La expansión poblacional de los bantúes ha expulsado a la tribu de los Bambuti hacia tierras áridas ante la incapacidad de las autoridades
IDJWI (REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO), 15 Ene. (Reuters/EP) -
En 2009, un estudio publicado por la revista 'Science' estimó que los pigmeos Bambuti conforman uno de los pueblos más antiguos de la Humanidad, una escisión directa de nuestros antepasados de la edad de Piedra con una historia que se remonta 60,000 años; cazadores-recolectores que llevan siglos intentando ponerse a la altura del progreso, y que ahora, en 2017, se encuentran al borde de la extinción por el desplazamiento poblacional y la incapacidad del Gobierno congoleño para proteger sus necesidades.
Quedan ahora mismo poco más de 7.000 bambuti y todos viven en Idjwi, en mitad de la región del lago Kivu. Y lo que ni la guerra ni las enfermedades han conseguido está a punto de lograrlo el ascenso de la etnia bantú, que a día de hoy conforman el 95 por ciento de los más de 280.000 habitantes de la región. Los bambuti denuncian que los bahavu, el pueblo de los bantúes, les expulsaron de sus hogares hace 36 años, expropiaron sus tierras y les condenaron al exilio.
"No quedamos más que 7.000 en la isla", lamenta el jefe de la tribu de los bambuti, Charles Livingston, "y hemos acabado en mitad de un suelo donde nada crece, esparcidos por toda la costa en campamentos improvisados, totalmente repudiados".
FUERA DEL BOSQUE
Los bambuti han sido expulsados de su hábitat natural. Para una cultura tan ancestral -- cuyo concepto del equilibrio social se basa en la homeóstasis, es decir, jamás quitar a la tierra más de lo que proporciona --, es una sentencia de muerte. Con su exilio, los pigmeos ya no tienen acceso a medicinas, a sus alimentos y carecen de los medios necesarios para subsistir en la sociedad del siglo XXI en parte por cerrazón, en parte porque el Gobierno congoleño nunca se molestó en otorgarles protección.
Ni siquiera el nombramiento de Adolphine Muley, responsable de un grupo local de protección a las mujeres pigmeas, como ministra regional de Agricultura, ha mejorado las condiciones de vida. "Es una provincia", lamenta Muley, "donde hay tantos problemas de tierras que lo primero que te dicen es que no se puede hacer nada".
Mientras, los bantúes niegan toda responsabilidad sobre las penurias de los pigmeos. "No hay problemas entre nosotros y jamás se les ha expulsado del bosque: siempre han vivido así, en los alrededores de los poblados", según el jefe tradicional bantú del norte de la isla -- el lugar de donde denuncian haber sido expulsados los bambuti --, Gervais Ntawenderundi.
El Parlamento del país sigue, mientras tanto, paralizado. Las discusiones sobre un proyecto de ley para proteger los derechos de los pigmeos comenzaron en 2007. Desde entonces, no ha progresado nada.
AL BORDE DE LA INEXISTENCIA
"Estoy acostumbrada a que nos traten como a subhumanos", lamenta Habimana, una mujer bambuti de 45 años que trabaja en los campos de un empresario bantú. Su pueblo, que antes se alimentaba de una rica dieta animal, ahora subsiste a base de 'sombe' -- básicamente hojas de yuca hervidas --. "Es la única comida que tenemos en cantidad", lamenta Adele, la decana del campamento de Kagorwa, donde viven recluidos 300 pigmeos.
La segunda opción pasa por incorporarse -- a marchas forzadas y sin ayuda institucional -- a la realidad contemporánea, como intenta Manguist, un pescador de 24 años. "Nuestra vida pasada se ha terminado, pero no nos merecemos esta miseria. Lo único que pido ahora es salir de esta isla, vivir en una casa de ladrillos, y educar a mis hijos", ha pedido.