MADRID, 19 Ago. (Por Paula San Pedro, cooperante de Oxfam Intermón) -
Un manto de tiendas y casuchas endebles corren paralelamente a la pista de aterrizaje de Bangui, la capital de la República Centroafricana (RCA). Uno podría pensar que se trata de una respuesta repentina y casual pero tras una mirada más detenida se ve que, lejos de ello, la vida se ha instalado a los pies del aeropuerto, y desde hace tiempo.
Cuando la crisis estalló a principios de 2013, la gente huyó de sus casas buscando un lugar más seguro, y así es como llegaron hasta ahí. Pero aunque seguramente muchos hubiesen deseado coger uno de esos aparatos para salir del país, la mayoría se tuvo que conformar con vivir cerca de ellos.
Esta última guerra se ha llevado la vida de 6.000 personas, ha obligado a cerca de medio millón de personas a salir de país y a algo menos de 400.000 a desplazarse por el territorio nacional. Estas son cifras muy significativas en un país cuya población asciende a poco más de cinco millones.
Después de meses de violencia étnica y sectaria que llevaron a Naciones Unidas a advertir del alto riesgo de genocidio, el país ha quedado totalmente arrasado. Más de la mitad de la población depende de la ayuda externa para sobrevivir, las familias se han quedado sin hogares, sin medio de vida y con terribles historias como recuerdo de esos meses. Hay niños que han nacido en los campos de desplazados que no conocen otra cosa porque jamás han salido de sus lindes.
Estos campos no son más que tiendas mal puestas alrededor de las iglesias o de las mezquitas --según si se trata de los cristianos o de los musulmanes-- donde llegan a vivir diez familias, sin privacidad alguna. No es de extrañar ver niñas, de no más de 14 o 15 años, embarazadas incluso del segundo hijo.
Hay algunas familias que han decidido volver a sus casas ante la situación de calma pero la gran mayoría no se atreve a tomar esta gran decisión aun siendo muy conscientes de que no ahí no tienen futuro. El miedo a ser atacados por "el otro", la falta de una casa a la que ir porque fue destruida en los ataques o porque fue tomada por otras familias son algunas de las razones que les atan a estos barrancones.
La RCA es uno de esos países que encajan perfectamente en la definición de estado fallido. Desde que se independizó de Francia en 1960 su historia ha estado plagada de sucesivos golpes de estados y brotes de violencia que han desestabilizado al país, han impedido la creación de estructuras gubernamentales sólidas y han imposibilitado superar una economía de supervivencia.
Como no, la peor parte se la ha llevado la gran mayoría de los centroafricanos y les ha arrojado a una situación límite. Para hacerse una idea: la esperanza de vida es de 51 años, la tasa de alfabetización es del 37 por ciento (¡un 24 por ciento para las mujeres!) y el índice de pobreza es del 62 por ciento. Uno podría pensar que se vivía mucho mejor en el medievo que en la RCA en pleno siglo XXI.
HAY ESPERANZA
Pero el país puede estar en un punto de inflexión y ante un futuro prometedor. En enero de 2014 se creó un gobierno de transición como preámbulo a la convocatoria de elecciones a finales de 2015 y la conformación de un gobierno electo. Estas aspiraciones son un signo alentador y optimista de que el contexto político puede dar un giro trascendental y convertirse en las bases de un estado democrático.
Para asegurar este éxito hay ingredientes imprescindibles que no pueden faltar si no queremos ser testigos de una nueva explosión de violencia. El país sigue sufriendo una situación de inseguridad crónica y de violencia latente combinado con infraestructuras frágiles y gobernabilidad inexistente. A ello se suma una sociedad minada por la pobreza, la falta de servicios sociales básicos y de oportunidades.
Superar todo esto es una tarea tan colosal que no lo pueden hacer por sí mismos. El apoyo de la comunidad internacional es imprescindible. En el corto plazo necesitan ayuda humanitaria de manera urgente, en el medio plazo necesitan reconstruir el país y en el largo plazo necesitan poner en marcha las estructuras gubernamentales que garanticen la estabilidad del país.
Hasta ahora la acción humanitaria ha tenido un rol clave para evitar un desastre mayor. Ha permitido salvar vidas y ofrecer una vida más digna, precisamente lo que recordamos hoy 19 de agosto, Día Internacional Humanitario, una oportunidad para celebrar el espíritu que inspira este trabajo en todo el mundo.
Pero esto es sólo una primera fase que no puede quedarse ahí. De ser así, el país volverá a la espiral de violencia, pobreza y muerte que han caracterizado todas estas décadas. ¿Hasta dónde puede caer la esperanza de vida o el número de pobres sino se empiezan a poner las medidas necesarias?