La población encara las elecciones exhausta y vulnerable ante la persistente violencia
BANGUI, 13 Feb. (Por María José Agejas, responsable de medios de Oxfam Intermón en República Centroafricana) -
Los 221 habitantes de la aldea de Aza han huido. Todos, menos siete de los menores del pueblo que han sido secuestrados. "Los Tongo-tongo", cuenta su alcalde, "se llevaron todo lo que tenía la población: sus bienes, su ropa, su comida, las puertas de las casas... Incluso hacían desvestirse a los bebés para llevarse sus ropas".
Los Tongo-tongo son los miembros del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) de Joseph Kony, la guerrilla ugandesa conocida por dos cosas: su increíble crueldad y la utilización de niños soldado. Parte del LRA (algunos dicen que el propio Kony) se refugia en las selvas del este de la República Centroafricana.
Los siete menores de Aza todavía no han aparecido. Son seis niños y una niña, de entre 12 y 15 años. "Prefieren a las niñas porque no están infectadas de sida", nos cuenta Armée, ella misma secuestrada por el LRA durante unos días. En cuanto a los niños, "porque es más fácil enrolarlos ya que los adultos van a pensar siempre en huir. Los niños son más dóciles para entrenar".
"No tenemos con qué enfrentarnos a hombres armados. Pedimos que haya hombres uniformados que se ocupen de ellos", dice otro vecino. "Estamos pidiendo ayuda a la MINUSCA porque son ellos los que tienen los medios necesarios y la fuerza para conseguir que los niños regresen a casa", añade, en referencia a la misión de la ONU en el país.
MARÍA JOSÉ AGEJAS/OXFAM INTERMÓN
Los habitantes de Aza se cuentan entre los últimos damnificados de la violencia, que adopta distintas formas para colarse cada día en cada resquicio de la vida de los centroafricanos. Ellos son víctimas del LRA, otros lo son de los grupos armados del conflicto interno, otros más de la delincuencia común. El caso es que nadie se libra, como si los 4,7 millones de centroafricanos no tuvieran bastante con el hambre que pasa la mitad de la población, o con el hecho de que uno de cada cinco siga fuera de su casa a pesar de la firma de la paz.
LA VIOLENCIA NO CESA
El país ya no vive un conflicto abierto, pero dado que el proceso de desarme está todavía en pañales y que los grupos armados no se han desmovilizado, la violencia no cesa. En muchos casos armas y hombres se han desviado desde esos grupos de combatientes hasta la delincuencia común, las bandas o los grupos de autodefensa. La ausencia de fuerzas de seguridad (desintegradas a raíz del conflicto) no ayuda a la población, que sólo puede contar con los cascos azules de la MINUSCA, y no siempre.
"Vemos pasar los carros blindados de los militares extranjeros" cuenta Fátima, "pero cuando disparan sobre nosotros nadie nos protege". Fátima es habitante de Pk5, el barrio musulmán de Bangui. Tras el conflicto en RCA quedan pocos musulmanes, y la mayoría de los que aun no se han ido sufren persecución. "Nos apuñalan, nos amenazan y no podemos hacer nada". Fátima añade: "no hay actividad, no hay seguridad, vivimos en el terror. No tenemos nada, vivimos en un gueto. Incluso, explica, se tiene que "disfrazar de cristiana" si quiere salir del barrio.
MARÍA JOSÉ AGEJAS/OXFAM INTERMÓN
Desde el campo, como los habitantes de Aza, o desde la ciudad, como Fátima, la gente implora mayor protección.
Nadie duda de que los cascos azules han salvado muchas vidas y de que sin ellos la situación sería muchísimo peor. Sin embargo, Oxfam Intermón está pidiendo a la MINUSCA que trabaje en dos direcciones: que intensifique el desarme y que reaccione con más eficacia a las cambiantes amenazas que padece la población.
BANDIDOS POR CUENTA PROPIA
Y es que, como decíamos, la violencia muda de piel como un alien en este país. Antes eran los grupos armados, sobre todo los Séléka (mayoritariamente musulmanes) y los antibalaka (mayoritariamente cristianos). Tras la firma de la paz en 2014 muchos hombres han ido dejando estos grupos y se dedican al bandidismo por cuenta propia.
Pero a la vez ni los Séléka ni los antibalaka (ni otros grupos) se han desmovilizado del todo, porque el proceso de Desarme, Desmovilización, Reintegración y Repatriación apenas ha despegado. Por ahora sólo ha incluido a 2.100 combatientes, cuando en este país ha llegado a haber decenas y decenas de miles.
Delphine, por ejemplo, perdió a su marido y a sus hijos durante el conflicto, en 2013. Hace pocas semanas iba al mercado a comprar productos para comerciar con ellos cuando fue atracada. Le quitaron lo poco que tenía. "Ahora estoy deprimida", dice, "no como y estoy siempre preocupada y llorando".
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"El verdadero problema es la seguridad", coincide Benjamin, que perdió su casa en la última oleada de enfrentamientos entre Séléka y antibalaka en septiembre del año pasado. Su vivienda, como todas las de su barrio, fue incendiada. Otro más que salió con lo puesto. "Sólo me había vestido para ir a verificar las informaciones. Cuando salí vi que todo en la calle estaba revuelto, y ya no pude volver a casa".
Ahora es una más de las 900.000 personas que han perdido su casa o que no pueden volver a ella por la violencia o porque el conflicto les ha dejado sin su medio de vida. Algunos están fuera del país, en campos de refugiados, otros viven aquí en sitios de desplazados o con familiares o conocidos.
República Centroafricana elegirá a su próximo presidente este domingo de entre dos candidatos, Anicet Dologuélé y Faustin Douadéra, los dos ligados de una u otra forma al ex presidente François Bozizé, sancionado por la ONU como uno de los responsables del conflicto centroafricano y de ataques contra la población.
Oxfam Intermón cree que, cuando el ganador sea proclamado por las autoridades electorales (algo que tardará semanas por los procesos de alegaciones) debe ocuparse de que la población, exhausta tras tres años de conflicto y a la merced de los distintos actores armados, tenga paz para poder reconstruir sus vidas.