MADRID, 9 Oct. (EDIZIONES) -
El premio Nobel de la Paz concedido este viernes al Cuarteto de Diálogo Nacional de Túnez recompensa el éxito de una transición democrática basada en el diálogo y que ha atravesado, desde 2011, innumerables desafíos, el último de ellos en forma de atentados contra el turismo este mismo año.
Cuando Mohamed Bouazizi, un joven tunecino de 26 años, se quemó a lo bonzo el 17 de diciembre de 2010, pocos imaginaban que su drástico gesto desembocaría en una marea de protestas. Comenzó en Sidi Bouzid, se extendió a todo Túnez y, desde ahí, a otros países de Oriente Próximo y el norte de África.
Asediado por las movilizaciones sociales, Zine al Abidine Ben Alí puso fin a más de dos décadas de régimen y huyó a Arabia Saudí en enero de 2011, lo que dio paso a una carrera de obstáculos hacia la democracia. El país se enfrentó entonces a un nuevo escenario en el que, por primera vez, podía elegir su camino.
El partido islamista Ennahda se impuso en las elecciones de 2011 pero fue incapaz de estabilizar un país aún marcado por la división. En 2013, la Revolución de los Jazmines vivió su momento más crítico cuando el asesinato de dos políticos opositores laicos desató movilizaciones masivas y reivindicaciones de nuevas elecciones.
Fue entonces cuando entró en juego el denominado Cuarteto de Diálogo, con el que la sociedad civil se implicó directamente en la resolución de una crisis de la que dependía la supervivencia de la revolución. La central sindical UGTT, la patronal UTICA, el sindicato de abogados y la Liga Tunecina para los Derechos Humanos unieron fuerzas en un gesto sin precedentes premiado ahora con el Nobel de la Paz.
El Comité Nobel Noruego ha destacado que la labor del Cuartero ha sido clave para que Túnez haya avanzado hacia un sistema constitucional que "garantiza los derechos fundamentales de toda la población, independientemente de su género, ideología política o creencia religiosa".
ATENTADOS
Tras la crisis política y social, Ennahda terminó apartándose del poder en octubre de 2013 y dejó paso a un Gobierno tecnócrata que tenía, como principal cometido, la organización de nuevas elecciones parlamentarias y presidenciales a finales de 2014. Fueron las primeras con la nueva Constitución ya en vigor y supusieron la derrota del islamismo.
La Presidencia está ocupada por el veterano dirigente laico Béji Caid Essebsi, mientras que el Gobierno tiene al frente a Habib Essid, de Nida Tounes. Essid encabeza una coalición de varios partidos entre los que también se cuenta el islamista Ennahda.
Dirigentes y organizaciones de todo el mundo han reconocido el éxito de estos comicios y la estabilización de un país que teme ahora la expansión del yihadismo, con Estado Islámico como principal amenaza no sólo para la seguridad y la estabilidad política, sino también para el desarrollo económico.
El 18 de marzo, varios islamistas irrumpieron en el Museo del Bardo de la capital y mataron a una veintena de turistas extranjeros y a cuatro ciudadanos tunecinos antes de ser abatidos. La escena se repitió el 26 de junio, cuando un terrorista mató a tiros a 38 personas en un complejo turístico de Susa.
El turismo es uno de los pilares fundamentales de la economía de Túnez. Aporta el 6 por ciento del PIB, es el segundo sector en importancia en cuanto a aportación de divisas --sólo por detrás de la agricultura-- y en él trabajan alrededor de 400.000 personas, según datos de principios de 2015.