MADRID, 16 Oct. (EDIZIONES) -
Un total de 870 millones de personas sufren hambre en todo el mundo, la mayoría asiáticos y africanos que viven en pequeñas comunidades rurales expuestas a desastres naturales, un perfil ampliamente estudiado y al que hasta ahora se han dirigido todas las ayudas internacionales, pero que comienza a cambiar.
¿CUÁNTOS SON?
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) cifra en 870 millones las personas que sufren hambre crónica de los 7.349 millones de personas que habitan el globo terráqueo, lo que supone casi un 12 por ciento de la población total.
Estos 870 millones de personas superan la suma de los habitantes de los 28 países que forman la Unión Europea --508 millones--, Estados Unidos --322 millones-- y Canadá --35 millones--, los menos afectados por este flagelo.
¿DÓNDE ESTÁN?
La gran mayoría de los hambrientos viven en países en vías de desarrollo. Asia es el continente con mayor número de hambrientos, 553 millones, seguido de África, con 227. A gran distancia se sitúan América Latina y el Caribe, con 47, y los países desarrollados, con 16.
El hambre azota con especial fuerza las comunidades rurales cuyos habitantes dependen, tanto para su alimentación como para sus ingresos, de lo que puedan conseguir de una tierra especialmente vulnerable a las inclemencias climáticas.
Sin embargo, en los últimos tiempos se ha registrado una tendencia creciente en zonas urbanas, pareja al flujo migratorio del campo a la ciudad en dichos continentes, lo que ha provocando el surgimiento de guetos en los barrios de las afueras.
¿CÓMO SON?
Según las agencias de Naciones Unidas, "estas personas son de todas las edades", aunque entre los más vulnerables están los campesinos sin tierra --especialmente los pueblos indígenas y afrodescendientes-- y las mujeres y sus hijos.
El 50 por ciento de los hambrientos del mundo son pequeños agricultores que explotan sus propias tierras --propensas a sequías e inundaciones--, mientras que el 20 por ciento son agricultores asalariados y el 10 por ciento comunidades que viven de la pesca, la ganadería y los recursos forestales.
Uno de los colectivos más afectados son las mujeres, con quienes la pobreza y la consecuente hambruna se ceban. Para ellas el embarazo es un reto aún mayor que en los países desarrollados: el 50 por ciento de las mujeres gestantes en el tercer mundo sufre anemia, lo que se traduce en 315.000 muertes anuales durante el parto.
Además, más de tres millones de niños mueren de hambre cada año y unos 146 millones de niños la padecen, en muchos casos como herencia familiar: anualmente nacen 17 millones de niños con bajo peso por una alimentación inadecuada antes y durante el embarazo.
¿QUÉ ES EL HAMBRE?
El hambre, tal y como la define Naciones Unidas, "es la sensación de falta de alimentos en el estómago", pero se manifiesta de diversas maneras, cada una con causas, consecuencias y soluciones específicas.
Sus principales manifestaciones son la subnutrición, para referirse a quienes no ingieren la energía alimentaria necesaria para llevar a cabo "una vida activa", y la desnutrición, que "es más una medida de lo que comemos o no comemos".
Las consecuencias del hambre van desde la emaciación, que "refleja una pérdida de peso sustancial", hasta una altura y un peso inadecuados para la edad que pueden ser síntomas de una desnutrición crónica y, por supuesto, la muerte.
¿HAY SOLUCIÓN?
La comunidad internacional ha renovado recientemente su compromiso en la lucha contra el hambre fijando la meta de 'hambre cero' para 2030 como parte de los nuevos Objetivos de Desarrollo. "Trabajando juntos podemos conseguir los cambios que el mundo necesita", ha dicho la directora ejecutiva del PMA, Ertharin Cousin.
Las soluciones pasan, en primer lugar, por reducir la cantidad de alimentos que se desperdician anualmente. La ONU calcula que todos los años se echan a perder unos 1.300 millones de toneladas de comida producida para el consumo humano.
Los expertos apuntan también a una política de desarrollo basada en el impulso de los sistemas de explotación agraria a nivel local que permitan a las comunidades rurales garantizar el éxito de sus cosechas y el adecuado mantenimiento de sus frutos.
En este aspecto es clave el papel de la mujer. Según el PMA, "si las mujeres tuvieran el mismo acceso que los hombres a los recursos agrarios, el número de hambrientos en el mundo podría reducirse en 150 millones de personas".
"Nadie debe dudar de que esta puede convertirse en la generación Hambre Cero", sostiene José Graziano da Silva, director general de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).