Un grito en el desierto de Uzbekistán

Acción contra la tortura en Uzbekistán
Foto: AMNISTÍA INTERNACIONAL
  
Actualizado: viernes, 26 junio 2015 9:35

MADRID, 26 Jun. (Por Beth Gelb, experta en política internacional y Derechos Humanos de Amnistía Internacional en España) -

   "Estuve allí, tendido en un charco de sangre, por lo menos varios días, sin agua ni comida. Intenté acordarme de todo lo bueno que había en mi vida: mis hijos, mi esposa, mientras me preparaba mentalmente para morir".

   Éstas son las palabras desconocidas de un hombre desconocido, Muhammad Bekzhanov, en un país desconocido, Uzbekistán.

   Este desconocido ostenta una plusmarca internacional: es uno de los periodistas que más tiempo lleva encarcelado en el mundo, 16 años. Su único delito: incomodar a su Gobierno, eso sí, sin recurrir a la violencia ni abogar por ella.

   Las intervenciones telefónicas y el acoso de las fuerzas de seguridad que seguían a su familia le llevaron a huir de su país para ponerse a salvo. De nada le sirvió. Fue devuelto por Ucrania a su país, detenido por las fuerzas de seguridad y torturado hasta no poder soportarlo más para finalmente firmar una 'confesión' de delitos contra el Estado. Tampoco le sirvió de nada esgrimir en su juicio que esa confesión había sido obtenida bajo tortura.

   La esposa de Muhammed, Nina, logró verle por segunda vez desde su detención hace dos años, tras catorce de reclusión. "Nos dijo que estaba irreconocible, que ya no tenía vida en sus ojos", cuenta su hija.

Uzbekistán

   Hace 10 años que Uzbekistán ratificó la Convención Internacional contra la Tortura. Este tratado internacional prohíbe taxativamente el uso de la tortura, y niega la validez jurídica de pruebas y confesiones obtenidas mediante su uso.

   Sin embargo, yo creo que la inmensa mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo en que las prácticas en Uzbekistán, la asfixia con bolsas de plástico o máscaras de gas, la violación y la humillación sexual, la privación de alimentación, de agua y de sueño, la exposición prolongada a temperaturas extremas, las descargas eléctricas, la inserción de agujas bajo las uñas de manos y pies, sin mencionar siquiera las palizas, constituyen actos de tortura.

NO HAY OJOS PARA VER NI OÍDOS PARA OIR

   ¿Cómo es posible? ¿Cómo pueden persistir estas prácticas en la más absoluta impunidad? Porque en Uzbekistán no hay ojos para ver, ni oídos para oír. La no presencia de medios de comunicación internacionales en el país se suma a la ausencia de ONG independientes, uzbecas o internacionales, que podían llevar a cabo visitas a las cárceles.

   Tampoco existe un mecanismo independiente uzbeco que supervise la situación. En las pocas ocasiones en las que los diplomáticos acuden a ver alguna defensora o defensor de Derechos Humanos, son acompañados por funcionarios penitenciarios.

   Hasta el Comité Internacional de la Cruz Roja, conocido por su más absoluta neutralidad política, se vio obligado a desistir de su labor en el país. En abril 2013, hizo una declaración pública para explicar la dificilísima decisión que había tomado de poner fin a todas las visitas a detenidos y detenidas por no poder realizarlas según sus protocolos, haciendo que carecieran de sentido.

Uzbekistán

CAMPAÑA CONTRA LA TORTURA

   El pasado 15 de abril, Amnistía Internacional hizo público un informe sobre la tortura en Uzbekistán. Mediante nuestra campaña mundial contra la tortura trabajamos en los casos de Muhammad y tantos otros hombres y mujeres alrededor del mundo para que la tortura pase a ser una barbarie del pasado, no sólo en la letra de las leyes sino en la práctica.

   Nuestro objetivo es vencer al desconocimiento y la apatía, difundir  información sobre lo que ocurre en Uzbekistán, y movilizar a la sociedad y el Gobierno españoles para que exijan a las autoridades uzbekas que cumplan con sus obligaciones internacionales y dejen de torturar a sus conciudadanos. Al final estamos en el mismo barco y, mientras más y mejor se cumplan los derechos de las personas uzbecas, más firme y sólidamente gozaremos de los nuestros.

   Si alguien grita en el desierto de Uzbekistán y nadie está ahí para oírlo, ¿existe ese grito realmente? Yo creo que sí.

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