Tras una vida de película ahora solo quiere volver a su Alemania natal para desde allí dar el salto a Cuba
MADRID, 28 Jun. (EDIZIONES) -
Marita Lorenz es una de las muchas agentes de la CIA que ha intentado matar a Fidel Castro, un "superviviente" que "aún hoy sigue en el camino de Estados Unidos". Obviamente no lo consiguió, pero no por falta de ocasión, sino porque no quiso. Se enamoró de él nada más triunfar la Revolución Cubana y todavía sueña con regresar a la isla caribeña.
Marita llegó a La Habana el 27 de febrero de 1959 a bordo del MS Berlín, el barco que por aquella época capitaneaba su padre llevando a turistas estadounidenses y europeos hasta las costas de la recién estrenada Cuba revolucionaria.
Dos lanchas rápidas se aproximaron al crucero cargadas de hombres "barbudos" uniformados y rifles en mano. "¿Qué queréis?", dijo ella con el desparpajo que dan los 18 años. "Podéis pasar, pero las armas se quedan fuera", les instó.
"Yo no sabía quién era él y se presentó como la nueva Cuba", recuerda Marita 56 años después en una entrevista concedida a Europa Press con motivo de la publicación de sus memorias: 'Yo fui la espía que amó al comandante', editadas por Península Realidad.
Marita hizo de capitana y les enseñó el MS Berlín. "Quedaron muy impresionados", asegura. Sobre todo Fidel, que aprovechó el recorrido para cogerla tímidamente de la mano. "Cuando llegamos a cenar creo que ya estaba enamorada", afirma sin dudar.
Ese encuentro, aunque breve porque el MS Berín partió esa misma madrugada hacia Estados Unidos, fue definitivo. Tres días después Marita recibió una llamada de teléfono en el apartamento que compartía con su hermano mayor en Nueva York. Era Fidel para invitarla a Cuba.
"Pasé ocho meses y medio en Cuba", añora. Pasaba la mayor parte del tiempo en el Habana Hilton, donde el líder revolucionario se alojaba junto a su círculo de confianza. "Era su novia y tenía todo lo que necesitaba", presume.
Marita, bautizada como 'la alemanita de Fidel' por su origen germano, tuvo una rápida acogida en el entorno del comandante, que se encargaba de que estuviera entretenida mientras él atendía los asuntos de Estado. "Estaba feliz aunque tuviera que esperar horas para estar juntos", sostiene.
Ella le recuerda "tal y como era en esa época". "Guapo, alto, con el uniforme y las botas" y ya entonces preocupado por la política internacional y el medio ambiente. "Era un profesor nato. Era fascinante hablar con él", dice.
RECLUTADA POR LA CIA
El idilio acabó a los ocho meses y medio y ahí empezó su "infierno". Marita se quedó embarazada de Fidel y, justo cuando se encontraba en la recta final de la gestación, sufrió un aborto del que culpa sin titubeos a la Inteligencia estadounidense.
"Bebí una leche envenenada que me dieron en el desayuno y aborté. Me operaron pero yo estaba completamente inconsciente y no podía saber qué estaba pasando. Cuando me desperté pregunté por el bebé y me dijeron que lo había perdido", relata.
Interrogada sobre los culpables, Marita no duda. "No fue Fidel. Él quería a ese niño", responde, señalando como responsables del aborto a "los cubanos anticastristas que estaban trabajando con la Embajada estadounidense".
Al borde de la muerte, la familia de Marita decidió repatriarla a Estados Unidos y fue allí cuando agentes del FBI y de la CIA se pusieron en contacto con ella, primero para conocer su historia y después para sumarla a la causa anticastrista.
"Ya en el hospital de Nueva York donde fui ingresada nada más llegar de Cuba había tres agentes", recuerda. "Ellos no te reclutan directamente, te arrastran y antes de que te des cuenta ya estás dentro y no puedes hacer nada para salir", lamenta.
En su caso, se valieron de la debilidad de Marita para abrirle las puertas de la CIA. "Para mí fue abrumador porque acababa de perder a mi hijo, estaba confusa sobre lo que había ocurrido y tenía que ganarme a mi nuevo país. Me derribaron psicológicamente", explica.
Marita pasó un año entrenando en Everglades (Florida) junto a un grupo más o menos numeroso de agentes de la CIA bajo el paraguas de la 'Operación 40', puesta en marcha por el Gobierno de Dwight Eisenhower para "matar a los líderes que causaran problemas a Estados Unidos", como Fidel.
OBJETIVO: MATAR A FIDEL
En 1961 volvió a embarcar en un avión rumbo a La Habana para ejecutar la misión que llevaba meses preparando. En su neceser, ocultas en un bote de crema facial, dos cápsulas llenas de un veneno mortal cuyo destinatario era el dirigente comunista del Caribe.
Marita se enfundó su antiguo uniforme del Movimiento 26 de Julio y se encaminó al Habana Hilton. Su llave de la suite de Fidel aún funcionaba y consiguió colarse sin problemas. "No pude. Abrí las cápsulas y tiré su contenido por el vidé", revela.
Justo en ese momento Fidel entró en la habitación. "¡Oh alemanita! ¿Dónde has estado, con esa gente de Miami, con los cotrarrevolucionarios?", dijo. Marita solo pudo articular un "te extraño mucho" antes de romper a llorar.
El presidente cubano la preguntó directamente si estaba allí para matarle y ella afirmó. "Nadie puede matarme. Nunca. Jamás", contestó seguro de sí mismo y confesó a Marita que el bebé que creyó muerto "estaba bien".
"La gente de la CIA estaba por todas partes y Fidel y yo pensamos que lo mejor era que volviera a Estados Unidos porque en Cuba estaba en peligro. Ahora sé que pude haber aprovechado la oportunidad para quedarme allí. Mi vida habría sido distinta", confiesa.
VOLVER A CUBA
Marita, hoy de 74 años, sigue en Estados Unidos después de una vida marcada por las intrigas en la que llegó a testificar ante el Congreso para dar cuenta de la 'Operación 40' y de sus participantes, entre ellos el asesino de John F .Kennedy, Lee Harvey Oswald, según cuenta.
Asegura que dejó su corazón en La Habana y que por ello a lo largo de todos estos años ha escrito varias veces a Fidel y al hijo que tienen en común, Andrés, "un chico alto y delgado como su padre" que vive en La Habana porque "los hijos de los cubanos son de Cuba".
"He entregado muchas cartas en la Sección de Intereses de Cuba en Washington y me han devuelto paquetes vacíos, pero eso me llena de felicidad", dice, porque sabe que esa ausencia material significa que ha habido respuesta.
Marita quiere volver a Alemania, de donde salió con 10 años junto a su madre y sus hermanos "buscando una vida mejor en Estados Unidos" para dejar atrás el horror de la Segunda Guerra Mundial y del campo nazi de Bergen-Belsen, donde estuvo casi dos años.
"Sobreviví y ahora solo quiero volver a Alemania para enseñar y tener un jardín", confiesa. Además, desde Europa es más fácil viajar a Cuba, donde quiere pasar sus últimos días. "Siempre querré a Fidel y él lo sabe", sentencia.