Moscú celebra 70 años de la derrota de Hitler aislada de sus antiguos aliados por la crisis de Ucrania
MADRID, 9 May. (Por Javier Morales, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Europea) -
Los actos de este 9 de mayo por el 70 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi, en la que británicos, franceses y estadounidenses lucharon junto con la URSS para derrotar al enemigo común, deberían haber sido una oportunidad para recordar el sufrimiento de toda una generación en la Europa arrasada por la guerra. Sin embargo, el conflicto de Ucrania ha convertido esta memoria compartida en un arma arrojadiza para defender los intereses de cada bando.
Por un lado, los líderes de los países de la UE no presenciarán el desfile en la Plaza Roja, aunque con matices: Angela Merkel sí acudirá a un monumento a los caídos en Moscú al día siguiente, además de enviar un ministro a los actos en la antigua Stalingrado, actual Volgogrado.
Por otra parte, este boicot occidental tampoco significa que Rusia esté aislada: el presidente chino Xi Jinping, por ejemplo, sí estará este sábado en la tribuna de invitados. Esto refleja también cuál está siendo el impacto de las sanciones en el último año: en lugar de disuadir a Putin de proseguir su intervención en Ucrania, Moscú responde con nuevos gestos de acercamiento a Pekín, sabiendo el recelo que despiertan en las capitales occidentales.
SIGNIFICADO REAL
El contexto actual no debe distraer, sin embargo, del significado real de estos eventos. De los 26 millones de soviéticos (más del 13% de la población) que murieron en la II Guerra Mundial, 14 millones fueron rusos; el propio Putin ha relatado estos días las vivencias de sus padres durante el largo asedio de Leningrado, hoy San Petersburgo, en el que perdieron a otro de sus hijos.
Más que convencer a la sociedad rusa de lo erróneo de las políticas de Putin, el boicot de los líderes occidentales se percibirá como una falta de respeto a los caídos y a los veteranos que lucharon contra el nazismo. El Kremlin será el primer interesado en utilizar esta reacción para aumentar su apoyo social, como ya está haciendo con éxito desde el inicio de la crisis de Ucrania.
La crisis entre Moscú y Kiev ha sido también un conflicto en torno a esa memoria compartida, que ambas partes han manipulado para promover sus actuales intereses. En el bando separatista apoyado por Rusia se ha presentado a Ucrania como un régimen "nazi"; exagerando así la importancia de la ultraderecha en el Euromaidán, que si bien tuvo un papel protagonista no llegó a ser mayoritaria.
La "cinta de San Jorge" amarilla y negra, tomada de una medalla al valor concedida durante la guerra, ha dejado de ser un simple símbolo de recuerdo a los caídos para convertirse en emblema de las milicias prorrusas. Un movimiento que, por otra parte, se presenta a sí mismo como "luchadores contra el fascismo" a pesar de que muchos de sus voluntarios proceden de grupos neonazis.
Por parte de Kiev, la memoria se ha utilizado de forma similar, enfatizando la opresión de los ucranianos bajo el régimen soviético y glorificando a las guerrillas nacionalistas que lo combatieron; incluso a aquellas que en algún momento colaboraron con el invasor alemán.
Una reciente ley de "descomunistización" prohíbe cualquier reivindicación positiva de la URSS o utilización de sus símbolos; lo que afecta directamente al actual Partido Comunista y a los ucranianos que aún se identifican con dicha época.
DE RECUERDO A LOS CAÍDOS A INSULTO
La cinta amarilla y negra ha pasado de ser un mero recuerdo a los caídos en la guerra (casi 7 millones de ucranianos) a convertirse en insulto: los separatistas son llamados despectivamente "kolorady", un tipo de escarabajo amarillo y negro. El nuevo símbolo promovido por Kiev para reemplazarla es la amapola usada por los británicos desde la I Guerra Mundial.
¿Qué consecuencias tendrá esta división para el futuro de Rusia en Europa? Hace un año se convirtió una crisis meramente política, como la firma por Ucrania del Acuerdo de Asociación con la UE, en un conflicto mucho más profundo en torno a la identidad nacional.
Esta estrategia, si bien ha sido eficaz para los intereses de Moscú y Kiev al excitar el nacionalismo en sus poblaciones y agruparlas en torno a sus respectivos líderes, ha contribuido a enquistar el conflicto haciendo más difícil su resolución en el futuro.
La experiencia de los Balcanes en los 90 nos recuerda el peligro de utilizar la memoria del pasado para reavivar divisiones entre antiguos compatriotas; en lugar de recordar las tragedias pasadas con solidaridad por el sufrimiento ajeno, y como lección para no repetir los mismos errores en la actualidad.