"Lo único que he visto durante toda mi vida ha sido guerra y destrucción", asegura un adolescente iraquí que viaja solo
MADRID, 8 May. (Por Mariluz García, Save the Children) -
Más de 154.000 refugiados han llegado a Grecia por mar desde comienzos de año. El 38% de ellos son niños. En el campo de refugiados de Idomeni, en la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia, unos 4.000 niños sobreviven en condiciones infrahumanas tras quedar bloqueados por el cierre de la frontera.
Al menos 1.250 niños han llegado solos a Grecia desde enero, aunque el dato puede ser solo la punta del iceberg. Muchos no son registrados correctamente como menores o afirman ser adultos para evitar ser internados en centros para menores no acompañados, muchas veces en celdas insalubres y sin poder salir a la calle.
Imad tiene 15 años, pero la templanza y madurez de alguien que le triplica la edad. Conoció la crudeza de la guerra en su país, Irak, casi a la vez que aprendía a andar. "Lo único que he visto durante toda mi vida ha sido guerra y destrucción", relata.
Desde el campo de Idomeni, donde se encuentra bloqueado junto a otros miles de refugiados por el cierre de la frontera de Macedonia con Grecia, habla de las cosas horribles que ha vivido. "Hace dos años llegaron a mi ciudad grupos terroristas y comenzaron a matar a gente. Los que pudimos nos refugiamos en una montaña para que no nos vieran y estuvimos un mes allí sin casi comer ni beber. Una embarazada dio a luz y la gente arrojó al bebé montaña abajo para que los terroristas no nos localizaran por sus llantos", recuerda.
VIAJAR SOLO HASTA GRECIA
Hace unos meses su familia decidió invertir todos sus ahorros en enviarle en busca de un refugio seguro en Europa. Imad emprendió el viaje solo a través de Turquía hacia Grecia, donde pasó 15 días detenido en un centro para menores solos de Atenas. "No nos trataban bien, no nos dejaban salir y casi no nos daban de comer. Conseguí escapar y coger un autobús hasta aquí", relata.
Pedro Armestre/Save the Children
Ahora sobrevive en el campo de Idomeni, junto a más de 10.000 refugiados, de los que unos 4.000 son niños. Lleva mes y medio compartiendo sus días con nuevos amigos que, como él, han viajado solos huyendo de las bombas.
Por las noches duerme dentro de una carpa de Save the Children, que acoge al resto de menores solos del campo. Por el día pasea, hace cola para conseguir su ración de comida y planea el reencuentro con su novia, que consiguió cruzar la frontera antes de que se convirtiera en un muro infranqueable y llegar hasta Alemania.
Desde allí quiere traerse al resto de su familia: "Lo último que pienso ahora es en ir a la escuela o en ganar dinero. En el futuro me gustaría llegar a la política para cambiar las vidas de la gente que está sufriendo tanto en Siria o Irak. No entiendo por qué los líderes políticos no nos dejan continuar con nuestro viaje de una manera segura, tienen que entender que las familias necesitan estar unidas y vivir en libertad", afirma.
Como Imad, al menos 1.250 niños han llegado solos a Grecia desde comienzos de este año. Son los que están oficialmente registrados, pero el número puede ser mucho mayor. La falta de capacidad del Gobierno heleno para acogerles hace que en muchas ocasiones sean alojados en celdas de comisarías insalubres, viviendo a oscuras o con ratas, por lo que a veces estos niños no quieren revelar su edad real.
Pedro Armestre/Save the Children
Otras veces simplemente no se hace un registro correcto, a pesar de que ellos declaran que son menores de edad. Pero el panorama es aún peor para los que quedan fuera de las cifras oficiales y se convierten en objetivo de mafias y redes de trata de personas.
DESPERTAR EN UNA VÍA DE TREN
El campo de refugiados de Idomeni es un tranquilo concierto de toses, llantos de bebés y ronquidos hasta que la luz del día se cuela por las paredes de las tiendas. De las cremalleras asoman niños desperezándose y adultos que salen a recoger el desayuno que reparten los voluntarios.
Samir se sienta en el escalón de su casa, que es el borde de la vía de tren donde está su tienda. Huyó de Alepo cuando no le quedó más remedio porque su hogar había quedado reducido a cenizas. En el bolsillo donde guarda el tabaco que fuma compulsivamente también lleva varias fotos de su vida, la de verdad. De sus hijos en el jardín de su casa y de su cuñado, muerto por en la guerra.
Su mujer embarazada dio a luz en mitad del viaje de huida, en Turquía. Ahora el bebé duerme acurrucado entre varias mantas en un capazo de mimbre dentro de la tienda. Cuando llegaron al campo las temperaturas alcanzaban hasta los -10 grados por la noche. "Los niños se han puesto enfermos, tienen fiebre a menudo y también problemas en la piel", cuenta desesperado.
Pedro Armestre/Save the Children
Iman, su hermana, que viajó con él junto a su familia, se sienta a su lado con su bebé en brazos, le ha puesto toallitas húmedas en la frente para intentar bajarle la fiebre, pero no deja de llorar. "Llevamos al bebé a la tienda donde están los médicos y nos recetaron unas medicinas, pero no mejora", explica.
Los niños traen un montón de dibujos que han hecho mientras hablábamos con sus padres y nos piden que les enseñemos a escribir nuestros nombres. Les pedimos que nos pongan los suyos, pero Samir nos aclara que no saben leer ni escribir. "Madrasa, boom, boom", nos dicen los pequeños escenificando con las manos cómo caían las bombas sobre sus escuelas.
La educación es ahora un espejismo para los menores en Siria, un país que antes del conflicto contaba con un índice de escolarización de casi el 100% y que desde el comienzo de la guerra ha visto a casi tres millones de niños abandonar la escuela.
Samir sabe que la frontera está sellada, pero no tiene intención de rendirse. Ha gastado todos sus ahorros en el viaje hasta aquí. Se mete en su tienda y sale con unos 500 euros en la mano en billetes de euro, lira turca y libra siria. "Es todo lo que tengo. Es todo lo que nos queda. ¿Qué puedo hacer con esto?", pregunta.
LA DESESPERACIÓN QUE PRENDE LA MECHA
Aveen tiene 25 años y estudió Economía en su país, Siria. Ahora lleva casi un mes viviendo con su madre y su hermana pequeña en una gasolinera cercana al campo de Idomeni. Salieron de Alepo cuando, tras casi cinco años ahorrando, pudieron reunir el dinero necesario.
Quieren encontrarse con su padre, que está en Alemania, pero admite entre lágrimas que las esperanzas se agotan: "nos han cerrado el paso y los procesos de reunificación familiar pueden durar dos años o más".
Las tres están sentadas en el suelo junto a un grupo de refugiados portando varias pancartas en las que reclaman acceso a servicios médicos. La noche anterior una embarazada había muerto de cáncer por falta de tratamiento.
Pedro Armestre/Save the Children
Varios niños se han pintado en camisetas blancas la frase "save us" -salvadnos- y comienzan a cantar consignas ante la mirada de la Policía griega que se afana en dejar un carril libre para que la carretera no quede bloqueada.
De repente un chico de unos 15 años corre hacia un fotógrafo. Lleva un mechero en la mano y está empapado. No tardamos en darnos cuenta de que quiere prenderse fuego y ser grabado. Convertirse en icono de la desesperación. Un grupo de hombres le tira al suelo, le quita la camiseta y le vacía todas las botellas de agua que encuentran.
Entre llantos desesperados grita que si en tres horas no abren la frontera intentará quemarse otra vez. Sus padres fueron asesinados, no le queda nada en Siria y dice que volver allí sería peor que morir. "¡No entiendo cómo no estáis todos haciendo lo mismo que yo!" grita mientras se aleja hacia su tienda. Algunos de los que le han contenido caminan de vuelta con él, otros agachan la cabeza y se sientan de nuevo sobre el asfalto.