MADRID, 29 Ene. (Por Martin Muluka, especialista en comunicación, World Vision) -
Rier luce una gran sonrisa mientras camina confiada hacia su sueño académico en la escuela secundaria St. James Optom. Ella forma parte de un trío inseparable de
embajadoras del club de la paz que han demostrado que los niños y las niñas son el
corazón de la comunidad y que pueden disfrutar de la vida en plenitud con un futuro mejor si se les enseña el significado de la paz.
"Mi familia se trasladó al campo de refugiados de Kakuma en 2012 desde Sudán del Sur tras los enfrentamientos entre las comunidades nuer y dinka. Entonces solo tenía ocho años y la vida era difícil porque estaba separada de la gente a la que quería", cuenta Rier. "Mis padres dijeron que habíamos venido a buscar la paz a Kakuma. Pensé que era el fin de la violencia. Pero, por desgracia, en la escuela había niños que me despreciaban y no me trataban bien porque era nuer y sursudanesa, y ellos de otra nacionalidad. En casa, me decían de quién debía ser amigo y adónde no debía ir porque no era seguro. Me acostumbré y lo acepté".
Pero poco a poco se fue entristeciendo porque no podía entender por qué tenía que vivir en una sociedad que no dejaba de pelearse o entrar en conflicto por diferencias de nacionalidad o tribu. "Me amargaba porque sentía que todo el mundo era responsable de mi sufrimiento y de la separación de mis familiares y amigos, a los que no sé si volveré a ver".
Desde que su familia huyó de su hogar y se trasladó al campo de refugiados de Kakuma en busca de paz, Rier asumió que la solución al problema de segregación al que se enfrentaba en la escuela sólo podría abordarse cambiando de escuela.
Lo hizo varias veces hasta que se trasladó a una escuela fuera del campo a la que asisten niños y niñas de la comunidad local de Turkana (Kenia). "Me resultaba difícil hacer amigos y solía sentarme sola la mayor parte del tiempo. Había oído hablar de clubes de paz en otras escuelas, pero nunca me planteé unirme a ninguno. Aquí conocí a Alimlim, que me introdujo en el club de la paz y se ha convertido en algo más que una amiga. Me conquistó su autenticidad y cariño, a pesar de que ella procede de la comunidad turkana de Kenia y yo soy una nuer de Sudán del Sur, y me enseñó que yo también podía preocuparme por alguien de otra comunidad".
LOS NIÑOS COMO EMBAJADORES
Estos clubes de paz, que son 41 en total, se crearon a través del proyecto Empowering Children as Peace Builders de World Vision en el campo de refugiados de Kakuma. Los clubes utilizan el Currículo de la Paz desarrollado por la organización para fomentar la paz entre las comunidades a través de niños y niñas como embajadores.
"Gracias a las reuniones periódicas del club, dirigidas por la presidenta Alimlim, encontré la paz interior y amigos de comunidades que mi familia consideraba enemigas. Conocí a mi mejor amiga, Agum, de la tribu dinka. Compartimos muchas cosas y descubrí que ambos buscábamos la paz. El reto era cómo se lo tomarían nuestros amigos de nuestras comunidades. Nuestras historias de persistencia y nuestros retos estrecharon nuestro vínculo. Como resultado de nuestra singular amistad, más niños y niñas se animaron a unirse a los clubes de paz e incluso a jugar juntos".
En la vecina escuela secundaria, Kuok, el capitán del equipo de fútbol de la escuela, dirige a sus compañeros en una clase de educación física. Recuerda el camino recorrido por su comunidad en el uso del deporte para defender la paz y cómo las diferencias personales pueden causar violencia. "En 2018, yo era un joven jugador del equipo de nuestra comunidad. Surgió una discusión entre nuestro entrenador sudanés y un jugador sursudanés. Lo que comenzó como una pequeña disputa escaló rápidamente a un conflicto en toda regla entre comunidades", dice Kuok.
"Recibí una formación sobre la paz que me ha ayudado a dirigir el equipo. Celebramos reuniones periódicas con los jugadores antes de los partidos intercolegiales e intercomunitarios. Antes de la formación, el fútbol nos separaba, pero ahora nos ha unido. Aprendí como jugador que, cuando entro en el campo, es probable que se produzca una victoria, una derrota, una decisión desfavorable o una lesión. Es mi deber aceptarlo y saber que la reacción de mis seguidores y de la comunidad depende de mi comportamiento. Nuestro lema es desterrar la violencia del campo y marcar goles de paz".
Martha, profesora y patrona del club de la paz de la escuela, señala que los alumnos han contribuido decisivamente a pacificar la escuela y a mejorar la disciplina. A diferencia de antes, observa que ahora los profesores corrigen a los alumnos sin temor a que ello provoque conflictos derivados de diferencias culturales.
"Nuestra escuela se vio afectada por el conflicto hace unos años, temí por mi seguridad y contemplé la posibilidad de reubicarme en otra sección del campo de refugiados con mi comunidad. Estaba triste porque me parecía una repetición de la violencia política que me hizo trasladarme de Sudán a Kenia. Para mi sorpresa, mis alumnos me visitaron y me animaron a quedarme. Ahora las cosas van mucho mejor; tenemos un vínculo más allá de la escuela y tenemos proyectos comunes como plantar hortalizas", afirma.
Onesmus, director de la escuela primaria de Kalobeyei, en el condado de Turkana, valora el papel que han desempeñado los clubes de paz en la mejora de la armonía y la disciplina en la escuela y la comunidad en general. "Para una escuela con una población de más de 4.000 alumnos de diversas culturas y nacionalidades, la paz es fundamental".
De cara a la semana en que se celebra el Día Escolar de la Paz y la No Violencia debemos recordar que trabajar por la construcción de la paz en entornos escolares es fundamental si queremos un mundo libre de violencia. Para ello, tenemos que tener en cuenta a la infancia y la juventud como catalizadores de la paz y por ello la escuela tiene un papel fundamental como impulsora de la convivencia en paz.