Los niveles de violencia sin precedentes han generado un desplazamiento de población nunca visto en la región
MADRID, 30 Jun. (EUROPA PRESS) -
Ataques casi a diario, matanzas de carácter étnico y un desplazamiento de población que se ha multiplicado por cinco en el último año están poniendo cada vez más el foco en el Sahel, y en particular en Malí, Burkina Faso y Níger, países que se han visto inmersos en una crisis sin precedentes para la región.
Aunque los tres países no eran ajenos a la violencia antes de la situación actual, con golpes de estado y rebeliones tuareg principalmente como protagonistas, lo cierto es que los gobiernos se están viendo desbordados a la hora de responder al goteo diario de víctimas ante la multiplicación de los ataques armados, que han dejado 1.200 civiles muertos en los primeros cinco meses del año.
Los expertos coinciden en que la caída del régimen de Muamar Gadafi en Libia, a la que siguió la rebelión tuareg en el norte de Malí en 2012, pronto secuestrada por los yihadistas y frenada solo por la intervención militar francesa, prendieron la mecha de un fenómeno que aunque inicialmente parecía controlado ha resurgido con virulencia y está desencadenando otros fenómenos de violencia.
A continuación, repasamos cinco claves para entender esta crisis:
CÓCTEL DE POBREZA Y CAMBIO CLIMÁTICO
Los tres países figuran entre los más pobres y menos desarrollados del mundo, con rentas per cápita que rondan los 400 dólares. Además, cuentan con una población muy joven y que crece a una velocidad de vértigo debido a tasas de fecundidad que están muy por encima de la media mundial --más de siete hijos en el caso de Níger--.
Según las estimaciones, los alrededor de 80 millones de habitantes que tienen los países que conforman el G-5 (Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger) se duplicarán para 2040, si bien las economías de estos países no están creciendo al mismo ritmo ni generando los millones de puestos de trabajos necesarios.
Esta "bomba demográfica", como reconocía esta semana el representante especial de la UE para el Sahel, Ángel Losada, "está a punto de estallar", lo cual podría provocar un aumento de la migración desde estos países pero también de la radicalización, ante la falta de oportunidades para los jóvenes.
Y a la pobreza y el rápido crecimiento demográfico vienen a sumarse los efectos del cambio climático, que están golpeando con dureza a estos tres países, con el consiguiente impacto para la población, buena parte de la cual vive de la ganadería y la agricultura, y exacerba la pugna por los cada vez más escasos recursos naturales.
UN ESTADO AUSENTE
La ausencia del Estado en buena parte del territorio de estos vastos países también ha sido determinante en la proliferación de grupos armados --tanto yihadista como milicias de autodefensa--, además de haber facilitado desde hace décadas el tráfico de todo tipo --drogas, armas, personas-- a través de estos territorios.
Un tráfico que, según recuerda Beatriz Mesa, periodista y profesora africanista de la Universidad Internacional de Rabat (UIR), ha "institucionalizado la industria criminal", de la que también se nutren actores estatales y que ha contribuido a cambiar los liderazgos tradicionales en la región. Ahora, quien tiene dinero o armas puede convertirse en líder de su comunidad.
Como resultado, ha población se siente desprotegida por el Estado, que no cubre servicios esenciales, y tampoco tiene la referencia de los jefes tradicionales, quienes hasta ahora dirimían muchos de los conflictos. A esto se suma, según reconoce el coordinador de la célula regional de prevención de la radicalización del G-5, Amadou Sall, el factor de la "impunidad".
A la creciente amenaza yihadista los estados han respondido por la vía militar, lo que ha provocado no pocas víctimas colaterales e incluso algunos casos de ataques de carácter selectivo hacia determinadas comunidades, que han sido condenados por las ONG, y que en general no han venido acompañados de consecuencias. Esto contribuye a que "haya una percepción negativa del Estado", reconoce Sall, que ve necesario "mejorar la imagen".
PROLIFERACIÓN DE GRUPOS YIHADISTAS
La presencia de grupos yihadistas en esto países comenzó en el norte de Malí, exportada desde Argelia, pero se ha ido extendiendo con el paso del tiempo. El Sahel se ha convertido en la actualidad en el nuevo campo de batalla de los dos grandes grupos terroristas a nivel global: Al Qaeda y Estado Islámico.
La primera cuenta con el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), una alianza surgida en marzo de 2017 y que aglutina a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine --cuyo líder, el tuareg Iyad ag Ghali, ha pasado a liderar JNIM--, el Frente de Liberación de Macina --que encabeza Amadou Kouffa, un peul de Malí-- y Al Murabitún, este último encabezado por el destacado yihadista argelino Mojtar Belmojtar.
Por su parte, los de Abu Bakr al Baghdadi proclamaron una de sus provincias en la región, Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS, por sus siglas en inglés), que lidera Adnan Abú Walid al Saharaui, un yihadista presuntamente nacido en los campos de refugiados saharuis en Tinduf (Argelia).
A estas dos grandes organizaciones, muy activas en los últimos meses, se suma Ansarul Islam, un grupo autóctono de Burkina Faso liderado por Ibrahim Dicko y que estuvo detrás de los atentados registrados en la capital, Uagadugú, en 2016 y 2017.
CRECIENTE TENSIÓN INTERCOMUNITARIA
Los tres países están poblados por distintas etnias, con la presencia en todos ellos de los peul o fulani, un grupo tradicionalmente dedicado al pastoreo y de carácter nómada. Aunque las disputas con otros grupos étnicos, generalmente dedicados a la agricultura, no eran inusuales, estas solían dirimirse a nivel de la comunidad y en general todos vivían en paz.
Sin embargo, Beatriz Mesa defiende que el factor religioso no es clave a la hora de explicar el recrudecimiento de la violencia intercomunitaria vivido en los últimos meses, con matanzas de peul y de dogon --otra etnia-- en Malí.
La población se siente identificada por su etnia, algo que están aprovechando los grupos yihadistas, que han visto en los jóvenes peul, marginados, desencantados y sin oportunidades, un excelente caldo de cultivo. El reclutamiento, coincide Ángel Losada, viene motivado por "la pobreza y la situación social".
Tanto el enviado de la UE como Mesa coinciden en que el islam imperante hasta ahora en estos países entronca con el sufismo, mucho más moderado, pero según advierte la profesora, el wahabismo promovido por Arabia Saudí ha entrado en las mezquitas de la región, "donde el estado ha confundido laicidad con indiferencia".
¿CÓMO RESOLVER LA SITUACIÓN?
Hasta ahora, la apuesta principal ha sido la vía militar. A la acción de las fuerzas de seguridad nacionales se suma la fuerza regional G-5, creada por los cinco países en julio de 2017 y que, como reconoce Losada, tiene "debilidades", principalmente el hecho de que cuenta con unos 5.000 hombres y abarca millones de kilómetros de territorio. Además, Francia está presente a través de la 'Operación Barkhane'.
Sin embargo, desde la ONU y las ONG, hace tiempo que se viene reclamando no dejar de lado también el desarrollo, algo en lo que coincide el enviado de la UE: "Sin desarrollo no puede haber seguridad y sin seguridad no puede haber desarrollo". No obstante, por ahora, los escasos fondos que reciben las organizaciones humanitarias deben destinarse a cubrir la emergencia provocada por la violencia y la sequía, con 5 millones de personas necesitadas de asistencia.
Para Amadou Sall, es fundamental "cambiar el paradigma" y hablar "positivamente del Sahel y de sus potencial" como una región con un importante mercado y una población joven. "Hay que desarrollar políticas que generen oportunidades y permitan que la población recupere la esperanza", remacha.