Los niños rohingyas desafían el viento y la lluvia por solo un par de horas de clases cada día
KUTUPALONG (BANGLADESH), 29 (Por ACNUR)
Durante la temporada de monzones, mientras la lluvia y los fuertes vientos azotan el sur de Bangladesh, las familias refugiadas hacen todo lo que pueden para protegerse de las duras condiciones climáticas. Más de 720.000 refugiados rohingyas viven aquí, en refugios construidos con palos de bambú y lonas plásticas, desde agosto de 2017, cuando empezó su huida de Birmania.
El desplazamiento siempre conlleva sufrimiento. Sin embargo, para algunos niños y niñas en Cox's Bazar, también ha presentado una oportunidad.
"En mi casa estaba ocupada con los quehaceres domésticos", dice Minara, de 12 años, quien vivía en la ciudad de Buthidaung, en Birmania. En su casa, a menudo tenía que ayudarle a su hermano a cuidar de las 20 vacas de la familia. Ni Minara, ni ninguna de sus hermanas, iban a la escuela.
Los refugiados en Bangladesh no tienen acceso a la educación formal, pero en un Centro de Aprendizaje Temporal en el vasto asentamiento de Kutupalong, Minara está encantada de poder finalmente ir a la escuela. En varias aulas de bambú decoradas alegremente, niños y niñas de entre 6 y 14 años están ocupados en diferentes actividades, como escribir en sus cuadernos, dibujar, colorear y cantar canciones.
"Aquí aprendí a escribir y también a leer", cuenta Minara. "Estoy muy feliz de venir aquí. Podemos aprender, dibujar, cantar y jugar con otros niños", añade.
"EN BIRMANIA NO PODÍA IR A LA ESCUELA"
Su amiga Jasmine piensa lo mismo de la oportunidad de estar en el centro temporal, que es gestionado por una organización socia de ACNUR, el Centro para el Desarrollo Comunitario. "Allí mis padres no podían permitirse mandarme a la escuela", dice Jasmine.
'Allí' es la ciudad de Maungdaw, en el estado de Rajine, donde ayudaba a su padre en la pequeña tienda familiar, vendiendo fruta y vegetales. Muchos niños y niñas rohingya en Rajine encuentran dificultades para ir a la escuela debido a restricciones a su libertad de movimiento y a las posibilidades económicas de sus familias.
"Aprendí a escribir el alfabeto", cuenta sonriendo. "Podemos jugar e hice un montón de nuevos amigos", celebra. Las dos niñas se ríen mientras revelan que su sueño es convertirse en profesoras, para así poder ayudar a los demás a aprender.
ENSEÑANDO PESE AL MONZÓN
Tanto este, como otros centros temporales gestionados por organizaciones socias de ACNUR en los diferentes asentamientos esperan poder permanecer abiertos durante la temporada de monzones. No será una tarea fácil: algunos de los edificios han sido ocupados por familias cuyos alojamientos quedaron destrozados por los aludes, fueron inundados o sufrieron otros daños.
La asistencia a clases bajó por causa del clima adverso. De hecho, Minara y Jasmine estudian en lo que con toda probabilidad es el salón de clases más mojado del mundo.
Sin embargo, se encontraron espacios alternativos y los profesores continúan dando clases seis días por semana. "Estamos determinados a mantener las clases", asegura Jaidul Hoque, responsable del proyecto del Centro para el Desarrollo Comunitario. "Nuestros centros a menudo son lugares más seguros para los niños y niñas que los refugios donde viven con sus familias. Aunque sea un momento muy difícil para nosotros, estamos haciendo todo lo que podemos", añade.
Es un esfuerzo colectivo audaz y determinado en el cual participan con entusiasmo muchos niños y niñas, sin embargo, aún quedan muchos desafíos. Por lo general, los centros se concentran en la alfabetización y la aritmética básicas, o en capacitaciones prácticas, y muchos de los centros temporales operan con turnos dobles o triples, pudiendo ofrecer a los estudiantes solo pocas horas de clases por día.
A pesar de ello, tanto los estudiantes como los padres consideran estas sesiones una ayuda vital. "La educación es un importante derecho humano para estos niños y niñas y también es una parte fundamental de nuestras actividades de protección", comenta Mohamed Jahedul Islam Chowdhury, asociado de educación de ACNUR en Cox's Bazar.
"La educación puede ayudar a empoderar a los jóvenes, que también aprenden cómo protegerse a sí mismos", explica. "También les pedimos a los padres que dejen que sus hijas reciban una educación. Estamos intentando aumentar el número de las niñas que asisten a clases, para que puedan tener más oportunidades en el futuro", precisa.