MADRID, 4 Feb. (EUROPA PRESS) -
Unos 200 millones de mujeres y niñas arrastran a día de hoy la losa de la mutilación genital, una práctica tan extendida en algunas zonas que incluso puede correr a cargo de personal médico. World Vision trabaja en Malí en un proyecto dirigido por comadronas para dar la vuelta a las tendencias actuales y avanzar hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
La ONU y las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos quieren aprovechar el Día de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina (6 de febrero) para recordar que esta práctica nunca es segura y nunca cabe justificación médica alguna.
Así, también los casos en que un profesional médico realiza la práctica el bienestar y la salud de la niña o mujer sale perdiendo. Según el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), en uno de cada cinco casos media un supuesto experto y en algunos lugares la proporción llega incluso a tres cuartas partes del total de mutilaciones.
El UNFPA trabaja para movilizar a los trabajadores sanitarios, incluidas las comadronas, para que sirvan de barrera a la presión social y aboguen por la prevención y la protección en las comunidades donde trabajan. También World Vision ha optado por este enfoque, con un "exitoso proyecto" que tiene entre sus focos la localidad maliense de Kimparana, donde casi una treintena de comadronas han renunciado a su oficio.
La primera parte pasa por formar y sensibilizar a las profesionales, también con la ayuda de hombres voluntarios y, en una segunda parte, se prioriza la ayuda con formación y microcréditos, en la medida en que para las comadronas la mutilación genital es algo más que un simple rito.
Djenebe Diawara reconoce que para muchas mujeres se trata de una fuente de ingresos vital, pero en su caso ha explicado que su vida ha cambiado al ver "las consecuencias devastadoras (de la ablación) en la vida de las mujeres, especialmente cuando quieren dar a luz". "Las mujeres que cortan a las niñas conocen la realidad y son conscientes de que pueden quitarles la vida en cualquier momento", explica a World Vision.
Naimodu dejó la práctica hace diez años, con más de tres décadas y 40.000 mutilaciones a sus espaldas, todas ellas con la misma cuchilla. Ahora, si la reclaman en su aldea, amenaza con acudir a las autoridades e incluso se enfrentó a su nieta cuando esta le consultó la posibilidad de someterse a la ablación.
Esta anciana reconoce que la erradicación no es fácil, ya que "se trata de un proceso concebido para dar a la mujer honor y dignidad". "Es parte de un proceso tradicional, una ceremonia que comenzó hace mucho tiempo. Un viaje misterioso", relata para explicar cómo la práctica forma en muchos casos parte de la evolución de la niña a la etapa adulta.
VIVE UNA PESADILLA
Binta tiene ahora 27 años y aún recuerda cómo a los diez se desmayó al ser sometida a la mutilación genital, hasta despertarse en un charco de sangre. De entonces arrastra graves problemas de salud que han obligado a sus padres a vender ganado y cultivos para costearle los tratamientos y que incluso llevaron a que un novio la abandonase.
"Las chicas de mi edad están casadas y disfrutan de la felicidad de ser madre. Nunca sabré qué es ser amada y estar embarazada He vivido 17 años de pesadilla y no estoy segura de despertarme un día", lamenta.