El fracaso de las encuestas se equipara a la debacle de los demás partidos británicos, que han quedado descabezados
LONDRES, 8 May. (EUROPA PRESS) -
Las generales británicas celebradas este jueves han otorgado a los conservadores una inesperada mayoría absoluta, la primera en 23 años, que permite a David Cameron gobernar en solitario y ante una oposición descabezada en los primeros meses de mandato, puesto que el varapalo electoral de los laboristas, que han perdido 26 escaños respecto a 2010, y de los hasta ahora socios minoritarios de la coalición, unos liberaldemócratas que se quedan con una representación residual de ocho escaños, ha provocado la dimisión de sus líderes.
El empate técnico anticipado durante meses por las encuestas entre las dos principales formaciones fue desafiado en las urnas por un voto oculto cuyo impacto implica remontarse a los comicios de 1992, cuando John Major logró permanecer en el número 10 en virtud de una hegemonía que los sondeos le otorgaban a su rival laborista.
En el caso de Cameron, la gesta ha sido incluso mayor, puesto que tan sólo hay dos precedentes en la historia en los que un ejecutivo que estuviese en el poder durante más de dos años experimentase un aumento de su porcentaje de voto. El hito obliga a mirar a los años 50, única década en la que se registró este fenómeno, superado ahora por el 'premier', quien ha pasado de 307 escaños de 2010 a 331, cinco por encima de la mayoría absoluta, que en términos prácticos ascienden a en torno a una decena.
El otro gran polo de atracción del 7 de mayo ha llevado a fijar la atención en Escocia, donde los sondeos sí acertaron con el éxito que vaticinaban al Partido Nacional Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), que finalmente acaparó 56 de los 59 asientos en juego, uno de los cuales estará representado por el ex ministro principal Alex Salmond. Su sucesora, Nicola Sturgeon, reconoció que ni en sus "sueños más locos" había previsto un éxito así.
LOS PERDEDORES
La otra cara de la moneda fueron los líderes del Laborismo y de los liberaldemócratas, que han presentado una dolorosa dimisión tras un golpe que ni ellos, ni la demoscopia, habían anticipado y que obliga a ambas formaciones a abrir un difícil proceso sucesorio, sobre todo en el caso de los laboristas, que tendrán su cuarto líder en tan sólo ocho años.
Su hasta esta jornada líder, Ed Miliband, pasó de verse en el número 10 a empeorar los resultados de Gordon Brown hace cinco años, quedando a 99 escaños de los 'tories'; mientras que el durante el último lustro viceprimer ministro, Nick Clegg, fue testigo de cómo su partido resultaba fagocitado como socio minoritario con unas "pérdidas catastróficas" de 57 a ocho asientos.
Junto a la renuncia del aspirante de los eurófobos del UKIP, Nigel Farage, cuya formación fue víctima del sistema electoral y sólo logró un escaño a pesar de haber sido la tercera fuerza más votada, Cameron tendrá en el SNP al principal grupo de la Cámara de los Comunes cuyo liderazgo no está por decidir. Su histórica irrupción, además, inaugura un nuevo capítulo en la historia constitucional de un Reino Unido encaminado a un modelo con tintes territoriales y no meramente partidarios.
RETOS
En base a esta nueva configuración, Cameron quiso que su primer compromiso al confirmar su permanencia en solitario se dirigiese, precisamente, a las aspiraciones nacionalistas y su combinación con su compromiso de "mantener al país unido". En su intervención tras confirmar a la Reina la formación del Gobierno, el 'premier' garantizó la "implementación lo más rápido posible" de la devolución de poderes a los diferentes parlamentos de la unión y la promesa de que Escocia tendrá "el gobierno con las transferencias más potentes del mundo".
Junto a este reto, su nuevo Gobierno deberá hacer frente a la decepcionante evolución de la lucha contra el agujero presupuestario, que cayó tan sólo la mitad de lo previsto en 2010, y a las consecuencias de elevar el grado de austeridad para alcanzar los ambiciosos objetivos fiscales. Su meta de garantizar un superávit en el último año de Legislatura tendrá que tener cuidado con la reciente ralentización de la recuperación, demostrada en el primer trimestre con el crecimiento más decepcionante en tres años.
Por si fuera poco, el tradicional síndrome Bruselas que tiende a aquejar a los 'premier' conservadores amenaza con convertirse en una dolencia letal para Cameron, puesto que su compromiso de convocar un referéndum de continuidad podría acabar con la salida de Reino Unido de la Unión Europea, un desenlace de incalculables consecuencias para una economía que tiene en el continente a su principal socio comercial.
Lejos de comprar tiempo, su intento de cerrar viejas heridas ha reavivado la agitación, sobre todo porque Cameron no tiene garantizado que sea capaz de obtener las concesiones que espera de los Veintiocho. Su intención inicial es hacer campaña por la continuidad, pero esta ambición está condicionada por el éxito de unas negociaciones sobre las que Bruselas ha expresado ya su escepticismo.
EXIGUA MAYORÍA
Por si fuera poco, pese a la gesta de este 7 de mayo, la mayoría absoluta de Cameron es exigua. Si los años en el poder del último conservador que había logrado la mayoría absoluta son una referencia, Cameron puede prepararse para un lustro complicado, puesto que su hegemonía es incluso menor que el margen de 21 recabado en 1992 por John Major, quien entre deserciones y elecciones parciales acabó con un ejecutivo en minoría.
Por si fuera poco, su propia admisión de que no será candidato en 2020 ha abierto el debate de su relevo y lo convierte en una versión británica del 'lame duck' que se atribuye a los presidentes de Estados Unidos en sus segundos y, por ley, últimos mandatos.
Además, el detalle de que él mismo hubiese nombrado a potenciales sucesores (el ministro del Tesoro, George Osborne; la de Interior, Theresa May; ambos confirmados en sus cargos; y el alcalde de Londres y desde hoy diputado, Boris Johnson) los expone al criticismo de que cualquier movimiento sea escrutado como una maniobra sucesoria.