CARACAS, 20 Dic. (Reuters/EP) -
Cientos de venezolanos cruzan a diario la frontera a Colombia para vender de puerta en puerta productos básicos de escaso valor con los que, gracias a la diferencia de precios en ambas naciones, consiguen el beneficio necesario para capear la dura crisis económica en su país de origen.
Albert Rodríguez, de 22 años, abandonó hace un mes el estado venezolano de Lara para instalarse en San Antonio, un pueblo situado en el lado venezolano de la línea limítrofe. Duerme en la calle tapado con tan solo una sábana de plástico para cruzar todas las mañanas hacia Colombia.
Vende café pero todavía no ha conseguido el dinero suficiente para ayudar a su hija recién nacida, que sigue en Lara con el resto de su familia. "Me ha sido difícil porque hay muchos venezolanos. Me provoca llorar de la impotencia", ha contado. Por eso, quiere migrar hacia el centro de Colombia, donde cree que tendrá mejores oportunidades.
Otros muchos venezolanos hacen esta misma ruta todos los días. Se pelean para entrar en el autobús que va hasta la frontera. Una vez allí, cruzan a pie confiando en que los guardias no les confisquen la mercancía. Ya en Cúcuta, se dispersan por la ciudad para vender cereales, mayonesa, insecticida u otros productos.
El desplome del bolívar les permite comprar los artículos en Venezuela y venderlos en Colombia casi a mitad de precio --respecto al precio local--. Con los pesos colombianos pueden conseguir muchos más bolívares en el mercado negro consiguiendo así su beneficio.
El contrabando es algo habitual en la porosa frontera de 2.000 kilómetros que separa a Venezuela y Colombia pero en los últimos meses, con el recrudecimiento de la crisis económica, las llegadas de vendedores venezolanos se han multiplicado, de acuerdo con las autoridades locales.
Esto ha tenido un gran impacto en el lado colombiano. El alcalde de Cúcuta, César Rojas, ha explicado que los comerciantes locales están molestos por lo que consideran una competencia desleal. Además, los habitantes están preocupados por que esta inmigración no controlada pueda derivar en un aumento de la delincuencia, ha apuntado Rojas.
"Es duro pagar los platos rotos de los demás", ha dicho Marlon Carrillo, un venezolano de 21 años que dejó la universidad hace tres meses para vender fruta en Colombia. Muchos vecinos le cierran la puerta en la cara por miedo.
"Quiero surgir y estudiar pero tengo que trabajar. No dejaré morir a mi familia de hambre", ha indicado Carrillo, que sostiene a sus tres sobrinos después de que su hermana muriera de una enfermedad en la médula ósea.