MADRID 27 Jun. (EUROPA PRESS) -
Cuando António Costa dimitió el 7 de noviembre de 2023 como primer ministro de Portugal se acabaron teóricamente sus esperanzas políticas a corto y medio plazo, pero apenas siete meses después el dirigente socialista ha culminado su particular rehabilitación al ser nombrado nuevo presidente del Consejo Europeo, puesto para el que siempre sonó como uno de los favoritos.
Costa abandonó el poder el mismo día en que salió a la luz una investigación por presuntos delitos de prevaricación, corrupción y tráfico de influencias dentro de su Gobierno, relativa a la concesión de proyectos empresariales. El propio primer ministro figuró inicialmente en el punto de mira, si bien la Fiscalía terminó reconociendo un error derivado de una transcripción telefónica en la que se aludía al entonces ministro de Economía, António Costa Silva.
Ya era tarde tanto para el jefe de Gobierno saliente como para el Partido Socialista, abocado a unas elecciones anticipadas en las que terminaría perdiendo el poder en favor de la alianza conservadora liderada por el Partido Social Demócata (PSD), con Luís Montenegro al mando. Costa pasó entonces a un segundo plano, aunque la cercanía de las elecciones europeas hizo que su nombre no terminase de desaparecer del todo.
De hecho, en los comicios del 9 de junio a la Eurocámara los socialistas obtuvieron un simbólico triunfo --con menos de un punto de margen-- frente a los conservadores. Esa misma noche, con las urnas recién cerradas, Costa salió en cámara para decir que, con los números en la mano, los socialistas europeos tenían derecho a reclamar la presidencia del Consejo Europeo, en manos del liberal Charles Michel hasta el 1 de diciembre.
Se trata de un puesto históricamente reservado a alguien con experiencia en la dirección de un Gobierno y, de hecho, antes incluso de dimitir Costa ya sonaba entre los potenciales sustitutos de Michel. En sus años en el Gobierno, de hecho, ha acumulado buena reputación como negociador en citas europeas clave.
Él nunca ha llegado a postularse públicamente, pero no ha hecho falta para que tanto el primer ministro luso, Luís Montenegro, como el presidente, Marcelo Rebelo de Sousa, hayan dejado a un lado las diferencias ideológicas para salir en apoyo de su candidatura.
Técnicamente, Costa no necesitaba el apoyo del Gobierno de Portugal para lanzarse, pero el respaldo de Montenegro sí ha ayudado al menos a esquivar cualquier potencial rechazo dentro de la familia 'popular' europea, de la que la que es miembro el PSD.
EL LEGADO DE COSTA
Costa, de 62 años, estudió Derecho pero dejó su incipiente carrera de abogado para centrarse en una carrera política que se consolidó a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, cuando ascendió a la ejecutiva del Partido Socialista. Se integró como ministro en sucesivos gobiernos, primero de la mano de António Guterres, ahora secretario general de la ONU, y luego bajo la batuta del denostado José Sócrates.
Su figura fue ganando peso y un Costa cada vez más popular renunció en 2007 a la cartera de Interior para dar el salto al Ayuntamiento de Lisboa, del que fue alcalde en dos legislaturas consecutivas. Encabezó la capital lusa entre agosto de 2007 y abril de 2015, y ya entre medias había tomado las riendas de un PS en horas bajas.
El salto entre instituciones de Lisboa le salió bien, ya que aunque los socialistas quedaron por detrás del PSD en las elecciones generales de 2015, la aritmética parlamentaria terminó favoreciendo a Costa, apoyado no sólo por su propio grupo sino también por el Bloque de Izquierda y la Coalición Democrática Unitaria, que aglutinaba a comunistas y verdes.
Surgió entonces lo que la oposición vino a llamar la 'geringonça' (chapuza), una alianza de izquierdas que terminaría pivotando la salida del rescate financiero y que en una primera etapa funcionó. En los comicios de 2019, el PS ya fue el partido más votado, aunque no alcanzó el umbral de la mayoría absoluta en la Asamblea de la República, lo que le obligó a depender de nuevo de apoyos externos.
Sin embargo, las discrepancias entre las formaciones de izquierdas se agravaron, como quedó de manifiesto en la incapacidad del Gobierno para sacar adelante los presupuestos generales de 2022. A finales de enero, los portugueses acudieron a las urnas de manera anticipada, fruto de una jugada que elevó al PS hasta la mayoría absoluta.
De hecho, los últimos comicios anticipados se celebraron con los socialistas aún con esta mayoría, lo que no evitó que perdiesen el poder en favor de la Alianza Democrática encabezada por el PSD. Los conservadores tienen 80 escaños, dos más que el PS, mientras que la ultraderecha de Chega se disparó hasta los 50.