Mujeres participantes en un proyecto de Cruz Roja Española en Nicaragua
CRUZ ROJA ESPAÑOLA
Actualizado: domingo, 28 febrero 2016 9:35

MADRID, 28 Feb. (Por Lourdes Álvarez, voluntaria internacional de Cruz Roja Española) -

Nos trasladamos hasta la comunidad de Santa María, en el municipio de Posoltega, cercano a Chinandega, al oeste de Nicaragua. Allí nos esperan un grupo de 40 mujeres cabezas de familia que se han visto beneficiadas por el proyecto de equidad de género y seguridad alimentaria que Cruz Roja Española está llevando a cabo en la zona, con el esfuerzo conjunto del equipo técnico de Cruz Roja Nicaragüense, la Alcaldía Municipal y los líderes comunitarios.

Se trata de un proyecto que pretende fortalecer las capacidades productivas de las mujeres sin recursos, cuyas familias tienen un alto índice de insuficiencia alimentaria y nutricional, mujeres agrícolas que nos reciben con la mejor de sus sonrisas, llenas de entusiasmo y vistiendo las camisetas que se han diseñado en el marco del proyecto.

Han acudido todas a la convocatoria, no ha faltado ninguna y muchas de ellas lo han hecho con sus hijos. A nuestra llegada, nos obsequian con barreños llenos de pipianes, ayotes, berenjenas y pimientos que ellas mismas han recolectado de sus propios huertos y muestran con mucho orgullo.

Con la ejecución de este proyecto, Cruz Roja persigue lograr una mayor eficacia de los procesos de producción y está contribuyendo a la reducción de la pobreza, apoyando los procesos de desarrollo económico, social y ambiental de las familias más vulnerables, pues la proporción de la población que carece de condiciones de seguridad alimentaria es muy alta.

De hecho, no debemos olvidar que los Informes de Desarrollo Humano de Nicaragua elaborados por el PNUD sitúan a Posoltega por debajo de la media nacional. Se pretende, ahora, romper con esta mala alimentación de la población y mejorar su capital humano y su capacidad de producción y reproducción.

La mayoría de la población del municipio se concentra en el sector rural y comparte una problemática común en Nicaragua: escasas o nulas alternativas de generación de ingresos, limitado acceso a servicios básicos, limitada nutrición o carencia de condiciones de seguridad alimentaria, así como escasez de medios de producción, áreas de cultivo y acceso a la financiación.

Nicaragua no es capaz de producir sus propios alimentos y, por ende, es un importador neto. Miles de familias campesinas productoras de granos básicos carecen, por tanto, de capacidad productiva eficiente, canales de distribución, información de mercado, transferencias tecnológicas y, lo que es más importante, financiamiento.

Y si carecen de todo ello, también lo hacen, no cabe duda, de una dieta nutricional y equilibrada. Por si fuera poco, un alto porcentaje de la población nicaragüense no logra cubrir el valor total de la canasta básica de alimentos.

UN FUTURO MEJOR

Pero hoy tenemos ante nosotros a cuarenta mujeres que en nada reflejan estas carencias tras su paso por un proyecto que les ha cambiado la vida, a ellas y a sus familias, como ellas mismas nos repiten una y otra vez, y lo ha hecho de manera significativa. Todas, sin excepción, han visto mejoradas sus vidas, y como consecuencia, su situación económica, cultivando sus propios huertos y fortaleciendo sus capacidades.

Tienen una alimentación más sana y una mejor nutrición. Saben cómo se cultivan los pipianes, los ayotes y todo lo que es orgánico y han aprendido a comercializar lo que cosechan con el consiguiente beneficio añadido. No se limitan, por tanto, a la producción.

Esto hace que sean más independientes y autosuficientes y pueden decidir por sí mismas. Y no sólo producen hortalizas, sino también granos, plantas medicinales como la valeriana o el orégano, y otros alimentos básicos para el consumo del hogar. Contemplo con admiración el resultado, lo que han conseguido con dedicación, esfuerzo y mucho cuidado.

Estamos ante mujeres que participan activamente en todas las etapas de la cadena de valor, desde la siembra hasta la cosecha, el procesamiento de los productos agrícolas y la comercialización. Ahora gozan de muchos más conocimientos a la hora de poder comercializar sus productos, esto es, los excedentes de los alimentos. Conocen a la perfección cuándo es el momento idóneo para ponerlos a la venta en los mercados locales y qué ganancias van a obtener con ello.

Unos ingresos que les permiten complementar su alimentación. Así, los pequeños están más y mejor nutridos y las familias se aseguran el alimento para todo un año, pues con la venta de parte de las hortalizas que cosechan, se lucran para cubrir otras necesidades que hay en sus hogares.

CONOCIMIENTOS Y EXPERIENCIA

Hasta el momento, las propias mujeres no tenían capacidad de reunión, pero ahora están perfectamente organizadas. Han ganado en experiencia y transmiten sus conocimientos a sus vecinos y compañeros, ejerciendo las veces de replicadoras. El objetivo era que aprendiesen a darle un mejor trato a la tierra y a cuidarla más para así alimentarse de una manera saludable, tanto ellas como sus propias familias.

Se ha incidido, por tanto, en un correcto uso del agua, hábitos higiénicos, prevención y tratamiento de enfermedades relacionadas con el agua e higiene en los alimentos, identificando la existencia de ciertos parásitos en los niños que venían asociados, precisamente, a una falta de higiene o al simple hecho de no lavarse las manos adecuadamente. Esto conlleva que la actual dieta alimenticia de estas familias sea en base a alimentos orgánicos, nada de productos químicos.

En el transcurso de nuestra charla, las mujeres nos indican que el proyecto les ha servido mucho a nivel personal y que están tremendamente agradecidas a las útiles capacitaciones que han recibido en el área de producción y comercialización.

La clave de todo este proceso ha sido la capacitación y la autosuficiencia de unas mujeres que pueden seguir dándole un seguimiento a sus huertos, aunque el proyecto esté llegando a su fin. Son todas lideresas que han asumido el mando y la autoridad en sus hogares, bien por iniciativa propia, bien por necesidad, pues muchas son madres solteras, viudas o separadas y representan para sus familias el único sostén económico.

Las mujeres rurales constituyen una de las fuerzas motrices de la economía de esos territorios y son corresponsales del desarrollo, la estabilidad y la supervivencia de sus familias. De ahí que haya sido tan necesario fortalecer las habilidades y capacidades productivas de estas mujeres rurales, contribuyendo al desarrollo de las familias y a la mejora de las condiciones de seguridad alimentaria en las comunidades.

Todas las mujeres lucen con satisfacción sus huertos familiares. Se ha logrado mejorar su seguridad alimentaria, así como su generación de ingresos, se las ha empoderado y se ha contribuido al desarrollo de sus capacidades, pues ahora cuentan con amplios conocimientos en temas agrícolas y de manejo de cultivos, y todo gracias a la labor de Cruz Roja.

Las familias han adoptado nuevos comportamientos y hábitos higiénicos saludables positivos en el tratamiento de los alimentos, en lo que respecta a la nutrición y a la preparación de los mismos, y se les ha facilitado el acceso a bienes productivos, semilla, herramientas y equipos como molinillos, cocinas de gas o bombas de inducción para poder aplicar el riego a los cultivos y que vienen a completar aún más la doble finalidad del proyecto: nutricional y de seguridad alimentaria.

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