WASHINGTON, 23 Abr. (Reuters/EP) -
Si la figura del vicepresidente sirve, en la carrera electoral, para compensar los déficit de los dos candidatos a la Casa Blanca, en 2016 su figura va a resultar más importante que nunca. Si tomamos como favoritos a Hillary Clinton y Donald Trump, el electorado percibe en ellos importantes carencias que podrían verse subsanadas con el candidto adecuado. Clinton necesita a alguien que inyecte a su campaña sensación de energía; Trump, a un secundario experto en política, o que se granjee la confianza de las mujeres y de las minorías.
La ex senadora por Nueva York podría ver asociado su nombre al de un latino. La persona más recomendada por parte de los grupos hispanos -- aunque es una opinión que dista mucho de ser unánime -- es Julian Castro, secretario de Desarrollo Urbano y una de las estrellas emergentes del Partido Demócrata.
Un latino como Castro podría inclinar la balanza a favor de Clinton en estados indecisos como Florida, Colorado, Nevada y Virginia, que cuentan con una considerable población hispana, según entiende el estratega del partido Demócrata Joe Velasquez. Sin embargo, y dadas las declaraciones de Trump sobre los latinos, a los que ha comparado directamente con violadores, no parece a priori muy necesaria la presencia de Castro.
Es más, algunos de los sectores más próximos a lo que en Estados Unidos puede entenderse como izquierda desconfían de la supuesta afinidad de Castro a empresas de Wall Street, a las que presuntamente habría concedido facilidades a la hora de deshacerse de hipotecas ruinosas.
El Fondo Latino para la Victoria, que preside Cristobal Alex, ha querido salir al paso de los ataques contra Castro, al que apoya incondicionalmente, por ser "completamente infundados, cortos de vista y que solo sirven para generar enfrentamientos internos", antes de recordar que la Cámara Hispana de Comercio ha recomendado a Clinton la elección de Castro. Otra opción que Clinton podría barajar, a juicio de los estrategas, es la del actual secretario de Trabajo, Tom Perez.
Pero la encrucijada de Clinton no se limita a una cuestión de minoría racial. Cabe la posiblidad de que la ex primera dama quiera enviar un mensaje claramente ideológico con su nominado o nominada. Si Clinton se propusiera ganarse el interés de los republicanos más moderados, podría elegir por ejemplo al senador por Virginia Tim Kaine, oponente al aborto, o al senador por Nueva Jersey Cory Booker, vinculado a Wall Street.
Por otro lado, si Clinton deseara convencer al sector más radical del partido Demócrata, podría solicitar la ayuda del senador por Ohio Sherrod Brown, uno de los más acérrimos oponentes a los acuerdos de libre comercio internacionales, o a la senadora por Massachussets Elizabeth Warren, gran oponente de la influencia del sector bancario en la política de EEUU.
TRUMP, UN EJÉRCITO DE UN SOLO HOMBRE
Los analistas tienen más difícil pronosticar al posible acompañante de Donald Trump en la nominación. A nadie se le escapa a estas alturas que el actual favorito republicano ha dinamitado desde dentro el partido, algunos de cuyos miembros no cejarán en su empeño de apartarle de la nominación final.
El caso es que Trump ha dejado entrever que su elegido o elegida no puede ser "un novato en política", como él mismo se describe. El candidato ha tirado incluso nombres de antiguos y actuales rivales de carrera, como el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, el senador por Florida, Marco Rubio, o el gobernador de Ohio, John Kasich. Los tres se han negado en redondo a colaborar con Trump.
Por ello, no se descarta que Trump, más que elegir, deba verse obligado a aceptar a un modelo de "republicano veterano al final de su carrera que no tenga nada que perder si Trump requiere sus servicios. Podría ser el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie o el gobernador de Florida, Rick Scott. Los dos han expresado públicamente su apoyo al candidato republicano.