MADRID, 16 Oct. (Por Candela Lanusse, especialista en Nutrición de Médicos Sin Fronteras) -
Probablemente la respuesta dependerá de a quien se le pregunte. Hablar del hambre se ha convertido casi en un lugar común. Motivado seguramente porque nosotros, en los países desarrollados, no la sufrimos, no de verdad.
Hablar del hambre se ha convertido en un tópico, pero a la vez, a casi nadie le gusta hablar de ello. A casi nadie le gusta pensar que aquel que está mendigando en la esquina probablemente esté pasando hambre. Ese pensamiento incomoda.
Hace poco, en mi Argentina natal, fue noticia la muerte de un adolescente de la etnia qom. Y lo fue porque murió por causas culturales y evitables. Murió con un cuadro de tuberculosis y neumonía severa. Y estaba desnutrido. Tenía 14 años y pesaba 9 kilos. En el Chaco, se sabe, hay desnutrición. Muchas veces, esta desnutrición no es sólo falta de alimentos. También es, entre otras cosas, un sistema deficiente de salud.
Sin embargo, morir de hambre y de enfermedades prevenibles es algo tan excepcional que es noticia. Hay otros lugares donde han muerto -y mueren- tantos a causa del hambre que ya ni siquiera sale en los informativos. Al contrario de lo que sería lógico pensar, en muchos lugares la muerte de tantos no es noticioso.
Cuando me hablan de alimentación, veo rostros. Rostros y nombres de cuerpos menudos. Cuerpos que pasaron mucha hambre. Cuerpos a los que les faltó alimento, pero también una vacuna. O agua potable. Cuerpos más que pequeños, imperceptibles.
Hassan en Yemen, Gudeta en Etiopía, Maliki en Níger, por mencionar algunos de los que se salvaron. Habsatou, en cambio, no sobrevivió. A Habsatou no la pudimos salvar. Para Habsatou ya no hay preguntas. Solo dolor.
INVISIBLES Y OLVIDADOS
Imperceptibles por menudos, pero también por invisibles, por olvidados. Hassan, Gudeta y Maliki se salvaron de morir aquella vez. Pero, ¿qué será de ellos al día de hoy? ¿Habrán sobrevivido a otro 'hunger gap', a otro periodo de escasez? ¿O estarían tan al límite que cuando los recursos empezaron a escasear no hubo suficiente en el plato familiar y una malaria severa acabó con sus cortísimas vidas?
Y si sobrevivieron: ¿Cómo serán hoy sus vidas? ¿Sufrirán secuelas a causa del hambre? Gudeta debería tener unos 11 años hoy. ¿Tendrá amigos, terminará sus estudios, encontrará un trabajo cuando sea mayor? Probablemente no. Porque Gudeta sufrió de desnutrición aguda severa durante los primeros 1.000 días de su vida. Esos días cruciales en los que no tener suficiente alimento en cantidad y calidad si no te cuesta la vida, te costará el futuro.
Hace unos años, me encontré con Hadiya. Había sido paciente en una clínica de Médicos Sin Fronteras en una zona desértica y remota de la región de Afar, Etiopía, cuando tenía solo 5 años. La tratamos de desnutrición aguda severa y tuberculosis. Fue una paciente difícil. A veces pensábamos que no sobreviviría. Volví de allí sin saber si finalmente iba a lograrlo.
Cinco años después, me encontré con una adolescente guapa y sana, que iba a la escuela; le iba bien, tenía amigos. Hadiya tuvo otra oportunidad, y pudo aprovecharla. Hadiya tiene un futuro porque tuvo la suerte de contraer la enfermedad cuando era ya más mayor y de que estábamos allí para tratarla.
CADA NIÑO QUE SE SALVA LO VALE
Cada niño que salva su vida lo vale, como cada estrella que devolvemos al mar. Ese niño tiene otra oportunidad y para ello trabajamos. Pero, ¿y después? ¿y antes? ¿Qué pasa antes, para que tengamos que trabajar devolviendo las estrellas al mar?
Las cifras de desnutrición han bajado en el mundo. A veces oímos hablar con orgullo de aquellos Objetivos del Milenio que se cumplieron, y de aquellos que 'casi' lo lograron. Y sin embargo, ¿qué hemos conseguido? En Níger, todavía es habitual morir de hambre. En Níger todavía, cientos de miles de niños sufren de desnutrición. Y en Níger no hay guerras.
¿De quién es la culpa entonces? ¿Sólo de los conflictos? ¿Se puede decir que la culpa es de la pobreza? Y si es así ¿quién es el culpable?
Para estas preguntas, no tenemos respuestas. Aunque el hecho de planteárnoslas es un primer paso. Saber que el problema existe, que no es lejano ni está asociado solo a la falta de alimentos sino también a la falta de acceso a la salud, a enfermedades prevenibles, a problemas sociales, a hábitos culturales, es mucho.
Porque entonces, tal vez, el siguiente paso sea preguntarnos cómo, o a través de quien, podemos contribuir a mejorar la alimentación de uno o de muchos en el mundo.