MADRID, 3 Mar. (Programa Mundial de Alimentos) -
Cada día, millones de niños dan un paso de gigante para salir de la pobreza con el simple hecho de ir a la escuela. Pero ningún niño puede dar ese paso con el estómago vacío. Hace falta que tomen alimentos nutritivos para que sean capaces de aprender y de crecer sanos.
¿Pero que ocurre con esos niños cuando crecen? El Programa Mundial de Alimentos (PMA), que cuenta con un programa de comidas escolares en varios países del mundo, nos trae estas cinco historias de éxito de antiguos beneficiarios de esta iniciativa en el Día Internacional de las Comidas Escolares.
PAUL TERGAT, ATLETA KENIANO
Paul Tergat, nacido en Kenia, es uno de los mayores corredores de larga distancia en la historia. En su haber tiene 13 campeonatos mundiales de Cross-Country, dos campeonatos mundiales consecutivos de Media Maratón y dos medallas de oro en 10.000 metros en los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996) y Sidney (2000).
Nacido en el valle del Rift en una familia de 17 hijos, Tergat creció en medio de la crudeza de la pobreza rural. Su vida cambió en 1997, cuando tenía 8 años, al introducir el PMA el programa de comidas escolares en la escuela a la que iba.
WFP/Samir Jung Thapa (escaladora)
Reuters
Estas comidas le dieron la energía para concentrarse en sus estudios, poniéndole en la senda de superar el hambre y de convertirse en un fondista renombrado. Desde 2004, Tergat es Embajador contra el Hambre del PMA y es un feroz defensor de las comidas escolares.
A LA CIMA DEL EVEREST
Nim Doma Sherpa se convirtió a los 17 años en la primera beneficiaria de las comidas escolares del PMA en escalar el Everest, el pico más alto del mundo, en 2008, tras un largo camino que reconoce que comenzó cuando sus padres la enviaron a la escuela simplemente para que recibiera los alimentos gratuitos que suministraba la agencia de la ONU.
Nacida en una remota localidad en las faldas del Himalaya, Nim Doma explica que "el programa de comidas escolares del PMA me animó a centrarme en mis estudios y me ayudó a crecer fuerte en cuerpo y mente".
"Le estoy muy agradecida al PMA porque abrió la puerta a oportunidades educativas para mí y me ayudó a perseguir mi sueño de escalar el Everest", afirma. Su sueño se hizo realidad en el marco de una expedición que hizo historia, gracias al apoyo del PMA, al estar integrada solo por diez mujeres nepalíes, de las que Nim Doma era la más joven con solo 17 años.
WFP/Samir Jung Thapa
Nin Doma ha completado sus estudios de instituto y junto a compañeras de clase cuenta su historia de éxito en escuelas de todo el país, con la esperanza de servirles de inspiración para seguir estudiando y soñar en grande.
"Transmito el mensaje de que si sigues tu sueño con dedicación y trabajo duro, tendrás éxito en cualquier camino que emprendas. Nuestro objetivo es inculcar confianza entre los jóvenes estudiantes", explica Nim Doma. "Espero que nuestra historia inspire a las niñas a seguir sus estudios y creer que nada es imposible de alcanzar", añade, incidiendo en la "enorme brecha de género" que hay en Nepal. "Creo que educar a los niños es el primer paso hacia reducir esta brecha", sostiene.
MINISTRA DE EDUCACIÓN DE LESOTO
Cuando era una niña, la ministra de Educación de Lesoto, Mamphono Khaketla, fue una de las beneficiarias en su escuela de las comidas escolares del PMA. Ahora que es ministra, está haciendo todo lo posible para garantizar que los niños de su país consiguen esa misma ventaja.
Khaketla considera crucial para los niños de su país el que reciban comidas nutritivas en la escuela para apoyar su educación. Tras caminar entre 3 y 5 kilómetros para llegar a la escuela, los estudiantes deben "cargar energías para aprender", sostiene.
WFP/Boris Heger
Unas 1.500 escuelas en Lesoto cuentan con comidas escolares y una parte de estas comidas es suministrada por el PMA. "Soy un buen ejemplo de lo que las comidas escolares pueden lograr", sostiene. Para ello, trabaja para que los niños vayan a escuela y "y las comidas escolares son un gran componente porque los menores saben que al menos tendrán una comida decente al día".
UNA DESTACADA ESTUDIANTE SOMALÍ
Fatuma Omar podría haberse casado a los quince. Podría haber estado entre las numerosas niñas somalíes que nunca cursará educación secundaria. Podría haberse quedado en el campo de refugiados cuando creciera, ayudando a su madre a recoger agua y leña.
Pero Fatuna no es una somalí corriente. Pese a sus humildes raíces y pese a proceder de una cultura en la que las oportunidades para las niñas son escasas, está estudiando en un instituto para niñas en Nairobi.
"Cuando termine sencundaria, quiero ir a la universidad y, en la universidad, quiero estudiar Medicina, quiero ser médico", afirma. Fatuma consiguió una beca tras ser la primera en los exámenes en el noreste de Kenia. Las notas se establecen sobre 500 y cualquier nota por encima de 300 para una niña, en un sistema que favorece a los niños, es considerado excepcional.
Ella obtuvo 364, algo casi increíble, teniendo en cuenta que se crió en una choza de una sola habitación en el campo de refugiados de Dadaab, el mayor del mundo, donde acudió a una escuela en la que no había suficientes libros para todos.
WFP/Rein Skullerud
"Solíamos tomar gachas en clase y eso nos ayudaba. Uno se siente hambriento y estando en clase, con las lecciones y todas las tareas, suponía un tentempié. En Dadaab uno depende de esa comida", reconoce.
Fatuma fue capaz de dejar Dadaab en parte gracias a su inteligencia innata, pero también a la determinación de su madre. En un mundo donde las mujeres son compradas con camellos para casarse, Fosio Jama Salat insistió en que su hija fuera educada.
"Si estudia algo, primero podrá ayudarse a ella misma y luego ayudar a su madre, porque la ignorancia significa oscuridad", sostiene Jama Salat, que plantó cara a sus familiares varones que le sugirieron que casara a su hija.
DE BENEFICIARIO A CONDUCTOR DEL PMA
Wilson Ereng nació en una comunidad de pastores en el árido noroeste de Kenia. "Cuando tenía 6 años, la mayoría del ganado de mis padres murió por una sequía que golpeó la zona y solo les quedaron unos pocos animales", recuerda.
"Como era el primogénito, mi madre me obligó a caminar a una escuela cercana para que pudiera conseguir algo de comer y traer algo a casa para mi hermano y hermanas. Así es como comencé en la escuela", explica.
"Solía ir y esconderme en un bosque cercano hasta que los otros alumnos estaban preparados para comer y luego me unía a ellos", relata. Hasta que un día le descubrió un profesor y le dijo que si necesitaba comida, debería ir a clase como el resto y entonces recibiría una comida escolar.
"A la mañana siguiente, llegué a la escuela y fui directamente a clase", cuenta Ereng, recordando la sorpresa del profesor y los alumnos al verle vestido con unos pantalones andrajosos y sin nada por arriba.
WFP/Anna Yla Kauttu
Entonces, uno de los profesores se ofreció a comprarle el uniforme escolar y le enviaron al primer curso, pese a que era mayor que el resto de alumnos. Con ello, también pudo sumarse al almuerzo. "La comida que recibía era del programa de comidas escolares del PMA y solía llevarme a casa una parte para compartirla con mis hermanos pequeños", explica.
"Dado que esta era la única comida que podíamos conseguir, solía ir a la escuela cada día porque si no iba ese día dormíamos sin comer", recuerda. Cuando sus padres decidieron ese mes trasladarse a otro lugar en busca de pastos, Ereng se quedó con el profesor que le compró el uniforme.
Ereng trabaja ahora como conductor del PMA. "Las comidas escolares del PMA me han llevado hasta aquí. Terminé mi educación por ellas. Ahora soy empleado del PMA y estoy orgulloso de trabajar para la organización", asegura.