NUEVA YORK, 12 Nov. (Por António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas) -
La población mundial alcanzará los 8.000 millones a mediados de noviembre, un testimonio de los avances científicos y las mejoras en nutrición, salud pública y saneamiento. Pero a medida que nuestra familia humana crece, también se divide más.
Miles de millones de personas están en dificultades; cientos de millones se enfrentan al hambre e incluso a la hambruna. Números récord de personas se desplazan en busca de oportunidades y de un alivio de la deuda, por las guerras y los desastres climáticos.
A menos que reduzcamos el enorme abismo entre las personas que tienen y las que no tienen, estaremos enfrentando un mundo de 8.000 millones de personas lleno de tensiones y desconfianza, crisis y conflicto.
Los hechos hablan por sí mismos. Un puñado de personas multimillonarias controla tanta riqueza como la mitad más pobre del mundo. El uno por ciento de la población más rica a nivel mundial recibe una quinta parte de los ingresos del mundo, y las personas de los países más ricos pueden esperar vivir hasta 30 años más que las de los países más pobres. A medida que el mundo se ha vuelto más rico y saludable en las últimas décadas, las desigualdades también han aumentado.
Además de estas tendencias a largo plazo, la aceleración de la crisis climática y la recuperación desigual de la pandemia de COVID-19 están potenciando las desigualdades. Nos dirigimos directamente a la catástrofe climática, mientras que las emisiones y las temperaturas siguen aumentando. Las inundaciones, las tormentas y las sequías están devastando países que no han contribuido casi nada al calentamiento global.
La guerra en Ucrania se suma a las actuales crisis alimentaria, energética y financiera, golpeando con mayor dureza a las economías en desarrollo. Estas desigualdades afectan más a las mujeres y las niñas, y a los grupos marginados que ya sufren discriminación.
Muchos países del Sur Global se enfrentan a enormes deudas, al aumento de la pobreza y el hambre, y a los crecientes impactos de la crisis climática. Tienen pocas posibilidades de invertir en una recuperación sostenible de la pandemia, en la transición a las energías renovables o la educación y en la formación para la era digital.
La ira y el resentimiento contra los países desarrollados están llegando a puntos de ruptura.
Las divisiones tóxicas y la falta de confianza están provocando retrasos y bloqueos en una serie de temas, desde el desarme nuclear hasta el terrorismo y la salud mundial. Debemos frenar estas tendencias dañinas, reparar las relaciones y encontrar soluciones conjuntas a nuestros desafíos comunes.
El primer paso es reconocer que esta desigualdad galopante es una elección, y que los países desarrollados tienen la responsabilidad de revertirla, empezando este mes en la conferencia climática de la ONU en Egipto y la cumbre del G20 en Bali.
Espero que la COP27 sea testigo de un histórico Pacto de Solidaridad Climática en virtud del cual las economías desarrolladas y emergentes se unan en torno a una estrategia común y combinen sus capacidades y recursos en beneficio de la humanidad. Los países más ricos deben proporcionar a las economías emergentes clave apoyo financiero y técnico para que abandonen los combustibles fósiles. Esa es nuestra única esperanza de alcanzar nuestros objetivos climáticos.
También insto a los líderes en la COP27 a acordar una hoja de ruta y un marco institucional para compensar a los países del Sur Global por las pérdidas y daños relacionados con el clima que ya están causando un enorme sufrimiento.
La cumbre del G20 en Bali será una oportunidad para abordar la difícil situación de los países en desarrollo. He instado a las economías del G20 a adoptar un paquete de estímulo que proporcionará a los gobiernos del Sur Global inversiones y liquidez, y a que aborden el alivio y la reestructuración de la deuda.
Mientras impulsamos la adopción de estas medidas a mediano plazo, estamos trabajando sin descanso con todas las partes interesadas para aliviar la crisis alimentaria mundial.
La Iniciativa de Granos del Mar Negro es una parte esencial de esos esfuerzos. Ha ayudado a estabilizar los mercados y a bajar los precios de los alimentos. Cada fracción de un porcentaje tiene el potencial de aliviar el hambre y salvar vidas.
También estamos trabajando para garantizar que los fertilizantes rusos puedan llegar a los mercados mundiales, que se han visto gravemente afectados por la guerra. Los precios de los fertilizantes son hasta tres veces más altos que antes de la pandemia. El arroz, el alimento básico más consumido en el mundo, es el cultivo que más sufrirá.
Eliminar los obstáculos restantes a las exportaciones de fertilizantes rusos es un paso esencial hacia la seguridad alimentaria mundial.
Pero entre todos estos graves desafíos, hay algunas buenas noticias. Nuestro mundo de 8.000 millones de habitantes podría generar enormes oportunidades para algunos de los países más pobres, donde el crecimiento de la población es mayor.
Inversiones relativamente pequeñas en salud, educación, igualdad de género y desarrollo económico sostenible podrían crear un círculo virtuoso de desarrollo y crecimiento, transformando economías y vidas.
En unas pocas décadas, los países más pobres hoy podrían convertirse en motores de crecimiento verde y prosperidad sostenibles en regiones enteras.
Nunca apuesto contra el ingenio humano, y tengo una fe enorme en la solidaridad humana. En estos tiempos difíciles, haríamos bien en recordar las palabras de uno de los observadores más sabios de la humanidad, Mahatma Gandhi: "El mundo tiene suficiente para las necesidades de todos, pero no para la codicia de todos".
Las grandes reuniones globales de este mes deben ser una oportunidad para comenzar a cerrar brechas y restaurar la confianza, sobre la base de la igualdad de derechos y libertades de cada integrante de la familia de 8 mil millones de personas de la humanidad.