Publicado 21/03/2025 16:25

"Nos tienen miedo porque no nos conocen". Por Marta Sánchez-Briñas, abogada de Pueblos Unidos

Archivo - Personas participantes y voluntarias de los programas de acogida de Pueblos Unidos caminan juntas en una jornada por la hospitalidad.
Archivo - Personas participantes y voluntarias de los programas de acogida de Pueblos Unidos caminan juntas en una jornada por la hospitalidad. - JESÚS REYES BORJAS / ENTRECULTURAS - Archivo

   Desde siempre he tenido vocación de ayudar a los demás, de poder tener un impacto positivo en la vida de las personas y en la sociedad. Antes de terminar la carrera de Derecho y hacerlo de forma profesional, lo hacía de manera informal a través de diferentes voluntariados. Cuando terminé mis estudios, decidí volver a Jerez, mi tierra, y no tardé mucho en encontrar una oportunidad: me ofrecieron coordinar un piso de jóvenes extutelados, además de llevar la parte jurídica. En ese momento desconocía completamente esta realidad y, para ser sincera, sentía cierto temor. Mi sorpresa fue encontrarme con chicos que apenas tenían cinco años menos que yo, lo que me hacía dudar de cómo podría acompañarles en su proceso.

   A medida que los conocía, empecé a comprender su situación. Nunca olvidaré las caras de Mustafa, Otman, Youssef... Jóvenes que, siendo menores de edad, habían llegado a España escondidos debajo de un camión. Al principio, me costaba creerlo cuando me lo contaban, pero era su verdad, una verdad dura y cruel. Lo más impactante para mí fue descubrir que, al cumplir 18 años, pasaban de estar bajo la tutela del sistema de protección a vivir en la calle. No entendía cómo podía ser que aquellos que los habían acogido hasta ese momento los abandonaran de un día para otro, simplemente por alcanzar la mayoría de edad.

   Este trabajo me cambió la vida. Me di cuenta de que lo que realmente me llenaba era luchar contra las injusticias que veía a mi alrededor. Para mí, estos chicos, como todos los niños y niñas que llegan en esta misma situación, se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad, ya que han dejado atrás su hogar, su familia, sus amigos y su cultura para enfrentarse a un futuro incierto. Un futuro que, en la mayoría de los casos, no les ofrece oportunidades, sino rechazo y exclusión por parte de la sociedad.

   Son chicos obligados a enfrentarse a situaciones que la mayoría de nosotros ni siquiera podemos imaginar. Son chicos a los que no se les trata como lo que son, niños con derechos, sino como extranjeros y adultos a los que la propia sociedad excluye. Son chicos a los que no se les permite equivocarse. Yassine, un joven al que tengo la suerte de acompañar actualmente en mi trabajo como abogada en Pueblos Unidos, me cuenta: "Me miran mal en el metro por el hecho de ser marroquí. La gente me ve y se levanta de su asiento. A veces, en fiestas, me encuentro con jóvenes que nos insultan solo por ser "moros". La policía nos para sin motivo cuando hay un robo y estamos en la zona".

   Yassine, como muchos otros jóvenes extutelados, sufre racismo institucional. La policía lo detiene constantemente para identificarlo solo por sus rasgos raciales. No puede caminar tranquilo, vive con miedo constante. La discriminación que sufre no es casualidad: es el resultado de un sistema que, en lugar de proteger, estigmatiza y criminaliza a quienes han llegado en busca de un futuro mejor. "En el metro siempre hay que mostrar nuestra identificación a la policía, la gente nos mira pensando que hemos hecho algo malo. Te revisan el móvil y, si está apagado porque no tiene batería, es un problema, ya que piensan que es robado".

   El racismo no es solo la suma de actos individuales de prejuicio, sino un conjunto de estructuras, normas y prácticas, también a nivel institucional, que perpetúan la desigualdad. Cuando un joven es identificado y tratado como sospechoso sólo por su origen, cuando no se le brindan las mismas oportunidades en el acceso a la vivienda, el empleo o la educación, cuando la sociedad lo señala y lo excluye, estamos ante un problema estructural que necesita ser visibilizado y combatido.

   Desde hace dos años, impulsamos la campaña Soy Acogida, una iniciativa conjunta de Pueblos Unidos y Entreculturas para promover una cultura de acogida, hospitalidad, justicia social, inclusión y solidaridad para con todas las personas migrantes. A través de esta campaña, trabajamos para visibilizar y defender los derechos de jóvenes como Yassine, sensibilizando a la sociedad, acompañándolos y construyendo junto a ellos y ellas oportunidades. Para lograrlo, uno de nuestros focos es la incidencia política, ya que consideramos que nos presentan leyes que aparentan ser inclusivas, pero en esencia no lo son.

   Por ejemplo, la reforma del reglamento de extranjería que entrará en vigor en mayo de 2025 está generando mucha incertidumbre entre las personas migrantes, sobre todo a quienes son solicitantes de asilo, ya que con la nueva normativa, el tiempo de permanencia durante la tramitación de su solicitud de asilo ya no se tendrá en cuenta para regularizarse por la vía de arraigo. Consideramos que debería haber normas inclusivas y acogedoras, para construir un futuro digno.

   Para Pueblos Unidos y Entreculturas, lo más importante es trabajar desde el vínculo, desde la confianza, poniendo a la persona en el centro y generando espacios de encuentros donde se rompan las barreras, y podamos empatizar con el otro. Entre todos y todas tenemos que acabar con todos los racismos, denunciando los discursos de odio y evitando excluir a nadie por su origen. Como dice el Papa Francisco: "Escuchar con los oídos del corazón".

   Es importante empatizar con el otro, conocer sus historias, ponernos en su piel. Como dice Yassine: "Los jóvenes españoles nos tienen miedo porque no nos conocen, pero cuando ya me conocen, ya no me tienen miedo: ahora tengo amigos españoles que me invitan a salir con ellos".

   Esta realidad nos interpela y nos obliga a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir. No podemos seguir normalizando la exclusión y el prejuicio. Es necesario que cada uno de nosotros tome conciencia y actúe, desde su ámbito, para derribar las barreras que impiden una verdadera inclusión. Solo con empatía, compromiso y justicia lograremos una sociedad donde nadie sea señalado ni discriminado por su origen, y donde todos y todas tengan las mismas oportunidades de construir un futuro digno. Hay que acompañar de manera humana los procesos de inclusión en la sociedad, sin juzgar.

   Gracias a Yassine por dejarme compartir tu historia y enseñarnos tanto.

Contador