MADRID, 22 Jul. (Por Shafiqul Islam, mediador cultural en los barcos de rescate de Médicos Sin Fronteras en el Mediterráneo) -
A medida que la situación en Libia se vuelve cada vez más inestable, miles de personas que trabajaban en el país norteafricano son ahora víctimas de secuestros, detenciones arbitrarias y abusos.
Posteriormente, algunas son empacadas en barcos peligrosamente inestables en el Mediterráneo. Shafiqul narra su función en uno de los buques de búsqueda y rescate de MSF en el Mediterráneo central y comparte las historias de algunas de las personas que ha conocido en su misión.
Salí de Bangladesh en enero de 2006 para estudiar en Londres. Llegué a Italia en 2013 donde me ofrecí como voluntario en una pequeña ONG que trabaja con inmigrantes. Fue la primera vez que entré en contacto y conocí la problemática de los refugiados que llegan a Italia por mar, las muchas razones por las que la gente huye y trata de llegar hasta aquí.
MSF/Shafiqul Islam
Me empecé a interesar cada vez más por lo que ocurría en el Mediterráneo, así que me presenté a un puesto de mediador cultural en MSF que necesitaba un perfil para comunicarse con los bangladeshíes que rescataba.
Antes de embarcar vi muchos videos en YouTube sobre las operaciones de búsqueda y rescate de MSF. Pensé que sabía con lo que me iba a encontrar. Pero desde que me uní a la misión, cada día ha sido completamente diferente. Las cosas son mucho peor de lo que podría haber imaginado.
A bordo del barco he escuchado historias espantosas. Es aterrador que estas historias tan terribles sean tan habituales, que los relatos que los bangladeshíes me transmiten ya me resulten comunes.
En el último rescate en el que intervine salvamos a 181 bangladeshíes y las historias de tortura que escuché me hicieron llorar. Un joven me contó que lo tuvieron encerrado en una habitación a oscuras durante tres meses. Los guardias le ponían agua hirviendo en la oreja y a veces le rociaban los ojos con spray de pimienta. Él y sus compañeros fueron golpeados con palos de metal.
El chico veía que algunos de sus compañeros de encierro acababan con fracturas y huesos rotos; los guardias en vez de ayudarles les provocaban más heridas. Hombres y mujeres eran violados. Vivió un auténtico infierno.
Además, los captores grababan lo que les hacían en sus teléfonos y se lo mandaban a sus familias. Era la manera más efectiva de conseguir dinero de estas.
MSF/Shafiqul Islam
NOMBRES ESCRITOS CON SANGRE EN LAS PAREDES
Los hombres que rescatamos me contaron que muchos de sus compañeros murieron y que se sentían muy afortunados por haber sobrevivido. Según me explicaron, se convirtió en habitual escribir tu nombre en la pared del centro de detención con sangre. Para muchos de los que murieron, esta escritura es la única prueba de que estuvieron ahí.
Muchos de ellos fueron secuestrados en cinco o seis ocasiones y sus familias se quedaron sin dinero para liberarlos, vendiendo sus casas y todo lo que tenían en Bangladesh para pagar por su libertad. No había opción que no fuera el mar.
¿Pero por qué vienen a Libia? En busca de una vida mejor. En Bangladesh los traficantes de personas les dicen: "no tienes que pagarme ahora, solo tienes que ir a Libia y trabajar para pagarme". A veces les dan un contrato de trabajo y otras veces un permiso de turista o un visado falso. La cantidad de dinero que se les dice que adeudan es muy pequeña para que se animen a hacer el viaje.
Normalmente son gente pobre y van a Libia para trabajar y enviar dinero a sus familias. Cuando me encuentro con personas que llegaron a Libia en los últimos años les pregunto: "Pero si hay una guerra ¿por qué has venido?". Ellos contestan que los traficantes les cuentan que la guerra ha terminado y que hay mucho trabajo por hacer; "no te preocupes", les dicen. Muchos de ellos no piensan en venir a Europa cuando dejan Bangladesh.
El promedio de tiempo que han pasado en Libia antes de subir a una de las barcazas es de unos cinco años, pero hay muchos que han pasado allí más de una década. Cuando les pregunto cómo era Libia cuando llegaron por primera vez, muchos dicen que estaba bien. Ha sido en los últimos años cuando la situación se ha ido deteriorando.
Una y otra vez, me cuentan que han pasado meses trabajando sin recibir su salario antes de ser vendidos a otras personas. Ellos mismos se han convertido en una mercancía, en esclavos. Muchos pensaron que la situación iba a mejorar y trataron de esperar. Pero ahora, no hay manera de salir de allí. No tienen otra opción que no sea el mar.
Los bangladeshíes están acostumbrados al río y la mayoría de nosotros sabemos nadar. Pero casi ninguno hemos visto el mar. Cuando pregunté cómo se sentían al ver el Mediterráneo por primera vez, un chico joven me respondió: "Yo rezaba y le pedía a Dios, por favor dame una muerte rápida para no sufrir demasiado".