MADRID, 21 Ene. (Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid) -
Aunque los mercados continúan tranquilos, con las primas de riesgo en la periferia europea bastante estables, hay miedo a que el euro vuelva a tambalearse por culpa de Grecia. De hecho, la fuerte caída del euro frente al dólar, además de responder a la expectativa del QE por parte del BCE y de la subida de tipos de interés en Estados Unidos, puede explicarse también por la inestabilidad política en Grecia.
En esta ocasión se trata de las elecciones anticipadas del próximo 25 de enero, que podrían llevar al poder a la coalición de izquierdas Syriza, crítica con el euro. Su líder, Alexis Tsipras, ha dejado clara su intención de terminar con las políticas de austeridad, renegociar la deuda y combatir tanto a la corrupción como a la oligarquía y el clientelismo, que dominan la política y la economía nacionales desde hace décadas.
Intenta además ser la avanzadilla del cambio en la estrategia económica que la zona euro ha adoptado bajo el liderazgo alemán desde el comienzo de la crisis, y pretende hacerlo, por primera vez, mediante la confrontación: plantando cara a Bruselas, Berlín y Frankfurt denunciando que las políticas de ajuste no han funcionado y que tanto Grecia como Europa deben cambiar de estrategia.
Sus propuestas sitúan a Syriza con mayoría en las encuestas, con algo menos del 30% de los votos, algo que no debería sorprendernos habida cuenta de que Grecia ha perdido un cuarto de su PIB en los últimos seis años; es decir, ha sufrido una devastación equivalente a la de una guerra.
Ante esta situación, el miedo en el resto de la zona euro es que la llegada de Syriza al poder desencadene una salida de capitales que, más allá de poner a Grecia una vez más contra las cuerdas, produzca un contagio hacia otros países de la periferia, sobre todo Portugal, España, Italia e incluso Francia, y nos devuelva a los peores momentos de la crisis del euro.
También hay mucha expectación por saber qué pasará una vez que un partido abiertamente euro-crítico (que no eurófobo como el Frente Nacional francés o el UKIP británico) llegue al poder en uno de los países rescatados. ¿Será capaz de torcer el brazo al eje Berlín-Frankfurt? Y si lo hace, ¿animará a los votantes de otros países del sur a votar a opciones críticas con las políticas de austeridad?
Por el momento, desde las capitales europeas, se ha escuchado repetidamente tanto que el pueblo griego es soberano como que la pertenencia al euro es irrevocable, algo que podría llegar a ser incompatible, como ha ilustrado Dani Rodrik al explicar que la integración económica completa -en este caso en la zona euro-, la democracia, y la existencia de estados nación plenamente soberanos (es decir, la ausencia de una auténtica unión política al nivel europeo que desdibuje el peso de los estados nación) son, en última instancia, incompatibles.
Desde Alemania, erigido en guardián del euro, se ha amenazado indirectamente a Grecia mediante filtraciones a medios de comunicación. Con apelaciones al miedo, se ha instado a los votantes griegos a atenerse a las consecuencias si votan mayoritariamente a Syriza, lo que ha sido interpretado por algunos como que están dispuestos a expulsar a Grecia del euro si no se reelige a los conservadores de Nueva Democracia y cumplen con sus compromisos financieros.
En realidad, Alemania no tiene capacidad para expulsar a nadie del euro, pero si adoptara una posición inflexible ante las demandas de Syriza, podría tanto frenar nuevos desembolsos del rescate a Grecia como trabajar para que el BCE corte la liquidez al sistema financiero griego, lo que obligaría al país a impagar su deuda a partir de febrero (cuando se quedará sin fondos), lo que podría ocasionar -o no- una salida del euro.
QUÉ PODEMOS ESPERAR
Hasta las elecciones es lógico que nadie ceda en sus posiciones. Syriza mantendrá su discurso y sus propuestas. En todo caso, enfatizará que no sacará a Grecia del euro (cerca del 75% de los ciudadanos griegos quieren mantenerse en la moneda única) para alejar el espectro del miedo lo máximo posible. Por su parte, tanto la troika como Alemania, esperarán al resultado sin ceder un ápice en sus posturas, entre otras cosas porque no tienen un interlocutor con el que negociar.
Sin embargo, en el hipotético caso de que Syriza llegue al poder, lo más probable es que se alcance un acuerdo. Aunque sin duda habrá un aumento de la inestabilidad en los mercados, que podría incluso incluir cierto elemento de contagio, a nadie le interesa romper la baraja: los griegos no quieren salir del euro y los alemanes no quieren que nadie salga del euro.
En 2012, el Eurogrupo prometió a Grecia que suavizaría las condiciones del rescate cuando el país alcanzara el superávit primario (ingresos públicos mayores a los gastos sin contar con el pago de intereses de la deuda). Como Grecia ya lo ha logrado (y eso, además, fortalece su posición negociadora porque su presupuesto ya no depende tanto de los desembolsos de la troika), se podría utilizar este argumento para darle algo de oxígeno en materia fiscal.
Además, ante la evidencia de que la deuda griega es demasiado elevada como para permitirle crecer, sería posible buscar fórmulas para ampliar los plazos de pago y reducir (aún más) los intereses. La clave estaría en que no se produzca una quita, de modo que se pudiera vender el acuerdo en Grecia como un cierto éxito para Syriza, mientras que en los países acreedores se pueda seguir afirmando que Grecia ha honrado sus compromisos gracias a una mayor solidaridad europea (en Irlanda ya sucedió algo parecido cuando se permitió monetizar parte de la deuda a través de una compleja operación financiera en 2013 que pasó bastante desapercibida).
Por otra parte, en la medida en la que Syriza aceptara llevar a cabo un programa realmente reformista a cambio de renegociar los términos del rescate, y que este programa incluyera algunas de las reformas estructurales que sin duda necesita el país (algo que los anteriores gobiernos nunca han tenido la convicción de hacer y sólo han hecho por obligación de la troika), Alemania podría ver a Syriza como una auténtica oportunidad para resolver algunos de los problemas endémicos de la economía griega, como la debilidad institucional, la corrupción, el clientelismo o la falta de competencia.
NUEVO PACTO
Habría, por tanto, lugar para un nuevo pacto, que reconociera los errores de la estrategia de la troika en Grecia y planteara nuevas alternativas, al tiempo que reforzara la necesidad de adoptar reformas de calado en Grecia. No olvidemos que lo que más desea Alemania es que las economías del sur, Francia incluida, sean capaces de crecer en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. Y que si hay auténticas reformas que sienten las bases del crecimiento, estará dispuesta a ser más solidaria.
En definitiva, como sostiene Benjamin Cohen, Europa vive suspendida entre las fuerzas centrípetas que la obligan a mantenerse unida y las centrífugas de la política interna de cada uno de sus estados miembros, que en ocasiones la empujan a separarse. La tensión entre estas dos fuerzas es compleja y difícil de gestionar, pero no necesariamente inestable. Tendría que pasar algo muy grave para que este nuevo episodio de la tragedia griega rompiera definitivamente la baraja.