El acuerdo entre los talibán y EEUU es solo el primer paso de un derrotero amenazado por la desconfianza y el rencor, las disensiones internas y al temor al abandono internacional
ISLAMABAD/KABUL, 28 Feb. (DPA/EP) -
El histórico acuerdo de paz que firmarán este sábado Estados Unidos y los talibán tras dos décadas de guerra solo será el comienzo, si el pasado sirve de lección, de un largo y tortuoso camino marcado por la idiosincrasia de un país tradicionalmente fragmentado, de espíritu tribal, donde las divisiones históricas parcialmente aparcadas durante la guerra con la Unión Soviética (1979-1989) reaparecieron en todo su esplendor en los meses siguientes hasta desembocar en una guerra civil que no debe volver a repetirse.
Comenzó en 1993, con la firma del llamado Acuerdo de Islamabad entre los líderes muyahidines afganos después de varios meses de fuertes enfrentamientos en las postrimerías de la retirada de Moscú. A la reunión acudieron históricos señores de la guerra como el héroe nacional Ahmad Shah Masud, el presidente del país, Barhanudin Rabbani o su rival declarado, Gulbudin Hemaktyar, decididos en principio a zanjar sus diferencias.
Estas diferencias pervivieron incluso durante la invasión. Antes de la firma de los acuerdos, los muyahidines llevaban al menos 15 años combatiendo entre sí, con sus lealtades divididas entre Pakistán e Irán. Durante ese periodo murieron al menos 5.000 personas y la capital, Kabul, resultó prácticamente destruida.
El acuerdo era una hoja de ruta bastante optimista hacia una transición democrática. "Todo parecía perfecto y se percibía una verdadera voluntad de paz", según explica el analista Fida Khan sobre el pacto, mediado por el fallecido monarca saudí Fahd y el entonces primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif.
Entonces resurgieron las rencillas. Hemaktyar, una figura temida y odiada por la población de Kabul, que le consideraba artífice de los bombardeos, fue designado primer ministro para apaciguar a su facción, pero sus ansias de poder le llevaron a convertirse en uno de los principales factores que descarrilaron el proceso de manera casi inmediata a la firma del acuerdo. Días después de escribir su nombre en el pacto, volvió a bombardear la ciudad.
Quedaba así disuelto un acuerdo que Sharif describió como un compromiso ante Dios hasta el punto de que fue firmado en la ciudad más sagrada del Islam: La Meca. "Y que nadie se atreva a romperlo, porque entonces tendrán que responder ante Él", llegó a decir.
Hemaktyar sigue siendo un importante actor en la política afgana hasta el punto de haber comparecido como candidato en las últimas y polémicas elecciones presidenciales del pasado mes de septiembre en el país, como también lo ha sido otra figura a tener en cuenta durante esos años, el general Abdul Rashid Dostum -- quien dividió su lealtad a conveniencia entre Hemaktyar y el presidente Rabbani --.
Sobre los eventos de hace 30 años, el asesor de Hemaktyar, Hafiz ul Rahman Naqi, lamenta las "fracturas políticas y sociales causadas por la falta de coordinación entre los firmantes de La Meca", por no mencionar la presencia de elementos absolutamente impredecibles como Dostum.
El caso es que estas fracturas se tradujeron directamente en la aparición de los talibán. Lo que comenzó en 1994 como una milicia empeñada en la desaparición del sistema de Gobierno y la restauración de la "pureza" de un emirato islámico evolucionó dos años después, con el respaldo de Pakistán y Arabia Saudí, a una extraordinaria fuerza de combate que conquistó tres cuartas partes del país.
El régimen talibán perduró durante un lustro entero, hasta 2001, el año de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, y la inmediata represalia ordenada por el presidente del país, George W. Bush; el principio de una guerra que ha matado, a lo largo de estas dos décadas, a casi 40.000 civiles.
REPETICIÓN DE LOS ERRORES
Una vez Estados Unidos y los talibán acuerden la paz este sábado, se espera que comience la que es para muchos expertos la fase crítica del proceso: las conversaciones directas entre el Gobierno afgano y los talibán por un doble motivo. Primero, porque los talibán mantienen intacto el odio cerval hacia las autoridades centrales de Kabul que exhibieron por vez primera hace 25 años y segundo, porque las autoridades afganas negociarán como un frente dividido, enzarzadas como están en la lucha interna abierta tras las polémicas elecciones presidenciales de septiembre.
Los comicios fueron ejemplo de las dificultades endémicas a las que se enfrenta el desarrollo democrático del país. Al bajo índice de participación motivado por la desafección popular, la extrema pobreza, la falta de oportunidades y la violencia de los talibán, se sumaron las múltiples quejas de fraude contra el presidente y candidato a la reválida, Ashraf Ghani, emitidas precisamente por otro "primer ministro", Abdulá Abdulá, en este caso.
Los resultados oficiales a favor de Ghani solo terminaron por enfurecer más a Abdulá, quien no solo se ha negado a reconocer al presidente sino que ha prometido levantar un "estado paralelo" -- de hecho, durante la última semana varios gobiernadores leales al primer ministro ya han comenzado a prestar juramento o a exhibir su respaldo a Abdulá --.
Y si bien Abdulá ha prometido no inmiscuirse en el proceso de paz, los talibán exigen que la delegación que se reúna con ellos aglutine a todo el espectro político del país, en lo que supone una oportunidad para el primer ministro de hablar de igual a igual con los milicianos, menoscabando así el poder del presidente.
Sin embargo, expertos como Mohamed Mehdi, consideran que Abdulá y Ghani tienen que aparecer como un frente unido si quieren que la paz prevalezca. "Es necesario que se siente a la mesa un Gobierno estable e inclusivo porque la confusión y la división interna no va a contribuir en absoluto", ha añadido.
Por último, queda por despejar la incógnita final: la presencia de Estados Unidos, una potencia cuya intervención en Afganistán -- en mayor o menor medida desde la invasión soviética -- ha marcado los destinos del país. De hecho, un elemento clave en la emergencia de los talibán fue la abrupta decisión de abandonar a los muyaidines tras la retirada soviética, tras años de respaldo de la administración Reagan.
"Un vacío", según el analista Khan, "que desencadenó la guerra civil y que desembocó en el ascenso de la guerrilla". Para el experto no hay medias tintas: Estados Unidos es una potencia ocupante que debe asumir su responsabilidad hasta el último suspiro de las negociaciones "y tendrán que asegurarse de estar presentes hasta el acuerdo final y definitivo, porque es la única forma de acabar con esta guerra".