WASHINGTON, 20 Ene. (EDIZIONES) -
Presidente del Tribunal Supremo Roberts, presidente Carter, presidente Clinton, presidente Bush, presidente Obama, compatriotas estadounidenses y gente de todo el mundo: gracias.
Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos nos hemos unido en una gran iniciativa nacional para reconstruir nuestro país y restaurar su promesa a todo nuestro pueblo. Juntos vamos a decidir el destino de Estados Unidos y del mundo durante los próximos años. Vamos a afrontar desafíos. Vamos a afrontar dificultades, pero vamos a cumplir.
Cada cuatro años nos reunimos en esta escalinata para materializar una transición de poderes de forma ordenada y pacífica y estamos agradecidos al presidente Obama y a la primera dama, Michelle Obama, por su amable ayuda en esta transición. Han sido magníficos.
Sin embargo, la ceremonia de hoy tiene un significado muy especial porque hoy no estamos ante una mera entrega de poder de una administración a otra o de un partido a otro, sino que vamos a transferir el poder de Washington D.C. y os lo vamos a entregar a vosotros, al pueblo estadounidense.
Durante demasiado tiempo un pequeño grupo de la capital de nuestra nación ha cosechado las recompensas del Estado mientras la gente soportaba los costes. Washington floreció, pero la gente no compartía su riqueza. Los políticos prosperaron, pero los puestos de trabajo se fueron y las fábricas cerraron. El sistema se protegió a sí mismo y no a los ciudadanos de nuestro país.
Sus victorias no han sido vuestras victorias. Sus triunfos no han sido vuestros triunfos y mientras ellos lo celebraban en la capital de nuestra nación, había poco que celebrar para las familias en apuros de nuestra tierra. Todo eso cambia a partir de aquí y a partir de ahora porque este momento es vuestro momento: os pertenece. Pertenece a todos los que os habéis reunido hoy aquí y a todos los que lo estáis viendo a lo largo y ancho de Estados Unidos. Este es vuestro día. Esta es vuestra celebración y este país, Estados Unidos de América, es vuestro país.
Lo que realmente importa no es el partido que controla nuestro Gobierno, sino si nuestro Gobierno está bajo el control del pueblo. El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en el que el pueblo se convirtió de nuevo en el gobernante de esta nación.
Los y las olvidadas de nuestro país ya no serán olvidados. Todo el mundo os está escuchando. Habéis venido por decenas de millones para participar en este movimiento histórico, un movimiento como el mundo nunca antes ha visto. En el centro de este movimiento hay una convicción crucial: que una nación existe para servir a sus ciudadanos.
Los estadounidenses quieren buenos colegios para sus hijos, barrios seguros para sus familias y buenos puestos de trabajo para sí mismos. Estas son demandas justas y razonables de una población honrada, pero para demasiados de nuestros conciudadanos existe una realidad bien distinta: madres e hijos atrapados en la pobreza de nuestras ciudades, fábricas oxidadas desperdigadas como lápidas por el paisaje de nuestra nación, un sistema educativo que se traga el dinero, pero que deja a nuestros jóvenes y bellos estudiantes despojados de conocimientos y crimen, bandas y drogas que han robado demasiadas vidas y han robado demasiado potencial a nuestro país.
Esta matanza se para aquí y ahora. Somos una nación y su dolor es nuestro dolor, us sueños son nuestros sueños y su éxito será nuestro éxito. Compartimos un solo corazón, un hogar y un destino glorioso.
La jura del cargo que asumo hoy es una jura de fidelidad a todos los estadounidenses. Durante décadas hemos enriquecido a la industria extranjera a costa de la industria estadounidense. Hemos financiado los ejércitos de otros países mientras permitíamos la triste reducción de nuestras Fuerzas Armadas.
Hemos defendido las fronteras de otros países mientras nos negábamos a defender las nuestras y hemos gastado billones de dólares en el extranjero mientras la infraestructura de Estados Unidos caía en el deterioro y la decadencia.
Hemos hecho ricos a otros países mientras la riqueza, fuerza y confianza de nuestro país desaparecía en el horizonte. Una a una, las fábricas cerraban y se marchaban lejos sin siquiera pensar en los millones y millones de trabajadores estadounidenses que quedaban atrás. La riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de sus hogares y redistribuida por todo el mundo.
Pero eso forma parte del pasado y ahora y ahora estamos mirando al futuro. Hoy aquí reunidos estamos promulgando un nuevo decreto que se oirá en cada ciudad, en cada capital extranjera y en cada pasillo del poder. A partir de este día hay una nueva visión gobernando nuestra tierra. A partir de este momento será Estados Unidos primero.
Cada decisión sobre política comercial, fiscal, migratoria o de asuntos exteriores se tomará para beneficiar a los trabajadores estadounidenses y a las familias estadounidenses. Debemos proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos y destruyen nuestros empleos. La protección llevará a una gran prosperidad y fuerza.
Voy a luchar por vosotros con cada aliento de mi cuerpo y nunca jamás os abandonaré. Estados Unidos va a empezar a ganar otra vez, a ganar como nunca antes. Vamos a recuperar nuestros empleos, vamos a recuperar nuestras fronteras, vamos a recuperar nuestra riqueza y vamos a recuperar nuestros sueños.
Vamos a construir carreteras nuevas, autopistas, puentes, aeropuertos, túneles y vías férreas a lo largo y ancho de nuestra maravillosa nación. Vamos a sacar a nuestra gente de las ayudas públicas para que vuelva a trabajar. Vamos a reconstruir nuestro país con manos estadounidenses y trabajo estadounidense. Vamos a seguir dos reglas sencillas: compra estadounidense y contrata estadounidense.
Vamos a buscar amistad y buena voluntad con los países del mundo, pero también con la certeza de que todas las naciones tienen derecho a anteponer sus intereses. No queremos imponer a nadie nuestro estilo de vida, sino que queremos que brille como ejemplo para que todos los demás lo sigan.
Vamos a reforzar las viejas alianzas y a formar nuevas y a unir al mundo civilizado contra el terrorismo islámico radical, que vamos a erradicar completamente de la faz de la tierra.
En el cimiento de toda nuestra política estará la lealtad a los Estados Unidos de América y a través de la lealtad a nuestro país vamos a redescubrir nuestra lealtad mutua. Cuando abres tu corazón al patriotismo no hay cabida para los prejuicios. La Biblia nos dice: "¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!".
Debemos hablarle a nuestro fuero interno de forma abierta, debatir nuestros desacuerdos con honestidad, pero siempre con la solidaridad en mente. Cuando Estados Unidos está unido, Estados Unidos es totalmente imparable. No cabe el miedo. Estamos protegidos y siempre estaremos protegidos. Estamos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro Ejército y nuestras fuerzas de seguridad y, lo más importante, estamos protegidos por Dios.
Por último, debemos pensar a lo grande y soñar más a lo grande aún. En Estados Unidos entendemos que una nación solo pervive si se esfuerza. No vamos a aceptar a más políticos que solo hablan y hablan si hacer nada; quejándose continuamente pero sin hacer nunca nada.
Se ha acabado el tiempo de los discursos vacíos. Ha llegado el momento de la acción. No permitáis que nadie os diga que no se puede hacer. No hay desafío que pueda con el corazón, la lucha y el espíritu de Estados Unidos. No vamos a fallar. Nuestro país va a crecer y prosperar otra vez.
Estamos ante el nacimiento de un nuevo milenio, dispuestos a desentrañar los misterios del espacio, a librar a la Tierra de las miserias de la enfermedad y a emplear las energías, industria y tecnologías del mañana.
Un nuevo orgullo nacional se mueve en nuestras almas, alza nuestra vista y sana nuestras divisiones. Es el momento de recordad esa antigua sabiduría que nuestros soldados nunca olvidarán: seamos negros, marrones o blancos, todos nosotros sangramos con la misma sangre roja de los patriotas. Todos disfrutamos de las mismas libertades gloriosas y todos saludamos a la misma y grandiosa bandera estadounidense.
Y siempre que nace un bebé en los barrios de Detroit o en las tormentosas llanuras de Nebraska, miran al mismo cielo nocturno. Llenan su corazón con los mismos sueños y tienen un aliento vital infundido por el mismo Creador todopoderoso.
Así que todos los estadounidenses, de todas las ciudades cercanas y lejanas, pequeñas y grandes, de montaña a montaña y de océano a océano, escuchad estas palabras. Nunca más seréis ignorados. Vuestra voz, vuestras esperanzas y vuestros sueños definirán nuestro destino estadounidense y vuestro valor, bondad y amor por siempre nos guiará por el camino.
Juntos vamos a hacer a Estados Unidos fuerte de nuevo, vamos a hacer a Estados Unidos rico de nuevo, vamos a hacer a Estados Unidos orgulloso de nuevo, vamos a hacer a Estados Unidos seguro de nuevo y, sí, juntos, vamos a hacer a Estados Unidos grande de nuevo.
Gracias. Que Dios os bendiga y que Dios bendiga a Estados Unidos.