La campaña ha resultado un territorio resbaladizo para una política huidiza y Corbyn, un rival menos débil
LONDRES, 6 Jun. (EUROPA PRESS) -
Los comicios del jueves en Reino Unido se han convertido para la aspirante a la reelección, Theresa May, en una arriesgada carrera de obstáculos donde la primera ministra esperaba un paseo hacia su coronación con una de las mayores hegemonías de los conservadores en tiempos modernos.
Una cuestionada estrategia electoral basada en el personalismo y los fantasmas de su pasado como titular de Interior, que han regresado con la resaca terrorista por los recortes de efectivos policiales emprendidos bajo su supervisión, han transformado su percepción de política efectiva en la de una mandataria dubitativa que evita concreciones y se arredra ante la contestación.
Cualquier resultado que se salga del guión de una victoria incontestable será responsabilidad exclusiva de una dirigente que, tras descartar durante nueve meses el adelanto electoral, se atrevió a desafiar su reputación como política aversa al riesgo con un envite que pretendía aprovechar su monumental ventaja en las encuestas y la aparente debilidad que atenazaba a un laborismo que todavía no había asumido la inevitabilidad del liderazgo de un aparentemente inelegible Jeremy Corbyn.
Desde su entrada en Downing Street, aupada por el respaldo de un puñado de diputados conservadores, May entendió que el mayor cargo político de Reino Unido constituye un campo de minas en el que las alianzas políticas y la medición de los tiempos resultan fundamentales.
Sin embargo, su casi patológica obsesión con el control y una desconfianza forjada durante años de pertenencia a un partido dominado por el círculo de Eton reforzó su aislamiento en el Número 10 y la convenció de la utilidad de legitimar su liderazgo en las urnas, puesto que su residual hegemonía de 17 diputados la maniataba para las negociaciones de Brexit, sobre todo en una cámara en la que predominaba el apoyo a la continuidad en la Unión Europea.
GRIETAS
No en vano, pese al aura de infalibilidad que la rodeó desde su traslado a la residencia oficial, al menos hasta que la campaña empezó a revelar grietas, May es más respetada que querida entre los conservadores, un apoyo feble que hace que las lealtades políticas valgan tanto como el último resultado electoral.
Los tres trimestres transcurridos desde que asumió el cargo evidenciaron un marcado cambio de estilo en relación a su antecesor, David Cameron. La telegenia era sustituida por la discreción, el constante flujo de información se convertía en la mínima expresión y la discreción pasó a sustituir a los individualismos.
Su objetivo de reconstruir la unidad de una formación consumida por las luchas cainitas, especialmente tras el plebiscito del pasado año, parecía alcanzable tras sus primeros lances como primera ministra, especialmente después de que lograse la difícil tarea de alumbrar un gabinete de unidad, incluso tras haberse deshecho de la guardia pretoriana de Cameron.
La apuesta por "dejar que los hechos hablen" de la segunda mujer en ocupar el Número 10, tras Margaret Thatcher, consolidaba un nuevo perfil en una fuerza política mancillada por la percepción de que una reducida élite se repartía el poder.
Su ambición de llevar a los 'tories' más allá de su granero natural de votos encontró eco en bastiones tradicionalmente laboristas que habían votado Brexit y que recibieron con agrado su dureza verbal en materia de inmigración y sus consignas de defensa de las "familias que apenas se las apañan".
FALTA DE CONCRECIONES
Su halo de certitud, sin embargo, quedaba en evidencia cuando las concreciones eran necesarias. En ámbitos como la salida de la UE, no dio pista alguna hasta enero y, pese a haber iniciado formalmente el proceso con la invocación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, la ciudadanía votará este jueves en un contexto de opacidad sobre su futuro fuera del bloque.
Los principales desafíos a su liderazgo, de hecho, se originaron en torno al divorcio, pese a que la legislación hasta ahora se ha limitado a meras formalidades. La contestación hallada en el Parlamento para simplemente obtener la autorización para activar el proceso la persuadió de la necesidad de ampliar su margen de maniobra.
El adelanto electoral era un clamor en su partido, que veía una oportunidad de condenar al laborismo a décadas en el desierto de la oposición, pero la decisión última correspondió a una política que, dado su dominio en las encuestas, creía que el único rival que tendría que batir el 8 de junio era la complacencia. El movimiento, con todo, la dejó en evidencia puesto que, tras haberlo descartado reiteradamente, cuestionaba su reivindicada credibilidad de palabra.
TERRITORIO RESBALADIZO
Su intención era romper el techo electoral, pero la campaña ha demostrado ser un territorio resbaladizo, Corbyn, un oponente más correoso de lo esperado y los ritmos electorales, un compás que no depende exclusivamente de su voluntad.
Bajo el respaldo de Downing Street subyacen incómodos interrogantes de difícil respuesta para una política que ha tenido que hacer frente a cuestionamientos relacionados con su capacitación. A diferencia de la práctica totalidad de sus antecesores en tiempos modernos, no había ejercido ni como líder de la oposición, ni como titular del Tesoro, dos tareas consideradas clave para preparar a un dirigente para el aplastante peso del Número 10.
Su única experiencia había sido al frente de Interior y, en términos prácticos, su trayectoria revela poco de sus planes. May se ha mostrado ambigua, si es que no evasiva, en ámbitos clave y ha cometido el error de negar hechos verificables con un simple vistazo a las hemerotecas.
NERVIOSISMO
Sus casi once meses de mandato revelan un inusitado nerviosismo ante la contestación. Cuando se la acusaba de inconcreción con su manido mantra 'Brexit significa Brexit', lo sustituyó por un igualmente enigmático 'Brexit rojo, blanco y azul'.
En el primer y único presupuesto con ella al frente, obligó a su ministro del Tesoro a recular en una de las medidas estrella, la apuesta por la subida de impuestos a los autónomos, tras el escándalo generado por la supuesta ruptura de una promesa de la administración anterior.
Tras la presentación de su programa electoral, no resistió el criticismo a la reforma de la asistencia a los mayores y, pese a efectuar un giro de 180 grados, insistió en que no había cambiado nada y a menos de una semana de las generales, tras el tercer atentado en diez semanas, ha visto cómo su gestión en Interior volvía para atormentarla en su estreno como candidata.