Jeremy Corbyn
ANDREW YATES/REUTERS
Actualizado: martes, 6 junio 2017 18:19

La campaña laborista ha generado más ilusión y su líder podría evitar la humillación anticipada en las urnas

LONDRES, 6 Jun. (EUROPA PRESS) -

El liderazgo de Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista ha sorprendido en la recta final hacia unas generales en las que la izquierda británica parecía encaminarse a la aniquilación en las urnas. Transcurridas siete semanas de su inesperada convocatoria, la formación que ha completado uno de los viajes ideológicos más extraordinarios en tiempos modernos ha dinamizado una carrera que parecía sentenciada y ha dejado de ser visto como el convidado de piedra a su propia defunción electoral.

Su evolución está íntimamente ligada a la percepción de su candidato, un veterano con más de tres décadas en Westminster que, en 2015, tras la segunda derrota consecutiva en unas generales, se había animado a presentarse a la contienda para reemplazar a Ed Miliband con el mero objetivo de incluir una propuesta anti-austeridad en el debate del futuro de una fuerza política en busca de su identidad.

Sus opciones parecían residuales, pero algo en su discurso de regreso a las raíces socialistas tocó fibra no solo entre las bases, sino entre miles de desencantados con la política, que decidieron unirse a la formación para aprovechar el flamante nuevo sistema de elección del líder: del poder de los sindicatos y del grupo parlamentario, el laborismo apostaba por la fórmula de dar la voz a la militancia. La era Corbyn acababa de empezar.

Pese a que desde su improbable ascenso de diputado raso a jefe de la oposición contrarió a las élites tradicionales, el ahora candidato consideró haber recibido un claro mandato para imponer una agenda que se alejaba de los postulados imperantes desde el apogeo de Tony Blair y compañía.

CAMBIOS

La connivencia del ex primer ministro con los mercados fue sustituida por una dura retórica contra la "avaricia de la banca", el intervencionismo que había dividido al partido con la invasión de Irak dio paso al cuestionamiento ético del militarismo y la apuesta por impuestos bajos y atracción de las élites ha quedado relegada por la aspiración hacia una sociedad más igualitaria que "rinda cuentas con quienes creían que podían salir airosos de su codicia".

Al recabar el respaldo de seis de cada diez militantes en su relección en septiembre, tras el intento de regicidio por parte de sus propios diputados, Corbyn reforzó su legitimidad para reivindicar su regreso a las esencias socialistas, su defensa de la equidad social y un predicamento anti-élites que lleva el sello distintivo de quien ha ejercido durante más de 30 años como verso libre de la política británica.

Cuestionado en su partido tanto como por un aparato mediático que solo ahora lo empieza a tomar en serio, si algo no se le puede criticar es su falta de coherencia. Su programa electoral está directamente inspirado en su ADN ideológico y entierra definitivamente el espíritu de la Tercera Vía que hace veinte años había llevado al Laborismo al Número 10, con planteamientos que Blair había relegado al cajón de la memoria por considerarlos material electoral inflamable.

Corbyn nunca se había mostrado cómodo con el viraje introducido durante aquellos 13 años en el poder, en los que ejerció como la voz de la conciencia crítica y, como candidato, ha asumido como una misión personal el regresar a los postulados de la izquierda más pura, la misma que le había otorgado una reputación como el diputado más rebelde de Westminster, capaz de ignorar la disciplina interna en más de 500 ocasiones.

REGICIDIO

Forastero en su propia formación, entre las suspicacias que provocaba, su más que templado respaldo a la continuidad de Reino Unido en la Unión Europea --siempre había estado considerado un euroescéptico-- y errores evitables, el pasado verano, transcurridos diez meses de su inesperado ascenso, perdió la confianza de su grupo parlamentario y afrontó una batalla por su supervivencia en la que recabó una victoria aún más arrolladora que la primera.

El hito obligó a un necesario acto de reconciliación en una izquierda que se jugaba su continuidad como una de las referencias del socialismo en Europa. El adelanto electoral decidido por May, de hecho, fue irónicamente el revulsivo que, al menos de momento, ha permitido suturar la herida abierta entre el 'establishment', representado por diputados que consideraban a su cabeza de lista inelegible, y la militancia, especialmente la recabada desde las últimas generales.

Las dos categorías se han unido tras un programa electoral que, si bien ha sido cuestionado por su laxitud de gasto, presenta una visión de país más positiva que la apuesta por la austeridad de los conservadores. Aunque costosa, en estas elecciones el laborismo ofrece esperanza.

La tregua se produjo después de que incluso sus detractores entendiesen que si Corbyn no era capaz de controlar a su propio grupo parlamentario, sería virtualmente imposible que los electores percibiesen en él material para primer ministro, sobre todo, ante la inminencia del Brexit, probablemente el mayor desafío de Reino Unido desde la II Guerra Mundial.

De hecho, muchos diputados se habían resignado a la condena electoral y habían asumido la necesidad de pagar el precio de un nuevo revés en las urnas para convencer a los 'corbyinistas' de que su ídolo no es el líder adecuado para una formación que aspira a recuperar el poder perdido en 2010.

SORPRENDENTE MEJORA

Para su sorpresa, la difusión de los programas ha mejorado la percepción tanto del partido, como de su cabeza de lista, y la pérdida del protagonismo del Brexit a medida que avanzaba la contienda ha equilibrado el debate. Más allá de cómo se traduzca el jueves en las urnas, el mensaje laborista ha generado más ilusión que la apuesta personalista por el rígido liderazgo "fuerte y estable" de May, quien ha protagonizado una pobre campaña que ha revelado grietas hasta hace poco invisibles en la primera ministra.

La laborista, por el contrario, ha resultado notablemente mejor de lo temido, como demuestra un hasta hace poco impensable cambio en la demoscopia que ha puesto la valoración del candidato por encima de la May en áreas como Londres. La tendencia prueba la capacidad de Corbyn de desafiar pronósticos, una suerte que confía se repita el próximo jueves, incluso aunque no acceda a Downing Street.

Su objetivo es reformular de raíz la esencia laborista y asume que llevará tiempo, por lo que una derrota sabría a victoria si evita la humillación que se había anticipado y demuestra que la agenda tradicional de la izquierda más pura puede tener cabida en el Reino Unido del siglo XXI.

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