MADRID, 7 May. (EDIZIONES) -
El 7 de mayo de 1915, hace este jueves 100 años, 1.195 personas perdieron la vida en las costas irlandesas por el hundimiento del transatlántico RMS Lusitania, causado por el torpedo de un submarino U-20 alemán al inicio de la I Guerra Mundial.
Esta tragedia marcó un antes y un después en el devenir de la 'Gran Guerra', pues fue una de las armas, aunque no la única, con que logró convencer el Gobierno de EEUU a la opinión pública norteamericana de la necesidad de intervenir en la disputa bélica que tenía lugar en Europa, aunque tardaría dos años en conseguirlo.
El Lusitania fue el segundo gran desastre naval que vivió el océano Atlántico en sus aguas en apenas tres años, pues en 1912 el transatlántico Titanic, el barco más grande del mundo en su momento, se hundió junto a más de 1.500 personas tras chocar contra un iceberg en abril de ese año.
LA RUTA ATLÁNTICA
A principios del siglo XX la mejor forma de viajar entre Europa y EEUU era por vía marítima, de ahí que las compañías navieras buscaran destacarse en las rutas transatlánticas con los barcos más grandes, rápidos y lujosos del mundo.
En esta categoría entra tanto el Lusitania como su hermano gemelo, el Mauritania, los barcos más grandes y lujosos del mundo en su botadura, en 1906.
Fueron subvencionados por el Gobierno Británico bajo la condición de que en caso de necesidad se convirtiese en un buque armado. Tenían capacidad para 2.300 pasajeros, desplazaban más de 31.000 toneladas, su eslora era de 241 metros, tenía cuatro chimeneas y alcanzaba los 25 nudos.
Al estallar la guerra en 1914 los británicos quisieron convertirlos en buques de guerra, pero su gran consumo de carbón hizo inviable la idea inicial. El Lusitania continuó como transatlántico de lujo mientras que el Mauritania pasó a transportar tropas aliadas.
La desventaja naval de los alemanas frente a la Royal Navy inglesa provocó que los teutones declararán en 1915 las aguas alrededor de las islas británicas como zona de guerra, y a cualquier barco con bandera enemiga como objetivo a eliminar.
El 23 de abril de ese mismo año (poco antes de la salida del Lusitania desde Nueva York) la embajada alemana publicó en los periódicos norteamericanos el siguiente aviso para los turistas que fuese a viajar a Inglaterra:
"¡Atención! Se recuerda los pasajeros que tengan la intención de cruzar el Atlántico, que existe el estado de guerra entre Alemania y Gran Bretaña, y que la zona de guerra comprende las aguas adyacentes a las Islas Británicas; que las embarcaciones con bandera de Inglaterra o cualquiera de sus aliados se arriesgan a ser atacadas en tales aguas, y que los viajeros que atraviesen la zona de hostilidades en barcos de Gran Bretaña o cualquiera de sus aliados lo hacen por su cuenta y riesgo."
A pesar del aviso, el Lusitania partió con 1.959 pasajeros a bordo y con William Thomas Turner como capitán, un marinero experimentado en esas rutas transatlánticas.
EL HUNDIMIENTO
Al llegar a las aguas declaradas como zona de guerra, el capitán Turner tomó las medidas precisas como alistar los botes salvavidas para ser rápidamente arriados o doblar el servicio, aunque no navegó en zig zag como recomendaba el Almirantazgo, con Wiston Churchill, futuro primer ministro británico, a la cabeza.
Por su parte, el comandante Walter Schwieger, al mando del submarino U-20 alemán, se dirigía a su base en Wilhelmshaven cuando divisó al Lusitania. Con la veda abierta no dudó en abrir fuego y el torpedo, visible por los pasajeros mientras viajaba hacia ellos, hizo impacto en el estribor del barco.
Schwieger no realizó un segundo disparo y se alejó de la zona cuando, según su propio testimonio, reconoció el barco y fue consciente de la trascendencia de los hechos.
Algunos de los supervivientes declararon que hubo dos explosiones, lo que podría corroborar la explicación que dio el gobierno alemán sobre el disparo, pues acusó al Lusitania de transportar material bélico como armas y explosivos en su interior.
Tras el impacto del torpedo, el barco tardó tan sólo 18 minutos en hundirse. La proa se precipitó hacia el fondo y la inclinación hacia estribor dificultó mucho la tarea de sacar los botes salvavidas (de los que había de sobre tras el incidente del Titanic). Las costas se encontraban a apenas 10 kilómetros, lo que propició que muchos saltasen al mar para nadar hasta ellas.
De las 1.198 víctimas mortales, más de un centenar eran americanas, lo que supuso un mazazo para un país neutral. 785 de los fallecidos eran pasajeros, entre ellos 291 mujeres y 94 niños (incluidos bebés), mientras que los 413 restantes eran parte de la tripulación. Sobrevivieron 761 personas.
CONSECUENCIAS
Aunque la entrada de los norteamericanos en la I Guerra no dependió en exclusiva de esta tragedia, sí que afectó a una gran parte de la opinión pública, que pasó de ser neutral a manifestarse a favor de la intervención.
Además, otros incidentes menores que involucraban a los alemanes contra barcos americanos salieron a relucir, como los hundimientos del Falaba, del Cushing o del Gulflight.
Los alemanes dejaron de atacar barcos civiles y el presidente Woodrow Wilson no quiso entrar en la guerra. Pero en 1917 la revelación del telegrama Zimmermann (en el que Alemania buscaba la alianza con México en contra de EEUU) y el anuncio del gobierno alemán sobre su vuelta a los ataques submarinos contra barcos enemigos (con el recuerdo reciente del Lusitania), provocó que Woodrow Wilson declarase la guerra a Alemania.
RESTOS
Los restos del barcos siguen bajo el agua aunque sí se han rescatado algunas piezas como la hélice que se exhibe en Liverpool, destino del viaje. Las fuertes corriente de las costas irlandesas han provocado un gran deterioro de los restos, en peor estado que el Titanic, hundido tres años antes.