Distribución de pan en Kalasa, Alepo oriental
OMAR SANADIKI/REUTERS
Actualizado: sábado, 29 julio 2017 9:30

La población local reclama mejoras en las infraestructuras básicas y un aumento de los suministros

ALEPO, 29 Jul. (Reuters/EP) -

Siete meses después de que las fuerzas gubernamentales expulsaran a los rebeldes de Alepo, el barrio oriental de Kalasa sigue acumulando cadáveres entre los escombros, los colegios bombardeados han sido sustituidos por mezquitas y no hay ni pan ni electricidad. El único signo de la presencia del Gobierno es un puesto de control y un cartel del presidente sirio, Bashar al Assad, con una promesa: "Vamos a reconstruir".

Antes de la guerra, que ya va por su sexto año, Alepo era la ciudad más poblada de Siria y el motor industrial del país. Tras la ocupación rebelde y la posterior recuperación del Gobierno, han regresado cerca de 200.000 personas a alojamientos temporales.

Reuters ha vuelto a Kalasa por segunda vez desde febrero y ha informado de la poca visibilidad y presencia del Gobierno, la mayoría de los servicios son ofrecidos por los propios residentes, organizaciones benéficas o agencias de Naciones Unidas.

La electricidad proviene de generadores privados, el agua, de los pozos o tanques de agencias humanitarias, el pan procede también de organizaciones y necesidades básicas como la educación y la asistencia sanitaria son posibles con ayuda de Naciones Unidas.

Tras la batalla, empleados gubernamentales retiraron escombros de las calles principales y el gobernador adjunto en Alepo, Abdulghani al Qasab, ha explicado que, en última instancia, es el Estado el responsable de los servicios proporcionados por las agencias humanitarias.

LECCIONES EN MEZQUITAS

Ghassan Batash tiene ocho años, le gusta jugar al fútbol y quiere ser soldado cuando sea mayor. Habría asistido al colegio en Yarmouk y Sabbagh si siguiese en pie.

Sus paredes conservan el emblema de Jaish al Islam, una facción rebelde que hizo de la escuela su base, y en la biblioteca todavía no se ha retirado un "cañón del infierno" o mortero casero. En el patio de recreo dos grandes cráteres muestran los proyectiles aéreos que dejaron las aulas inutilizables.

Las escuelas de otras zonas menos afectadas por el conflicto, como la de Abdulatif en el distrito de Firdous o la de Karameh en Bustan al Qasr, imparten programas de verano apoyados por Naciones Unidas. "Las familias siguen regresando, así que cada día tenemos más estudiantes", ha contado la directora de la escuela Abdulatif, Maha Mushaleh.

Menos de una cuarta parte de los 200 centros educativos de Alepo han abierto, ha explicado el gobernador adjunto, que ha agregado que el Gobierno colabora con Naciones Unidas para la rehabilitación de hasta 100 centros más.

A falta de colegios, las mezquitas imparten clases de árabe, como la del imán Abdulrahman Dawja, donde estudian 250 niños y niñas. El padre de Ghassan, Ayad, quiere que su hijo regrese al sistema escolar nacional tan pronto como sea posible, algo que podría ocurrir en septiembre.

EL BARRIO DE KALASA

Cuando Reuters visitó Kalasa por última vez, en febrero de 2017, Ayad limpiaba escombros con sus manos en la calle Al Mouassassi, donde su familia compartía una casa con otros familiares. No había electricidad ni agua, solo lámparas de parafeno para la luz y hogueras de madera cogida de casas destruidas para dar calor.

Meses más tarde, Ayad, defensor del régimen, considera que la situación ha mejorado mucho gracias al Gobierno. Ha encontrado trabajo en la construcción y vive con su esposa y cuatro niños pequeños en el piso de sus padres, una calle más atrás.

En su nueva vivienda, un trozo de plástico hace las veces de puerta y un cable tendido desde el generador local significa que tiene una bombilla, un ventilador y una televisión.

"Es el primer Eid desde que empezó la guerra que celebramos en nuestra casa, así que quiero hacerlo todo muy bien", decía su madre mientras ofrecía galletas por la festividad del Eid al Fitr.

NO HAY AGUA NI ELECTRICIDAD

Sin embargo, y pese a que las calles de Kalasa tienen menos escombros, la única presencia que parece tener el Gobierno son algunos puestos de control y soldados desplegados. Los suministros de energía quedaron destruidos y el tendido eléctrico está siendo rehabilitado con lentitud. El gobernador adjunto, Qasab, cree que la situación mejorará en agosto.

Ayad paga 2.000 liras semanales, más de tres euros, a un empresario local por la utilización de un generador que opera de las 14:00 a las 16:00 y de las 18:00 hasta la 1:00.

La electricidad es necesaria para extraer agua de los pozos privados, que suelen consistir en una bomba conectada a una tubería perforada hasta la capa freática. El agua de los pozos se utiliza para lavar y el agua potable disponible lo proporcionan agencias humanitarias en tanques.

Los habitantes de Kalasa tuvieron que sobrevivir a bombardeos que han destruido un promedio de una casa por calle, viviendas inhabitables, cuerpos sepultados entre las infraestructuras derruidas y cementerios desbordados, marcados por las balas de metralla y lápidas donde los nombres han sido añadidos con pintura.

El Gobierno afirma imparcialidad en su tratamiento pese a que algunas críticas apuntan a que la falta de servicios puede deberse, además de a la limitada capacidad de acción por el resto de frentes abiertos, a un desprecio premeditado a las áreas que fueron disputadas por la oposición.

PAN RACIONADO

Desde las ocho hasta las diez de la mañana, voluntarios del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas junto a la organización local For Aleppo, distribuyen pan a las familias. A la madre de Ayad le corresponden ocho panes árabes, redondos y planos.

Kalasa tenía tres panaderías pero ninguna ha vuelto a abrir. El propietario de dos de ellas, Hamoud Ati, contó que, pese a la insistencia del Gobierno para volverla a habilitar, aún no había logrado el permiso.

A Iftijar Sankari le entregan dos bolsas de pan, pero tiene que ir a otro lugar para comprar otras cuatro para alimentar a su familia y sus dos hermanas viudas. Su hermano murió por la explosión de una bomba barril, su padre, por la de una bomba de cloro y su hija pequeña fue abatida por un francotirador.

"Estaba sangrando cuando la cogí, la llevé al hospital pero me dijeron que había muerto. Murió en mis brazos", ha contado conmocionado. Ahora, para poder rehacer sus vidas, solo pide volver a tener agua, electricidad, escuelas y pan.

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