Bruselas ha hecho los deberes y rechaza la ambición británica de negociar encaje comercial y divorcio
LONDRES, 7 Jun. (EUROPA PRESS) -
La gran paradoja de las generales que Reino Unido celebra este jueves es que una votación convocada exclusivamente en clave de Brexit mantiene la salida de la Unión Europea como la verdadera incógnita, después de que la campaña apenas contribuyese a arrojar luz acerca de los planes de los dos principales partidos llamados a disputarse el poder.
El proceso está considerado como irreversible por el consenso político, después de que el 52 por ciento de los británicos votasen a favor de abandonar la Unión Europea. Solo los liberal-demócratas plantean una segunda consulta, pero su actual marginalidad en el arco parlamentario reduce a la mínima expresión su capacidad de situar su apuesta en la agenda institucional.
En consecuencia, el reparto de poderes que deje este jueves determinará la forma y el fondo de un divorcio al que Reino Unido concurre con todos los enigmas por despejar. Conservadores y laboristas han evitado aclarar cómo controlarán la inmigración, uno de los factores que decantó el plebiscito, a pesar de su compartida vocación por reducir el volumen de extranjeros en el país, o cómo gestionarán la factura del divorcio, cuya cuantía ha sido estimada entre 60.000 y 100.000 millones de euros.
Las únicas divergencias prácticas radican en torno a la posibilidad de abandonar sin acuerdo, un escenario que los conservadores no descartan si la oferta de sus futuros ex socios no les convence y el hecho de que los laboristas garantizarían unilateralmente los derechos de los más de tres millones de ciudadanos comunitarios en suelo británico.
Theresa May, por el contrario, la considera una de las bazas para la negociación, sobre todo porque quiere asegurar correlación para los británicos repartidos por el continente, si bien ambas fuerzas coinciden en sus declaraciones de buena voluntad para acabar con el limbo legal en que actualmente se encuentran cuatro millones de europeos.
INDETERMINACIÓN FRENTE A PREPARACIÓN
La indeterminación no es gratuita y frente a un bloque que lleva preparándose oficiosamente desde que quedó claro que perdería a uno de sus miembros clave, en Reino Unido queda todo por hacer, a pesar de que Bruselas quiere iniciar las negociaciones la semana del 19 de junio, transcurridos apenas once días de los comicios. Los socios comunitarios han hecho los deberes y, pese a formar parte de un club conocido por sus divergencias, han logrado crear un frente de unidad ante el divorcio británico.
Al norte del Canal de la Mancha, por el contrario, todo son interrogantes, más allá de la voluntad expresada por Theresa May de abandonar el mercado común, la unión aduanera y la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Justicia. La resolución del estatus de los ciudadanos, la respuesta a la nueva frontera con Irlanda y, sobre todo, la factura de la salida serán los primeros desafíos y solo una vez zanjados se podrá comenzar a hablar del nuevo encaje comercial.
No en vano, la Unión Europea no solo no ve complementario analizarlo en paralelo al divorcio, sino que considera que son procesos sucesivos: únicamente cuando la salida haya quedado zanjada, podrán sentarse a hablar de cómo articular las futuras relaciones con el mercado único. En consecuencia, más allá de las disparidades entre los intereses británicos y los de los Veintisiete en su conjunto y la agenda doméstica de cada estado miembro, el proceso surge con una profunda desavenencia metodológica.
Independientemente de la flexibilidad que el bloque quiera ofrecer una vez iniciadas las conversaciones de facto, la pretensión vulnera en sí misma el espíritu del artículo 50, aceptado por Londres cuando aprobó el Tratado de Lisboa. Pese a su brevedad, en sus apenas 252 palabras el texto especifica que se trata de dos momentos diferentes, por lo que la batalla estaría de parte de Bruselas, que tan solo tendría que remitirse a la ley para descartar de partida la demanda británica.
CONFUSIÓN
Uno de los motivos fundamentales por los que rechaza afrontarlos a la vez es por la confusión que podría generar y, crucialmente, porque el acuerdo comercial estará irremediablemente vinculado a cómo se salde el divorcio. De ahí la contracción de la estrategia de una May que se quiere jugar la cita de mañana a la carta del Brexit.
Pese a su intencionada ambigüedad, ha empleado la ruptura como arma electoral, especialmente a medida que las encuestas recortaban la amplia ventaja sobre los laboristas con la que había iniciado la contienda. Con sus ataques directos a su rival a colación de la salida, May intenta contrarrestar la ausencia de soluciones al encaje al que aspira una vez fuera del más importante mercado común del mundo, un desenlace que contrasta con la robusta vocación comercial que ha caracterizado tradicionalmente a Reino Unido.
Las consignas con las que se muestra resuelta a romper, antes que aceptar términos que no convengan al interés nacional, ejercen un magnetismo especial en un sector del electorado y del aparato mediático, pero a fuerza de repetirlas, la premier ha dejado en evidencia que desconoce qué llevaría a un escenario sin acuerdo.
Hasta ahora, estas amenazas han representado armas de campaña, más que una estrategia real de negociación, pero le hacen un flaco favor a quien, de permanecer en Downing Street, deberá hallar necesariamente consensos con las mismas instituciones a las que, hace escasas semanas, había acusado de intentar influir sobre los comicios.
EXPOSICIÓN A LAS URNAS
La jugada es astuta, pero la deja peligrosamente expuesta al veredicto de las urnas: cualquier resultado que no implique una notable ampliación de su hegemonía parlamentaria, objetivo último del adelanto electoral, tendría un sabor de derrota. Este desenlace, además, debilitaría severamente su posición ante una UE que no tendría piedad ante una mandataria vulnerable en casa y con una autoridad sustancialmente menor de la que pensaba para imponer exigencias.
En consecuencia, en materia de Brexit, a May no le sirve exclusivamente con ganar el 8 de junio: necesita hacerlo fuera de duda puesto que, de lo contrario, no solo pondría en bandeja al bloque comunitario la legitimidad para mostrar dureza con su futuro ex socio, sino que amenaza con reabrir en casa las heridas todavía sin cicatrizar del referéndum del pasado año.
Por si fuera poco, si ya los efectos de salir sin acuerdo son incalculables, la barbarie terrorista ha puesto de relevancia la necesidad de la cooperación en materia de inteligencia y seguridad, un vínculo que Bruselas podría supeditar a condiciones difíciles de digerir en Londres, como aceptar las normas comunitarias o, incluso, la preeminencia de la corte europea.