Los salesianos dan apoyo educativo y psicosocial a los menores de esta zona minera colombiana
MEDELLÍN (COLOMBIA), 19 Mar. (Por Alberto López Herrero, Misiones Salesianas)
Una explosión en una mina de carbón de Amagá en 1977 dejó 170 muertos. A raíz de la tragedia, un reportaje de la BBC sobre la explotación infantil en esas minas encendió todas la alarmas en Europa sobre la vulneración de los derechos de los niños y llevó al Gobierno de Colombia a recurrir a la experiencia de los salesianos con un mandato claro: combatir, con su experiencia, la vulneración de los derechos de la infancia y atender a esos niños en situación de indefensión.
Así nació el primer programa que llevaron a cabo los salesianos de Ciudad Bosco desde Medellín en las minas de Amagá y que se llamó Operación amistad. Consistía en un recorrido por los centros de trabajo para llamar la atención de los menores trabajadores y de sus familias y atraerlos hacia actividades lúdicas y recreativas con una finalidad educativa.
Toda la población de estas localidades dependía y depende de la explotación de las minas de carbón, muchas de ellas ilegales y aún hoy artesanales. La dificultad para llegar a los mantos y extraer la materia prima sólo permitía en aquellos años la realización de un pequeño boquete en la roca por el que únicamente cabía un menor, que trabajaba a destajo picando la roca y extrayendo el mineral.
En aquellos primeros años de acción para preservar los derechos de la infancia se creó una Escuela para Niños Mineros en la que los menores estudiaban y adelantaban lo que querían y podían con unos monitores y en jornadas distintas al resto de alumnos. Esa iniciativa permitió que todos los menores trabajadores aprobasen una educación básica y tuvieran el aliciente de acceder a cursos técnicos.
Uno de los dos grupos que acuden a diario a la Casa Juvenil La Clarita en Amagá
Con el paso de los años, las minas invirtieron en maquinaria y los menores fueron desapareciendo de ellas, al mismo tiempo que los estudios generaban un problema en todos los hogares, ya que no entendían que sus hijos prefiriesen los estudios y los cursos en los talleres de Ciudad Don Bosco y dejasen de aportar a la economía productiva de la familia.
VULNERACIÓN DE OTROS DERECHOS
Desde hace 20 años, la Casa Juvenil La Clarita de Amagá representa un centro de seminternado para menores de entre 7 y 17 años con los que se realiza un completo programa psicosocial, pedagógico y nutricional para cambiar la mentalidad del trabajo infantil por el estudio favorecer su desarrollo humano que recibe el nombre de 'Dejando huellas'.
En la actualidad el centro salesiano acoge, de lunes a viernes, a 120 niños procedentes de 83 familias en dos turnos de 60 menores: los que tienen colegio por la tarde acuden por la mañana, entre 7.30 y 12 del mediodía, y los que tienen colegio por la mañana van por la tarde, de 12 a 18.30 horas. Un autobús escolar se encarga de recoger y trasladar a los alumnos a las localidades de Amagá y Angelópolis, a varios kilómetros de distancia.
El centro cuenta con psicólogos, educadores sociales, pedagogos, voluntarios, una nutricionista y una auxiliar de enfermería. Los menores reciben en la Casa Juvenil La Clarita un almuerzo y dos tentempiés diarios y participan en cursos de nivelación académica, realizan las tareas escolares, reciben clases de inglés, talleres de prevención para el reclutamiento, de salud, de consumo de drogas y de formación humana.
NUEVOS PELIGROS
La presencia de grupos armados al margen de la ley sigue representando uno de los grandes peligros en la actualidad para los menores, ya que siempre han convivido de una u otra manera con ellos y muchos son utilizados como 'carritos' para el tráfico de estupefacientes o como 'campaneros' (vigilantes en puntos estratégicos).
La zona de Amagá, además, fue muy golpeada por la guerrilla del ELN en los tiempos más duros del conflicto y en sólo un año asesinaron a más de 300 personas. Fueron momentos en los que por el dinero, el poder que representaba el uniforme y las armas hicieron mucho daño a una población de por sí vulnerable y con gran precariedad a pesar de vivir en una zona de gran riqueza natural y con grandes ingresos por trabajar en la mina.
Uno de los talleres al aire libre
En la actualidad mensualmente se realiza un trabajo de verificación en las minas para comprobar que ningún menor trabaje en ellas, pero sí se están descubriendo otros problemas que tienen que ver con la vulneración de los derechos del niño. "Las familias en las que viven los menores son disfuncionales, extensas, reconstituidas con padrastros o madrastras e hijos de varias relaciones y los hogares muchas veces tienen hacinamiento y no cuentan con las medidas higiénicas mínimas", destaca Joana, una de las educadoras sociales de la Casa Juvenil.
Estas difíciles situaciones de convivencia familiar han dado lugar a nuevos problemas como el maltrato familiar, el consumo de drogas, los abusos sexuales en el círculo familiar y la prostitución.
MOTIVACIÓN DIARIA
Para motivar a los menores en su aprendizaje y superación diarios, el centro se rige por una autoevaluación semanal en la que los alumnos se puntúan sobre cinco pautas: puntualidad, respeto, pertenencia al grupo, estudio y participación. Semanalmente también son los propios alumnos del programa 'Dejando huellas' los que establecen las pautas y solucionan los desencuentros en lo que se llama el 'Pacto de convivencia'.
Los videojuegos, la música y, especialmente las visitas institucionales a Medellín o el viaje a final de curso a un centro que tienen los salesianos junto al mar son algunos de los alicientes que motivan a los menores cada día a ser perseverantes en su aprendizaje, "ya que muchos nunca han visto un centro comercial ni podrán olvidar la primera vez que vean el mar gracias al programa 'Dejando huellas'.
Dos menores del programa 'Dejando Huellas'
La coordinación de todo el equipo de trabajo del centro permite visitar tanto el centro escolar como estar en contacto con la familia una vez al mes para mejorar las conductas familiares y evitar los maltratos.
"Los chicos y chicas provienen de ámbitos rurales y son muy expresivos, por lo que muchas veces nos cuentan con naturalidad los problemas en casa y otras los percibimos mediante procesos creativos -cuentos y dibujos- y podemos actuar", explica Jimena, psicóloga de la obra salesiana.
DÉFICIT NUTRICIONAL
Los menores del centro destacan por su baja estatura. "El déficit alimenticio que han tenido antes de los cinco años condiciona su crecimiento y su peso, pero este último se va estabilizando gracias al programa alimenticio que siguen", comenta Mavi, la nutricionista, que aclara que, "como las familias son numerosas, la base de la alimentación es la harina, no comían verduras ni frutas y muchos no querían comer carne porque nunca la habían probado en casa".
Todavía en la actualidad los educadores se dan cuenta de que muchos niños apenas comen durante el fin de semana en sus casas "porque el lunes no sobra nada de comida de sus platos y la comen con gran rapidez".
Para coordinar todos estos aspectos y mejorar la convivencia en casa y respetar los derechos de los menores, la Casa Juvenil La Clarita también ha puesto en marcha clubes juveniles y clubes de madres emprendedoras que participan en la atención individual y grupal que se ofrece en el centro para mejorar la vulneración afectiva.
"Desgraciadamente muchas veces nos vienen las propias madres a contarnos lo que consideran un problema y es que su marido no las quiere porque ya no las pega* y es cuando hay que explicarle todo lo contrario para que también lo pongan en práctica con los menores en el hogar", argumenta una de las psicólogas.
Dos ejemplos con sueños concretos
Mateo González tiene 13 años y lleva en el centro seis. Su padre trabaja en la mina y asegura que en la Casa Juvenil "aprendo muchas cosas y me ofrecen mucha ayuda en el refuerzo de las materias y con el inglés". Tiene 8 hermanos y reconoce que sigue trabajando cargando mercancías en el mercado. Sueña con ser adminiostrador en el futuro y tiene claro "que no quiere saber nada de las bandas criminales que ofrecen dinero por estar con ellas", aunque Juan, uno de los educadores reconoce que "eso sí que tiene mucho mérito porque vive rodeado de ellos".
Mateo González
Juan Estevan Franco tiene 13 años. Su historia es 'habitual' aunque sorprende al escucharla: "Mi papá dice que debe tener al menos 16 hijos en total y no vive con nosotros. Yo vivo con dos hermanas mayores, de 16 y 17 años, y una hija suya. Mi mamá se fue a Medellín a trabajar vendiendo porque no queríamps que estuviera más en la mina por miedo a un accidente y que muriera.
Juan Estevan Franco
Yo fui ‘carrito’ de drogas antes de entrar en el centro y me salí, no sé por qué, para volver a la calle. Allí no hacía nada y sólo iba a dormir a casa, pero me di cuenta de lo que había aprendido aquí y decidí volver. Me gustan mucho las matemáticas y las ciencias y ahora tengo claro que quiero ser cirujano plástico dentro de unos años”.Queda mucho por hacer con estos menores, que si bien ya no van a la mina como la generación anterior, tienen carencias afectivas y sufren abusos de todo tipo. Trabajar con ellos y con las familias está dando grandes resultados a nivel académico y humano. ‘Dejando huellas’ se dedica a sembrar inquietudes, a cambiar la mentalidad del trabajo por el estudio y a mejorar sus pautas de comportamiento con buenas herramientas y mejores equipos interdisciplinares de apoyo. Sin embargo, los auténticos artífices del cambio, suyo y en sus familias, a pesar de todas las dificultades, son los propios chicos y chicas, que ponen todo su empeño en salir de la pobreza y en los protagonistas de su propia vida.