MADRID 11 Oct. (Por Michela Ranieri, Save the Children) -
Un día para alzar la voz sobre las violaciones de derechos y la desigualdad que sufren las niñas en todo el mundo. Un día en el que denunciamos las cifras alarmantes de matrimonio forzoso de niñas, los embarazos adolescentes, y cómo las niñas son las primeras en quedarse fuera del sistema educativo en situaciones de crisis.
Pero este 11 de octubre, Día de la Niña, no podemos olvidar tampoco a las niñas migrantes y refugiadas que, por todas las razones antes mencionadas y huyendo de la pobreza y la violencia, dejan sus comunidades y sus países para buscar una vida mejor en otro lugar.
Es el caso de miles de niñas originarias de los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador), azotados por la violencia y la desigualdad. De allí proceden la mayoría de las personas que forman parte de las caravanas de migrantes que cruzan la frontera de México y atraviesan el país esquivando una miríada de peligros en el intento de llegar a Estados Unidos.
En los últimos días, después de que el coronavirus consiguiese frenar incluso el movimiento de esas personas, hemos vuelto a ver en los medios como una nueva caravana salía de San Pedro Sula, en Honduras. Y es que el miedo a las amenazas de las maras, el hambre y la desesperanza son más fuertes que el miedo a contraer la enfermedad.
Entre las miles de personas que intentan llegar a Estados Unidos con la esperanza de reunirse con algún familiar o sentar las bases de una nueva vida lejos de la violencia y la pobreza, están las niñas. Muy pequeñas o adolescentes, viajan a menudo solas y otras veces con familiares o conocidos. Algunas de ellas están embarazadas siendo adolescentes, lo que implica un riesgo aún mayor para sus vidas. A pesar de ser doblemente vulnerables, por su condición de migrantes y por ser niñas, apenas se habla de ellas.
Se suele relacionar la migración centroamericana con la búsqueda de oportunidades económicas. Y así es seguramente en parte; en Guatemala, siete de cada diez niños y niñas viven en hogares pobres.
DESNUTRICIÓN Y VIOLENCIA
Por otro lado, es uno de los países con mayores tasas de desnutrición, no solo en América Latina sino en el mundo: uno de cada dos niños de menos de cinco años está desnutrido. Pero otro factor determinante que empuja a estas niñas a dejar sus países es la violencia.
La violencia puede ser intrafamiliar. Jessyca (nombre ficticio) con tan solo 9 años dejó Honduras junto a su madre: "Mi padre era muy violento. Golpeaba y amenazaba a mi madre, también a mí. Decidimos salir porque amenazó a mi madre con matarla si regresaba".
El Triángulo Norte tiene una de las tasas de homicidio y femicidio más altas del mundo. Es un lugar peligroso para las mujeres y los niños y niñas: en El Salvador y Honduras se mata a un niño/a por día. En Honduras, una mujer es asesinada cada 14 horas.
A esta violencia se suma la de maras y pandillas que ejercen con la fuerza su control sobre territorios de barrios y ciudades. Las maras extorsionan y cumplen con sus amenazas. Para llevar a cabo sus actividades además reclutan a niños y niñas, incluso muy pequeños. Negarse a unirse a sus filas no es una opción.
Mientras los niños son utilizados para actividades de vigilancia, narcomenudeo y apoyo, las niñas son captadas como "novias" de los mareros, lo que se traduce en la práctica en explotación y abuso sexual, como denunciaba Save The Children en su informe 'En el fuego cruzado'.
LA VIOLENCIA SEXUAL Y LA EXPLOTACIÓN, AMENAZAS CONSTANTES
Las niñas salen de sus países a menudo de manera precipitada, huyendo de una amenaza inmediata para su vida o la de sus familiares. No tienen tiempo para preparar su viaje e informarse, y no se imaginan que en el viaje se van a enfrentar a los mismos riesgos de los que están huyendo.
La violencia sexual y la explotación son amenazas constantes para las niñas en tránsito: según Amnistía Internacional, 6 de cada 10 mujeres y niñas serán víctimas de agresiones sexuales durante su viaje. Ante esta realidad, algunas de ellas toman anticonceptivos antes de empezar el viaje: es la única "protección" que tienen ante una posible violación.
Los riesgos en el camino hacen que las niñas busquen estrategias de protección que a veces tienen el resultado opuesto, empujándolas en manos de explotadores o personas que abusan sexualmente de ellas. Intentan viajar en pequeños grupos, creyendo que sus compañeros varones son los que más protección pueden ofrecerles, se ponen en manos de traficantes de personas, los llamados coyotes, o se unen a las caravanas migrantes.
Y por si todo esto fuera poco, a su llegada a México muchas niñas, especialmente las que viajan solas, son detenidas, sumando otro trauma a los que ya llevan consigo desde sus países de origen y del largo viaje para llegar hasta allí.
Aunque la ley disponga de un máximo de 15 días (que puede llegar hasta 60 en casos excepcionales) para la detención de niños y niñas, en la práctica estas detenciones se prolongan durante mucho más tiempo. Las niñas reciben atención básica, pero no tienen libertad para moverse y no tienen acceso a la educación. La incertidumbre sobre lo que les va a pasar genera estrés y ansiedad en las niñas detenidas.
No dejemos que estas niñas valientes y luchadoras queden invisibilizadas y sean solo una pieza más de las miles que forman la caravana migrante. Es necesario que les demos voz y que se les brinde la protección y las oportunidades que merecen para salir de la espiral de violencia y pobreza.
Porque ninguna niña merece huir de la violencia para toparse con más violencia y explotación. Las niñas tienen derecho a educación, salud y protección para tener oportunidades que les permitan desarrollar todo su enorme potencial.