tomar partido en este asunto, desde la oración, la ofrenda de nuestra vida, hasta la cooperación económica por pequeña que sea. Incluso aquello que irresponsablemente despreciamos en nuestra sociedad del bienestar puede ser vital en los territorios de misión; por eso, toda ayuda es necesaria. Todo cuenta, todo suma. Cuando este domingo pidan nuestra colaboración para el Domund, tendremos también nosotros una oportunidad de “salir de nuestra tierra”.