La administración se escuda en una cifra récord de órdenes presidenciales en medio de una fuerte disensión interna, incapacidad exterior, y críticas de la práctica totalidad de organizaciones civiles
WASHINGTON, 29 Abr. (EDIZIONES) -
"Pensaba que iba a ser más fácil". Con esta frase a Reuters, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, intentaba resumir sus primeros cien días al frente de la 45ª Administración de Estados Unidos, cuya posesión tomó, para sorpresa de la gran mayoría de analistas, el pasado 20 de enero y que, desde entonces, ha marchado trastabillada entre polémicas en ámbitos casi innumerables, muchas de ellas originadas por el deseo de Trump de aplicar lo antes posible sus promesas de campaña, sin conocer la enorme complejidad de los procesos que ha puesto en marcha.
Los primeros cien días de Trump han estado marcados por constantes enfrentamientos con el poder Judicial, una confusa política exterior, indefinición y obstáculos en su gran proyecto contra la inmigración, cambios de postura en su política comercial, incapacidad para anular la reforma sanitaria de Obama, debilitamiento de los programas culturales y medioambientales, el mantenimiento de la presencia de los grandes poderes de Wall Street en su administración, fracturas constantes en su círculo interno, sospechas de colaboracionismo con Rusia y una protesta histórica de activistas por los derechos de la mujer. Frente a ello, la administración solo registra una gran victoria: el nombramiento del conservador juez Neil Gorsuch para el Supremo.
Y, con todo, las encuestas apuntan a que el daño es menor de lo que parece. Caso más claro es el sondeo conmemorativo publicado ayer por Gallup, que vuelve a poner de manifiesto la fragmentación social de América. Un colectivo de universitarios, urbanitas y minorías raciales en contra del mandatario, frente a un colectivo rural, evangélico y agrícola que mantiene su respaldo pleno al presidente norteamericano, por mucho que el índice de aprobación general sobre su labor sea de un 41%, mínimo histórico desde los tiempos de Kennedy.
Los partidarios de Trump se escudan en una cifra récord de 32 órdenes ejecutivas firmadas por el presidente estadounidense, nunca alcanzada por un mandatario norteamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una muestra para ellos de una Casa Blanca activa desde el primer momento frente a los críticos que le tachan de 'hombre de paja', más centrado en potenciar sus negocios privados a través de constantes visitas a su casa de retiro de Mar-a-Lago en Florida que en tareas de gobierno.
Estas labores están principalmente en manos de dos personajes enfrentados desde el primer momento: su yerno Jared Kushner, representante, junto a su mujer Ivanka, de un sector juvenil, supuestamente más entonado con la América progresista, y su arquitecto ideológico, el autoproclamado "leninista" Steve Bannon. Trump tiene una deuda con el que fuera banquero de Goldman Sachs y presidente ejecutivo del medio Breitbart, el hombre que enfocó su discurso de campaña hasta convertirle en un símbolo de la nueva ultraderecha estadounidense y una alternativa viable a su rival (y por entonces favorita absoluta, Hillary Clinton).
No obstante, la presencia de Bannon -- quien llegó incluso a ocupar un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional frente a las quejas de los estamentos más conservadores --, un defensor de la "destrucción del Estado", es la expresión de la discordancia existente entre Trump y el partido Republicano, más centrado en disfrutar de los réditos que le ha proporcionado la abrumadora victoria de Trump, por la que recuperaron el control total del Congreso estadounidense, que en gestionar la deriva ideológica de un magnate que realmente no siente una afinidad particular por los preceptos del partido, al que ha criticado en innumerables ocasiones.
POLÍTICA EXTERIOR
Cuando Trump prometió validar su lema de campaña 'Make America Great Again', el presidente descuidó -- como él mismo reconoció tras un encuentro con su homólogo chino, Xi Jingping -- los matices de las relaciones internacionales, a varios niveles.
Por un lado está su fallida política fronteriza y los máximos exponentes de ello son el fracaso absoluto de su veto a la entrada en el país de los ciudadanos de siete países musulmanes (anulado por los tribunales) y su imprecisión a la hora de concretar su promesa de finalizar el muro de separación con México. Por otro, la incapacidad de su administración para posicionarse como actor internacional. La OTAN que antes desdeñaba como "obsoleta" se ha convertido ahora en "un importante instrumento". China ha dejado de ser el "manipulador monetario" que denunció durante la campaña para pasar a ser un valioso aliado. Su respaldo inicial a la política colonial israelí ha quedado diluido tras varios encuentros con la parte palestina. Y su cacareada promesa de mejorar las relaciones con Rusia todavía permanece incumplida.
En el mejor de los casos, y según los expertos de Brookings Institution, "parece que se impone de momento el sector globalista de su administración", más prudente, encabezado por su vicepresidente Mike Pence, su asesor de Seguridad Nacional, Herbert McMaster, y sus secretarios de Defensa, James Mattis, y Estado, Rex Tillerson. Ellos han forzado al círculo nacionalista del presidente a reconocer la importancia de China para contener las provocaciones de Corea del Norte -- independientemente de la retórica belicista exhibida por el mandatario estadounidense en su verborrágica cuenta de Twitter --, la utilidad de la Alianza Atlántica y la viabilidad del tratado New START sobre armas nucleares para impedir el retorno a una nueva guerra fría con Rusia.
RUSIA
Todo esto sucede a la espera de la investigación que está llevando a cabo la comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes sobre la posible manipulación rusa de las elecciones presidenciales en Estados Unidos a favor de Trump, con el conocimiento de su propio equipo de campaña. Los responsables de la comisión advierten de un proceso arduo y complejo que ha dejado varias víctimas en el camino, entre ellas el propio presidente de la comisión, el republicano Devin Nunes, que se inhibió de participar por una supuesta negligencia en el manejo de datos confidenciales.
Trump ha decidido que el partido Republicano libre esta batalla por él. Los conservadores intentan que la comisión se centre más en la difusión prohibida de información clasificada sobre las pesquisas que en el propio material investigado, y han prometido una lucha sin cuartel a la hora de establecer la lista de testigos a llamar, entre ellos por ejemplo el director del FBI, James Comey, instrumental en la victoria de Trump tras anunciar una investigación sobre negligencia contra Hillary Clinton por la mala gestión de sus correos electrónicos, y que acabó en nada. Para entonces, "but her e-mails" (pero sus correos) se había convertido en un lema contra la candidata demócrata.
A Trump le quedan todavía tres años y nueve meses por delante que aborda con sensación de exagerado desgaste. Está por ver si el presidente republicano acabará adoptando una posición más pragmática, concienciada y eficaz -- dada la inmensa cantidad de nombramientos que le quedan por designar, entre ellos los de sus embajadores en el extranjero -- con vistas a las pruebas de fuego que le esperan inevitablemente. La más próxima, la aprobación final de los presupuestos después del verano. La más importante y el primer y verdadero baremo de su mandato, las legislativas de noviembre de 2018.