HRW considera que asistir a los más vulnerables supondría un progreso significativo
WASHINGTON, 25 Jun. (Por Hugh Williamson, director de la división de Europa y Asia Central de Human Rights Watch) -
Cuando se buscan soluciones a la crisis global de refugiados, a menudo Japón es identificado como un país que podría hacer más. Contribuye de forma generosa a la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) pero hace muy poco en términos de reconocer a los solicitantes de asilo en Japón o reasentar a refugiados varados, a menudo en condiciones terribles, en Tailandia, Líbano, Kenia, Pakistán y otras partes.
En una reciente visita a Tokio planteé esta cuestión en las reuniones con miembros de ambas cámaras del Parlamento de la coalición gobernante. Discutimos sobre reasentamiento. En cada reunión, el momento más incómodo se produjo cuando presentaba al político una lista de países que habían reasentado a refugiados y a cuántos habían aceptado.
El político revisaba la lista, veía que otras economías avanzadas habían reasentado a muchos miles de refugiados y se daba cuenta de que el total de Japón era de menos de 20 al año.
El Gobierno actual, como sus predecesores, repite la postura de que Japón no es un "país de inmigración". Pero eso no significa que no debería ser un país de asilo, ya que ha ratificado la Convención de Naciones Unidas sobre los Refugiados.
ALGUNOS SIGNOS DE CAMBIO
Recientemente ha habido algunos signos de cambio. El actual y reducido programa de reasentamiento se lanzó en 2010 y fue renovado en 2014. Todos los refugiados hasta ahora procedían de Birmania y han sido reasentados desde países vecinos del sureste asiático.
Durante la presidencia de turno del G-7 por parte de Japón el año pasado, bajo la presión de otras potencias económicas, Tokio creó un nuevo programa para permitir a estudiantes sirios llegar al país.
El programa, que también es pequeño --solo 30 estudiantes y los miembros inmediatos de su familia cada año-- beneficia a los pocos afortunados que son aptos para la admisión en las instituciones académicas japonesas, pero se queda corto de ser un programa de reasentamiento para proteger a los refugiados más vulnerables o para darles un hogar permanente.
Japón debería continuar por esta senda positiva. Actualmente, Japón exige que los refugiados sean autosuficientes en un breve espacio de tiempo, por lo que dada la pequeña cifra implicada, el Gobierno podría optar por aceptar a más refugiados vulnerables como aquellos con discapacidades cuyas necesidades el país está muy bien preparado para atender.
A largo plazo, Japón tiene que decidir qué otras nacionalidades, además de la birmana, reasentará, y a cuántos admitirá. Los políticos con los que hablé apoyan más reasentamiento y creo que más de 100 refugiados al año sería posible.
Este modesto paso inmediato hacia un objetivo más ambicioso, de cumplirse, combinado con un enfoque centrado en más refugiados vulnerables, enviaría una señal de que el progreso es posible.